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Librepensadores

Reservado el derecho de expresión

Pedro Merino Múgica

El anuncio del concierto de C. Tangana en Bilbao incendió rápidamente unas redes ávidas siempre de combustible. Una campaña en Change.org solicitando la "cancelación" del mismo logró más de 15.000 firmas en apenas 24 horas. Y la censura mediática, anómica —magistralmente recogida por Soto Ivars en su Arden las redes— alcanzó su objetivo. Los argumentos son de sobra conocidos, el carácter misógino de las letras del cantante madrileño. Poco probable, desde luego, que el lirismo de su obra sea recompensado con un Nobel de Literatura. La idiocia de sus canciones es inversamente proporcional a la inteligencia que se le supone a un graduado en Filosofía (título que al parecer posee), lo que lleva a pensar que C. Tangana es el enésimo producto manufacturado por la industria cultural.

Lo más llamativo —que no sorprendente— de esta penúltima polémica ha sido ver cómo multitud de perfiles en las redes sociales que hace dos semanas se indignaban ante la censura del concierto de Pastor (o de Def Con Dos, o de Sociedad Alkoholika... la lista, desgraciadamente, es larga) pedían ahora la "cancelación" de la actuación de Tangana. Ojo, cancelación, no censura, que eso sólo lo hacen "los otros". Afortunadamente, esa flagrante incoherencia ha sido denunciada por muchos más, desde los propios Def Con Dos hasta Revista Mongolia, que han llamado a las cosas por su nombre: censura. Y es que la tentación de la censura no es privativa de ningún grupo político, ideológico o religioso.

La libertad de expresión no vive uno de sus mejores momentos en ningún lado. Ningún derecho, ciertamente, carece de límites; tampoco la libertad de expresión (y su principal derivada, la de prensa). De hecho, no son pocas las quejas referentes a que la legislación española, y los tribunales que la aplican, han hecho una interpretación excesivamente restrictiva de estas libertades, aludiendo a cuestiones tan variadas como el derecho al honor, a la intimidad o a la razón de Estado (recordemos que el sumario del 23-F seguirá siendo secreto... hasta 2031).

Sin embargo, no son sólo las legislaciones crecientemente restrictivas (como nuestra ley mordaza, que sigue vigente sin que el PSOE dé muestras de particular incomodidad con la misma) las que atenazan estas libertades, sino el relativismo con el que este principio básico de cualquier democracia (por imperfecta que sea) es manejado últimamente. La libertad de expresión sólo es aplicable irrestricta a los "unos", mientras que para los "otros" existe toda una enorme gama de grises que tamizan dicho derecho.

No debería ser necesario recordar que el principio de la libertad de expresión es, precisamente, la neutralidad ante las ideas expresadas. Chomsky dijo que "si no creemos en la libertad de expresión para la gente que despreciamos, no creemos en ella para nada". Y este aspecto es vulnerado de manera creciente, siempre en aras de una moralidad determinada. Expresiones como la "libertad de expresión es buena, pero no puede estar por encima de... " (aplíquese la causa favorita, desde la nación a la religión, pasando por el feminismo o el veganismo) son emitidas con total naturalidad, sin ser conscientes de que ese tipo de afirmaciones suponen la negación de la esencia misma de dicha libertad.

En unas jornadas para profesores celebradas hace unos meses en Santander en torno a la enseñanza crítica y la memoria histórica, uno de los ponentes defendió el boicot a una charla vinculada a Vox en el Ateneo. El argumento vino a ser que entre todos nos habíamos dado un marco consensuado de convivencia, una especie de "mínimo común de valores", y que las ideas que se encontraban fuera del mismo dañaban dicha convivencia, por lo que era lícito tomar medidas contra ellas. Afortunadamente para la profesión docente, la inmensa mayoría de los asistentes recibió con bastante frialdad este punto de vista. Supongo que a muy pocos de los presentes se nos escapó que, de haberse cumplido a rajatabla este principio a lo largo de la historia, aún andaríamos haciendo caso a algún chamán iluminado en el vestíbulo de una cueva. O, más cercano al tema de las jornadas, los profesores de Historia aún estaríamos glosando las maravillas de la labor civilizadora del Imperio español, y el carácter salvífico y providencial del caudillo. Felizmente, el debate de las ideas siempre traspasa el consenso establecido, y así ha sido como se han dado los avances en todas las ciencias (sociales, naturales o morales). También, ciertamente, algunos de los mayores retrocesos; y es que la libertad es un arma de doble filo.

En realidad, el punto de vista del mencionado ponente y de los hiperactivos censores de Twitter comparten un conservadurismo de fondo, que no deja de recordar al viejo "miedo a la libertad" de Fromm. Permitir que el otro discrepe no tiene nada que ver con contemporizar, ni con la "equidistancia" (una de las acusaciones que los defensores de este tipo de prácticas censoras suelen lanzar a sus críticos). Es, simplemente, permitir el disenso. Y ello es positivo para la democracia no sólo por ser uno de sus elementos constitutivos, sino porque evita males mayores. Y es que eliminar del debate público determinadas posturas las obliga a habitar en la caverna (no sólo mediática), retroalimentándose en su radicalidad y en su victimismo contra lo "políticamente correcto", pudriéndose progresivamente y medrando en el estercolero de lo irracional. No poco de eso tiene el actual auge de ideas misóginas, xenófobas, racistas, autoritarias... que hace apenas una década creíamos ya periclitadas. Esas ideas se arrojaron a los márgenes del debate público y se ignoraron, en lugar de desmontarlas. Prosperaron en las sombras de unas redes sociales cuya propia dinámica genera guetos (y es que la "red de redes" no es tal, sino más bien una mezcolanza de microrredes en las que prima la endogamia), y el resultado es el que vemos a día de hoy.

En definitiva, que las ideas se combaten mediante la crítica razonada, no mediante la censura. Y eso es lo que ha sido el episodio de Bilbao: censura, orquestada por unas redes tan amorfas como anónimas, y que no rinden cuentas ante nadie. Tangana debería tener el derecho a torturar a sus fans (su pésimo gusto musical les hace acreedores de ello), y Def Con Dos el de deleitarnos a sus seguidores. Porque derecho a expresarse, a tocar y a componer tendrán todos, pero ello no quiere decir que sean iguales. Strawberry y los suyos no habrán estudiado Filosofía, pero tienen mucho más que enseñarnos a través de sus letras que la bazofia de Tangana. Sobre política, sobre la actualidad, sobre la vida. Y sobre la libertad de expresión. ____________________

Pedro Merino Múgica es socio de infoLibre

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