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Los atractivos perdidos del trabajo

Jacinto Vaello Hahn

Los atractivos perdidos del trabajo en la sociedad capitalista se han ido perdiendo en el proceso de reestructuración del modelo capitalista y no parece que vayan a volver.

A lo largo de los años, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, muchos mensajes han sido utilizados para intentar convencer a los trabajadores de que disfrutaban o disfrutarían de una situación envidiable si se incorporaban sin rechistar al modelo capitalista de producción. Una referencia obligada se encontraba siempre en alguno de los paraísos capitalistas y en ciertas modalidades de empleo que constituían verdaderas garantías de seguridad.

Lo cierto es que el discurso, utilizado como soporte ideológico global, nunca ha llegado a configurarse como un todo coherente. Por lo pronto, tal discurso siempre ha necesitado apoyarse en ejemplos extraídos de distintos medios sociales porque en ninguno, tomado individualmente, se ha conseguido encontrar el modelo completo en plena vigencia. Es más, para los trabajadores de los países más pobres (los que antes fueron del "tercer mundo" y ahora son "emergentes") el único discurso potente y creíble nunca pasó de ser el de la indiscutible ventaja de tener una nómina mensual. En esos países la precariedad y la miseria de los trabajadores eran tales que el único objetivo de alguien que buscaba trabajo era el de conseguir un salario, con independencia de las condiciones laborales en cuanto a jornada, riesgo de accidentes e incluso nivel de remuneración.

Entre uno y otro extremo parecía haber un verdadero abismo. Pero ha llegado el momento de ir aterrizando, porque el abismo, real por otra parte en el pasado, va desapareciendo a marchas forzadas. Puede ser que tal proceso tenga una aportación menor del lado "emergente", con algunas mejoras en las condiciones de trabajo que reducen la brecha, pero la aportación más significativa viene del otro lado, donde esas condiciones ideales que se describían se van perdiendo rápidamente. No está de más añadir, por otra parte, que el auge de las miserias del mundo rico presagia el debilitamiento a plazo de las presuntas ventajas adquiridas en tiempos recientes por los "emergentes".

Desde el punto de vista aquí expuesto, resulta sin duda interesante ilustrar algunas de las cuestiones mencionadas, porque constituyen un verdadero análisis de casos, como los que a menudo se utilizan para sustentar un enfoque global y unas conclusiones prácticas relevantes. En esta línea, se puede sintetizar diciendo que los principales banderines de enganche utilizados por el sistema para incorporar y encuadrar a los trabajadores han sido ante todo los siguientes:

• El empleo fijo, por oposición a la precariedad.

• La jornada laboral delimitada legalmente, por oposición a la jornada ilimitada.

• La valoración de la experiencia acumulada en una especialidad, por oposición a la utilización indistinta de la fuerza de trabajo.

• La protección social como complemento necesario de la remuneración a los trabajadores, por oposición al empleo desprotegido.

• La remuneración del trabajo tasada socialmente, por oposición a la negociación individual patrono-trabajador.

Un repaso somero de estas cuestiones en el momento actual resulta como mínimo alarmante. Veamos:

• El empleo permanente de por vida (que normalmente se daba por supuesto en las grandes empresas o en las administraciones públicas, y que era objeto de cierta emulación en otras actividades), aseguraba un recorrido activo tranquilo y un retiro cómodo: constituía el no va más de la estabilidad laboral. De ahí hacia los peldaños siguientes de la escala, las condiciones podían ser menos favorables pero la permanencia era un objetivo si no asegurado al menos posible.

Japón fue siempre, a este respecto, el caso a tomar como referencia. Pero lo que no se decía de las condiciones de trabajo en aquel país era que esta seguridad iba acompañada del trabajo hasta la extenuación, con jornadas interminables impuestas por los empleadores.

Y en Europa, con España en los puestos de cabeza, la precariedad en aumento acaba por despejar las dudas: la permanencia en el trabajo es una quimera y la conservación de un puesto de por vida un absoluto imposible (salvo en el sector público, que tendrá que saltar finalmente por los aires porque cuesta creer que pueda ser la excepción por años y años).

