Librepensadores

Día del maestro

Antonio García Gómez

Recientemente se ha conmemorado el Día Internacional del Profesor, reivindicativo, preferentemente, ante la pérdida de autoridad moral de los mismos y, en consecuencia, poniendo de manifiesto y protestando contra las agresiones recibidas de familias y alumnos/as.

Así pues se ha presentado el tal día conmemorativo, más allá de los comentarios laudatorios y explicativos sobre la inestimable labor que realizan tales profesionales. Y sin embargo yo he echado en falta una palabra, la expresión rotunda de una palabra que alcanzaría y explosionara ante la labor verdadera, inexcusable e inigualable del oficio de enseñar y educar, y me estoy refiriendo a la palabra ¡maestra/o!

Los maestros y las maestras, en el comienzo de las incipientes andaduras de nuestros pequeños, como así sucedió en las nuestras y en la de nuestros mayores, al menos siempre que tuvieron la oportunidad de disponer de una “escuela” y unos maestros y maestras.

De aquellas “doñas Margaritas, o don Felipes, o sor Josefinas” que asistieron nuestro despertar al conocimiento y a la formación. Desde sus ternuras y sus brusquedades, desde sus talantes entregados, a base de disciplina, a base de entrega y vocación, a base de insistencia insuperable en lo primordial, haciendo que entrara en nuestras mentes más o menos duras… “las letras y los números, la conducta respetable y la aplicación al esfuerzo”.

Y en su nombre me gustaría detenerme en aquellas “maestras de pueblo”, de pueblos remotos, con sus maletitas de cartón, al pie de los caminos pedregosos y remotos que llevarían a aquellas escuelas en aldeas perdidas… para iniciar el desasnamiento de aquellos párvulos mocosos y harapientos.

Y también en aquellos maestros de blusón negro, vara en ristre y tiza en mano, más o menos formados, apenas conocedores de las cuatro reglas algunos, sabios clarividentes y taciturnos otros. Tras la “monotonía mustia de la lluvia afuera de los cristales empañados”, mientras se repasaban las listas de las montañas y de los ríos, y se aplicaban en insistir en la caligrafía y la ortografía, incluso a coscorrones, también con santa paciencia e insistencia en la repetición, de las tablas de multiplicar y las reglas de tres simples y compuestas… a las preposiciones y las clases de sujetos y predicados.

En nombre de aquellos maestros y maestras de escuela, de aquellos que pasaban más hambre, precisamente, que “un maestro escuela” y no desfallecieron.

Aunque se les respetara mucho más que ahora, aunque de aquellas aulas desvencijadas también saliesen hombres y mujeres instruidos. Porque no desfallecieron, porque no “desertaron de la tiza” y corrieron hacia los despachos y las disertaciones magistrales, porque cumplieron el día a día, entre sabañones y estufas de carbón y leña, entre cantos como mantras y repeticiones de cuanto ya no se olvidó, desde sus miradas tristes, desde sus enseñanzas imprescindibles.

Porque fueron nuestros maestros y maestras quienes entrecruzaron los mimbres que luego forjaron a los mejores, al dictado de las lecciones inolvidables, grabadas en el anuario de nuestras memorias que se iniciaron invencibles en aquellos años infantiles.

Maestras y maestros de la “eme con la a… ma”.

Porque también supieron actualizarse, sin rendirse, sin intentar escapar de la tarea diaria, en el aula, junto a los chicos y las chicas que aprendían a hacerse mayores, con mejor o peor acierto, desde las enseñanzas de sus insustituibles maestros y maestras de escuela.

En el Día del profesor, el día a día del maestro y la maestra de párvulos, de Primaria. “Maestros y maestras”. legendarios, respetables.

Antonio García Gómez es socio de infoLibre

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