Librepensadores
Día del maestro
Recientemente se ha conmemorado el Día Internacional del Profesor, reivindicativo, preferentemente, ante la pérdida de autoridad moral de los mismos y, en consecuencia, poniendo de manifiesto y protestando contra las agresiones recibidas de familias y alumnos/as.
Así pues se ha presentado el tal día conmemorativo, más allá de los comentarios laudatorios y explicativos sobre la inestimable labor que realizan tales profesionales. Y sin embargo yo he echado en falta una palabra, la expresión rotunda de una palabra que alcanzaría y explosionara ante la labor verdadera, inexcusable e inigualable del oficio de enseñar y educar, y me estoy refiriendo a la palabra ¡maestra/o!
Los maestros y las maestras, en el comienzo de las incipientes andaduras de nuestros pequeños, como así sucedió en las nuestras y en la de nuestros mayores, al menos siempre que tuvieron la oportunidad de disponer de una “escuela” y unos maestros y maestras.
De aquellas “doñas Margaritas, o don Felipes, o sor Josefinas” que asistieron nuestro despertar al conocimiento y a la formación. Desde sus ternuras y sus brusquedades, desde sus talantes entregados, a base de disciplina, a base de entrega y vocación, a base de insistencia insuperable en lo primordial, haciendo que entrara en nuestras mentes más o menos duras… “las letras y los números, la conducta respetable y la aplicación al esfuerzo”.
Y en su nombre me gustaría detenerme en aquellas “maestras de pueblo”, de pueblos remotos, con sus maletitas de cartón, al pie de los caminos pedregosos y remotos que llevarían a aquellas escuelas en aldeas perdidas… para iniciar el desasnamiento de aquellos párvulos mocosos y harapientos.
Y también en aquellos maestros de blusón negro, vara en ristre y tiza en mano, más o menos formados, apenas conocedores de las cuatro reglas algunos, sabios clarividentes y taciturnos otros. Tras la “monotonía mustia de la lluvia afuera de los cristales empañados”, mientras se repasaban las listas de las montañas y de los ríos, y se aplicaban en insistir en la caligrafía y la ortografía, incluso a coscorrones, también con santa paciencia e insistencia en la repetición, de las tablas de multiplicar y las reglas de tres simples y compuestas… a las preposiciones y las clases de sujetos y predicados.
En nombre de aquellos maestros y maestras de escuela, de aquellos que pasaban más hambre, precisamente, que “un maestro escuela” y no desfallecieron.
Aunque se les respetara mucho más que ahora, aunque de aquellas aulas desvencijadas también saliesen hombres y mujeres instruidos. Porque no desfallecieron, porque no “desertaron de la tiza” y corrieron hacia los despachos y las disertaciones magistrales, porque cumplieron el día a día, entre sabañones y estufas de carbón y leña, entre cantos como mantras y repeticiones de cuanto ya no se olvidó, desde sus miradas tristes, desde sus enseñanzas imprescindibles.
Porque fueron nuestros maestros y maestras quienes entrecruzaron los mimbres que luego forjaron a los mejores, al dictado de las lecciones inolvidables, grabadas en el anuario de nuestras memorias que se iniciaron invencibles en aquellos años infantiles.
Maestras y maestros de la “eme con la a… ma”.
Porque también supieron actualizarse, sin rendirse, sin intentar escapar de la tarea diaria, en el aula, junto a los chicos y las chicas que aprendían a hacerse mayores, con mejor o peor acierto, desde las enseñanzas de sus insustituibles maestros y maestras de escuela.
En el Día del profesor, el día a día del maestro y la maestra de párvulos, de Primaria. “Maestros y maestras”. legendarios, respetables.
Antonio García Gómez es socio de infoLibre