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El juicio de los catalanes con 'Casablanca' en la memoria

Domingo Sanz

Como todo el mundo sabe, durante la Segunda Guerra Mundial, concretamente en 1942, el Rick’s de Casablanca fue clausurado tras el acoso musical triunfante protagonizado por la muralla de voces que levantaron los presentes ante unos militares alemanes que se encontraban allí tomando algo con su acostumbrada prepotencia. Si en aquellos años hubieran funcionado las redes sociales modernas, el pasillo que los valientes de La Marsellesa habrían formado para que a los germanos no les ocurriera nada durante la salida del local habría llegado hasta Ceuta, donde Franco los acogería en su condición de derrotados del ejército de su mejor aliado.

Con el paso de los años crecerá el número de personas que irán convirtiendo en verdad histórica aquella secuencia de película gracias a su magia porque, a fin de cuentas, necesitamos para sobrevivir los pocos éxitos contra las amenazas de autoritarismo que tanto nos asfixian. Eso sí, siempre que antes no acabemos con las libertades tal como las conocemos, aunque estén sometidas a vigilancias tan estrechas como las que gobernaban en aquella ciudad sin bombardeos, pero controlada por Vichy.

También el tiempo hará que, para simplificar sin acritudes, se recuerde como “el juicio de los catalanes” al que se está celebrando en el Tribunal Supremo de Madrid contra activistas sociales y líderes políticos que se hartaron de reclamar en los despachos un derecho a decidir que es lo más parecido a la palabra libertad. Pero que resulta inaceptable para la parte España porque los independentistas siempre la pronuncian con mayúsculas.

Quien advierta paralelismos entre algunas de las secuencias de una de las mejores películas de la historia y ciertos hechos que los fiscales han elegido para atacar en el juicio de los catalanes tiene toda la razón. De hecho, y abundando, el capitán Louis Renault no cerró oficialmente el antro más libre de aquella Casablanca de Ilsa y Rick por las intenciones que pudieran ocultarse en las voces de un coro tan espontáneo como lo es cualquier protesta de las muchas que demuestran su razón de ser porque a una persona se le ocurre convocar y muchas más acuden a su llamada. De igual manera, los fiscales tampoco justifican sus peticiones de muchos años de cárcel por las ideas que pudieran albergar los miles de concentrados el 20 de septiembre de 2017 ante la Hacienda de la Generalitat. Una acción durante la que, por cierto, los asistentes disfrutaron con actuaciones musicales. Como en el Rick’s.

Es lo bueno que tienen Internet y las redes sociales en este tiempo tan global: la facilidad para conseguir la respuesta inmediata de las personas que se sienten afectadas por actuaciones del poder político que consideran abusivas.

Pero, tanto en Casablanca como en el siglo XXI, siempre aparece alguna norma por la que únicamente el “operativo” tiene derecho a interpretar en tiempo real y a su albedrío, con la excusa del interés general, cualquier expresión de la libertad colectiva animada por intenciones que molesten.

Por fortuna, la libertad creativa es capaz de crear instantes como el de aquel duelo de coros que, revivido en infinitas ocasiones desde 1942, ha contribuido a consolidar en millones de conciencias los valores de la libertad y la democracia con mucha más fuerza que las montañas de discursos rimbombantes pronunciados por tantas generaciones de cínicos y de ambiciosos.

Leo plumas de confianza que hace nueve meses pedían 30 años de cárcel para los “golpistas" y que hoy, tras ver al Tribunal Supremo en acción, pasan a pedir que los saquen de la cárcel desde antes de ayer y que se acabe ya con un juicio que, cada minuto que pasa, se parece más al "Final" aquel con que nos asustaban durante la dictadura. Y con el miedo añadido de no saber cuántos, ni cuáles, serán los castillos de naipes que esta ceremonia terminará destruyendo.

No abandonaremos la mejor Casablanca de nuestras vidas para terminar por hoy. Los catalanes hoy perseguidos por esta cruel manera de concebir la unidad de España conseguirán subir al mismo avión que llevó a Ilsa y Victor hasta la libertad protectora. Ella tuvo que renunciar a su gran amor, pero esta vez no será necesario que muera ningún militar nazi en el último instante.

Los mejores recuerdos son materiales de gran calidad para la construcción de consensos.

Por eso, es obligado aceptar todas las distancias que quien haya leído hasta este punto quiera establecer para que las comparaciones expuestas dejen de parecerle odiosas.

Y también son el mejor alimento para el optimismo.

Pero el futuro al que se retan Rick y Louis mientras va cayendo el telón sigue pendiente de respuesta.

¿Hay alguien que no lo recuerde?

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Domingo Sanz es socio de infoLibre

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