• La duración de la jornada laboral semanal ha sido uno de los caballos de batalla de las luchas entre patronos y trabajadores durante muchos años. La delimitación por ley de la jornada e incluso el establecimiento de un techo para las horas extraordinarias y la obligación de pagarlas han sido los dos grandes logros.

Europa, con sus diferencias entre países, ha constituido en todo caso el ejemplo a seguir. Pero la irrupción generalizada de la temporalidad y la jornada parcial constituye una barrera objetiva para el control real de la duración de la jornada de trabajo. De hecho, la jornada se hace discontinua e ilimitada.

España es un ejemplo de ruptura del modelo anterior. Por ejemplo, el sindicato UGT señala que los trabajadores del sector financiero realizan 14,5 millones de horas extra al año sin remunerar ni cotizar.

Una noticia reciente de Japón nos informa de que en 2016 ha habido más de 2.000 suicidios por causas relacionadas con el trabajo, con el agotamiento producido por la extrema duración de la jornada como causa principal.

• La valoración de la experiencia como factor de enrolamiento y seguridad ha constituido la expresión del avance hacia la modernización de muchas actividades. Para valorar hasta dónde llega la pérdida en este campo basta con ver las condiciones de contratación que se manejan en los puestos de trabajo más frecuentes en el mercado, desde límites de edad que hablan más de falta de calificación y de vulnerabilidad del trabajador que de su eventual experiencia, hasta buena presencia.

En esta cuestión, la paulatina eliminación de puestos de trabajo cualificados y el creciente predominio de un terciario de ínfimo nivel contribuyen a eliminar el factor experiencia como requisito de empleo. Incluso en un terciario presuntamente más avanzado, como el de las grandes cadenas comerciales, proliferan modalidades de trabajo a tiempo parcial y contratos temporales, que son la negación misma de la valoración de la experiencia.

El caso de los militares en España, dados de baja a los 45 años, es sintomático. Más que una excepción es la confirmación de que se extiende la vigencia de un techo de edad para mantenerse activo en el mercado laboral sin sobresaltos graves, y que ese techo no está muy por encima de esos 45 años.

• La protección social parecía una conquista garantizada, pero a medida que se asienta el nuevo modelo las cosas dejan de ser lo que eran: trabajo precario implica muy a menudo ausencia de cotizaciones sociales, lo que resulta determinante para gente que se incorpora al mercado laboral; y esto se ve complementado con una reducción paulatina y cada vez más difícilmente reversible en la sanidad pública y otros servicios sociales. En definitiva, muchos trabajadores nuevos no alcanzan los derechos a la protección y quienes los tienen no pueden obtener a cambio de sus aportaciones lo que antes recibían.

• La pérdida de la capacidad de negociación de los trabajadores para fijar la remuneración del trabajo es, además de todo lo anterior, un signo de los tiempos. Sin duda la pérdida de presencia sindical es importante, pero al tiempo y quizás más importante es la precariedad El caso es que ambos factores, combinados, reducen a casi nada la capacidad de los trabajadores para negociar con sus empleadores, tanto en la retribución como en las condiciones de ejercicio de las tareas adjudicadas a los puestos de trabajo.

La gran conclusión global es que estamos asistiendo a una ofensiva generalizada para someter a los trabajadores a condiciones más beneficiosas para los propietarios del capital. La descripción del proceso es suficientemente ilustrativa y permite aseverar que asistimos a la configuración de un nuevo modelo laboral que se hace permanente, resistente a los vaivenes de la economía (el crecimiento económico, más o menos duradero, no trae aparejado un cambio positivo de las condiciones laborales), poco receptivo a las solicitudes y a las presiones de los trabajadores y hasta cierto punto invulnerable ante hipotéticas medidas de cambio impulsadas desde los gobiernos.

Este nuevo modelo, en efecto, ha venido para quedarse. En el curso de su consolidación no puede descartarse la obtención de pequeñas victorias de los trabajadores, consiguiendo revertir al menos temporalmente algunas de las peores consecuencias para ellos. Pero lo que resulta impensable en el momento actual y ante la tendencia analizada es que una presunta recuperación de la economía permita un retorno global al modelo anterior. La única vía de salida, en estas condiciones, es la que puede abrirse con la implantación de un sistema económico estructuralmente diferente, y es en esto en lo que hay que emplearse a fondo.

 

Jacinto Vaello Hahn es socio de infoLibre

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