Librepensadores

Coloquios y encuentros

Javier Paniagua

Una mayoría de investigadores de las llamadas ciencias sociales (historia, ciencias politicas, literatura, sociología…) se limitan a sus investigaciones, publican sus artículos y libros, pero les cuesta salir a la cancha pública y explicar sus tesis. Lo hacen en reuniones cerradas, en congresos ad hoc, en cursos universitarios, conferencias o en plataformas como los thinks tank o en fundaciones especializadas, y solo algunos consiguen acceder a los medios de comunicación como tertulianos o columnistas entrando en los debates políticos o sociales.

Estoy en este apartado, aunque cada vez menos porque cuando estás jubilado y ya no tienes ninguna responsabilidad académica ni cargo alguno cuentan cada vez menos con tu presencia, aunque si tienes oportunidad, como es mi caso, dispones del privilegio de escribir libros, en un diario, digital o revista y expresar tu opinión sobre la realidad circundante. A veces los periodistas con sentido corporativo los consideran competidores porque ocupan espacios que les corresponde por su profesión. Sucede también con los pedagogos que se atribuyen la capacidad de expedir títulos necesarios para acceder a la docencia y así, por ejemplo, aunque no sean matemáticos o químicos, proclaman que pueden dar normas para enseñarlas. De esa forma, a más pedagogía menos ciencia, que es lo que está ocurriendo desde la enseñanza primaria a la universidad. Prefiero tener a un Einstein como profesor, aunque este poco dotado para la comunicación académica, que aquellos que han adquirido “técnicas de aprendizaje” pero que no están al día en su materia.

Con los periodistas, a veces, me ocurre algo parecido. Tienen un amplio conocimiento de lo que pasa en el mundo, captan con rapidez la raíz de los acontecimientos, leen lo que se publica en otros medios del extranjero y construyen relaciones para obtener buenas fuentes. Pero a veces les cuesta profundizar en aquellas publicaciones que se editan y se limitan a leer reseñas o las contraportadas de libros porque la tensión de su profesión les hace seguir el día a día con precipitación y disponen de poco tiempo, aunque en muchos casos hacen un esfuerzo supletorio para estudiar clásicos y modernos. Algunos combinan la narración con el periodismo de opinión. Ahí está la generación de Miller, Hemingway, Roth, Faulkner, Capote, Cheever, y otros, como también García Márquez, Vargas Llosa, Javier Marías o Millás,o los históricos de los siglos XIX y XX. Otros escriben ensayos o narraciones de lo que han publicado sobre personajes o hechos relevantes o hacen bolos por plataformas cuando han alcanzado un cierto estatus profesional.

Hace unos días tuve la ocasión de oír a dos ellos, Lucia Méndez y Jesús Maraña, que trabajan en medios madrileños y tienen buen predicamento entre el público que les lee porque suelen ser atinados en sus comentarios y escriben con buen estilo. Pero también procuran distanciarse de los cargos públicos o que detentan alguna representación. Suelen practicar aquello de que los periodistas no deben ser amigos de los políticos, de los empresarios o de los profesionales sobre los que tengan que informar. Procuran tener buenas relaciones, pero a distancia. Algunas veces cuando desarrollan sus intervenciones a modo de conferencia suelen practicar con los mismos parámetros que en las tertulias radiofónicas o televisivas.

Así, si, por ejemplo, se les plantea un tema que vaya más allá del análisis circunstancial, reaccionan con cierta previsión. Si para analizar el caso del soberanismo catalán aludes a la tesis que algunos historiadores y economistas sustentamos de que el problema soberanista tiene su raíz en que en Cataluña, como en el País Vasco, penetró la Revolución Industrial pero en cambio sus clases sociales no controlaban el Estado, al contrario de lo ocurrido en Europa (es el Piamonte el que unifica y dirige Italia, es Prusia la que hegemoniza Alemania, es la Ille de France la que controla Francia, es el centro financiero e industrial de Londres quien gobierna el Reino Unido y así en general en el resto de países), te tachan de historicista.

La burguesía catalana, que hace proclamación de españolismo, trata de intervenir y reformar el Estado español en la Restauración (1876-1923) a través de la Lliga desde principios del siglo XX. Y ahí está Cambó para articularlo como ministro con Alfonso XIII. Pactan el proteccionismo con los propietarios agrícolas castellanos y andaluces. Pero no consiguen reformar la administración de los aparatos estatales, controlados por funcionarios y políticos instalados de Madrid.

En cambio, ante esta tesis se contraargumenta que los catalanes han tenido fuerza y presencia en el Estado sobre todo desde 1978 poniendo como ejemplo a Pujol en el respaldo a la Constitución del 78. Eso ya significaba influir en el Estado, confundiendo acuerdos de convivencias o pactos políticos puntuales de legislaturas después del franquismo con lo que representa el poder estructural de un Estado en la línea de como lo concebía Weber, y como máximo, como han destacado algunos economistas. Se limitó a transigir aspectos en la política económica por razones de intereses comunes con el agrarismo desde Cánovas. Si se leen los discursos y conferencias de Pujol se apreciará sus diferencias con Tarradellas y cómo su proyecto de “fer país” desembocaba, como ya lo planteó en 1922 Esquerra Republicana, en que para los catalanes el poder de Madrid, y de España, no tiene posibilidad de reforma y hay que marcharse. Lo demás se las trae al pairo. Ante este problema se propone un Estado federal, especialmente por los socialistas, sin que se defina a qué modelo federal se están refiriendo porque tengo contabilizados unos 123 en el mundo. _____________________

Javier Paniagua es socio de infoLibre

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