Librepensadores

Mayores, ancianos y viejos

Javier Paniagua

Cuando leo en una noticia que “un anciano de 66 años se cayó...”, me digo que esto lo ha escrito una o un periodista de entre 24 y 35 años. Cuando la edad media de vida en España se cifra en 82 años para los hombres y 85 para las mujeres, la perspectiva de los jóvenes es que a partir de los 60 eres ya anciano o, en el mejor de los casos, mayor. España y Europa van hacia el dominio cada vez mayor de los que superan los 67 y se plantea que se tendrá que extender la jubilación hasta los 70, como los profesores, los jueces y fiscales o los funcionarios, si se quiere mantener el sistema de pensiones.

Reclaman los interesados que estas sean adecuadas a una vida “digna” sin saber exactamente qué se entiende por tal. Supongo que se refieren básicamente a poder pagar el agua, la luz, la contribución o el alquiler, comer y cenar mesuradamente todos los días, aprovechar alguna oferta del Imserso cuando este aclare su situación, ir a algún espectáculo de ocio al mes o hacerles algún apaño a los nietos. Manteniendo la gratuidad del ambulatorio u hospital y las medicinas (si eres de Muface con un recargo del 30%) o asistir por una matrícula módica a cursos diversos para jubilados de las universidades públicas o privadas. También disfrutar de rebajas en los servicios de transportes en las ciudades o en la media o larga distancia.

Todo esto está extendido por la mayoría de los países de la UE, incluido el Reino Unido, y el peso de esta población es cada vez mayor, lo que ha potenciado los estudios gerontológicos en medicina, sociología, psicología o las investigaciones sobre enfermedades como el alzhéimer o la demencia senil, dando lugar a lo que pomposamente se llama “Ciencias del envejecimiento”. Al tiempo que aumentan las residencias para estas personas porque sus familiares no pueden, o no quieren, atenderlas, o ellas prefieren vivir en compañía de los de su misma edad para huir de la soledad que asola a muchas personas jubiladas, viudas o viudos. Impresiona visitar alguna de estas residencias y ver cómo viven sus internos, los cuidados que necesitan o las distracciones programadas para que el tiempo trascurra de la mejor manera posible.

Los discursos hegemónicos que se emiten vienen incidiendo en la necesidad de cuidar a los mayores como una manera de devolverles lo realizado con su trabajo y dedicación a lo largo de sus vidas. Se alude a que es necesario mantenerlos y cuidarlos como una cultura de buena humanidad, con referencias a principios religiosos, filosóficos, históricos, antropológicos que forman parte de nuestra cultura y de otras etnias donde el respeto por los ancianos está muy arraigado. Además, se ha descubierto que envejecer es la única forma de vivir mucho tiempo y la literatura ha reaccionado ante el fenómeno.

Decía Jules Renard, escritor que influyó en las greguerías de Gómez de la Serna, que la vejez comienza cuando empezamos a decir “nunca me he sentido tan joven” o, en un sentido positivo, el proverbio que afirma que los árboles más viejos son los que mejores frutos producen. Sin embargo, cada vez está más complicado, y a medida que esta población crece de forma geométrica la práctica y la reacción suscitada no es tan dulce.

Pasa lo mismo que con los turistas, que hasta ahora han sido valorados como fuente de riqueza e intercambio cultural, pero a medida que su número se incrementa se hace insoportable, con colas infinitas para ver el patrimonio o para tener sitio en muchos lugares, y criticamos ese turismo superficial que consume monumentos como si comiera granos de arroz. Toda masificación atormenta y suele ser difícil de gestionar.

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La diputada ecologista holandesa Corinne Ellemeet, nacida en 1976, empezó proponiendo que a los 70 años no se realicen determinadas operaciones médicas por los costos que ello supone para la sanidad pública y su relación con los resultados obtenidos. Pero aún dice más: que a partir de los 75 años ya no se asista a nadie en los hospitales ni se les proporcione fármacos, solo cuidados paliativos o se les facilite la eutanasia. Que la vida dé lo que dé y que si llega a los 90 o más que sea por la propia genética.

Es la vuelta al neomalthusismo porque se interpreta que el aumento de la población dependiente puede causar una pérdida importante en el nivel de vida de toda la población por la cantidad de recursos que consume. En estas circunstancias, como en las grandes catástrofes, he empezado a acumular medicinas por si acaso, y a crear una célula clandestina de médicos, como en los viejos tiempos.

Javier Paniagua es socio de  infoLibre

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