Librepensadores

Cadáveres nómadas

Javier Paniagua

El 26 de julio de 1952 murió de cáncer, a los 33 años, Eva Duarte de Perón, Evita, el símbolo y la voz más representativa del peronismo argentino, que hoy se estudia en las Universidades como un ejemplo de populismo latinoamericano. Los españoles nunca hemos entendido bien este fenómeno político que tuvo varias ramas ideológicas, a izquierda y derecha, y que cubre la política de Argentina desde los años 40 del pasado siglo hasta la actualidad.

Hay un peronismo marxista y otro de extrema derecha, uno agrario y otro industrial y ciudadano, que confluyen en Perón y en su esposa Eva, hija ilegítima de un descendiente vasco, estanciero, que a su muerte dejó desprotegida a la familia. El general, que actuaba como Secretario de Trabajo en el gobierno de 1943, la conoció en 1944 como actriz emigrada a Buenos Aires y se casaron en 1945. Ambos crearon un movimiento político, el de los “descamisados”, que tuvo gran respaldo social y electoral porque se ocupó de dar servicios públicos a muchos trabajadores (vivienda, hospitales, escuelas, pensiones, convenios colectivos…) y logró el voto de la mujer argentina, superando una época que la historiografía argentina conoce como “Época Infame” (1930-1943) marcada por la corrupción. Eva recibió el título de Jefa Espiritual de la Nación y marcó un estilo lujoso con vestidos de Christian Dior. Pero a su vez suscitó un fuerte rechazo en el Ejército, en otros partidos políticos, en la Iglesia y en sectores intelectuales y empresariales. De hecho, en 1955 un golpe militar, bajo la pantalla de “revolución libertadora”, conducido por el general Pedro Aramburu, desbancó de la presidencia a Perón, que se exilió en España.

El cadáver de Evita había sido embalsamado por el doctor español Pedro Ara y depositado en el edificio de la organización sindical GCT (Confederación General del Trabajo), pero los militares golpistas, temerosos de que su mito propiciara una resurrección del peronismo, ordenaron que se certificara que era auténtico y no una figura de cera, lo que provocó daños en el cadáver: le cortaron una falange para comprobar las huellas dactilares y después sufriría profanaciones con algunos golpes en la frente, los pies y nariz.

El jefe de los servicios secretos ordenó que lo pasearan en una camioneta por Buenos Aires durante meses para que no lo descubrieran y después le encargó a su segundo que lo ocultara en su casa. Cuentan que este entró en un estado paranoico por temor a que los peronistas lo asaltaran, y una noche un ruido le llevó a disparar en la oscuridad, matando a su mujer. Lo instalaron en el edificio de los servicios secretos y su jefe lo enseñaba a las visitas como un trofeo de guerra. Enterado Aramburu, cesó al coronel de los servicios secretos y ordenó al entonces teniente coronel Lanusse una operación secreta para trasladar a Evita fuera de Argentina. La orden religiosa de San Pablo intercedió en el Vaticano para enterrarla en el cementerio Mayor de Milán con un nombre falso, María Maggi De Magistris. Allí permaneció durante 14 años hasta que Lanusse, ya general  y presidente, ante el secuestro y el asesinato en 1970 del general Aramburu,–según unos por la organización de extrema izquierda peronista de los Montoneros y  según otros por sectores del Ejército– decidió desenterrarla y entregársela al general Perón en 1971, que vivía en Puerta de Hierro, en Madrid, con su segunda esposa, María Estela, Isabelita, que llegaría a presidenta de Argentina después de la muerte del general, en julio de 1974, que ocupó la presidencia de nuevo en 1973.

En los años en que el matrimonio Perón residió en Madrid, su consejero López Rega, el brujo, fundador de la triple AAA, organización terrorista de extrema derecha que eliminó a cientos de peronistas de izquierdas, practicaba esoterismo con el cadáver de Evita. En 1974, con ocasión del secuestro del cadáver de Aramburu, la nueva presidenta aceptó el traslado de los restos de Evita desde Madrid y recibieron sepultura en el Cementerio de la Recoleta de Buenos Aires en 1976, después del golpe militar de Videla. Esta historia de nomadismo del cadáver podríamos reproducirla, a nuestra manera, en España. ______________

Javier Paniagua es socio de infoLibre

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