Librepensadores

Ellos también

Antoni Cisteró García

El debate, sí bueno, el debate. Miro el diccionario. Discusión en la que dos o más personas opinan acerca de uno o varios temas y en la que cada uno expone sus ideas y defiende sus opiniones e intereses. Encaja: todos hablaron de lo suyo, sus “sus” de todo; nunca lo nuestro, nuestras. Así les fue. Me fijé en los participantes y cómo se esforzaban en actuar de cara al espectador repantingado en su sofá, cerveza en mano. El alto y guapo baloncestista, el taimado zorro de cola lacia, el musculitos macho-macho, el del adoquín. Y el otro. Y pensé, ¿qué tienen todos en común? Costó, pero al fin encontré un punto en común: todos ellos, también, defecan.

No es una boutade. ¿Hay método más certero para desmitificar, por ejemplo, a alguien vestido de blanco que presume de hablar excátedra, que imaginarlo en el retrete, incátedra, frunciendo el ceño y esforzándose al máximo? No pretendo denigrar a nadie ni ninguna idea, pero sí que intento dar una modesta visión de que aquellos de la tele, el del balcón pontificio y también yo mismo o mi vecina del tercero, somos simplemente humanos.

Entonces, ¿por qué se personaliza la acción política? Son los principios, su gestión, los que cuentan, no las personas que, bien o mal, la lleva a cabo. Cuando hay un atropello en un semáforo mal puesto se dice: “Es que Colau…”. No se habla del plan viario, ni de urbanismo: “Es que Colau…”. E igual con los del debate: Es que Sánchez está en contra o a favor; Rivera quiere el 155, etc… Y no es eso, al menos a mi entender. Es el PSOE, es Ciudadanos o el PP, es Podemos, el que, en el hipotético caso de alcanzar el poder, llevarán a cabo una u otra política. Y no solo porque quieran o no, que hayan mentido o lo crean de corazón, también dependerá de la relación de fuerzas parlamentarias e incluso del contexto internacional. Y sí, claro, también de la mayor o menor capacidad de los Sánchez, Rivera, Casado o Iglesias. También se defeca en la gestión.

Frente al camino usual, promovido por los medios de comunicación: líder – partido – voto, sugiero el inverso: problema – solución – gestor. Si la falta de tiempo o ganas nos acucia, en el primer caso nos quedamos en la idolatría; en el segundo en la reivindicación.

Pienso en ello cuando veo reportajes dónde la gente pierde el culo (nunca mejor dicho) para salir en una foto con un político prominente o el obispo de la diócesis. Selfies con sonrisas propias de los triunfos de caza mayor. Quizá un primer paso para una mayor participación ciudadana y para una renovación verdaderamente democrática, sería imaginarlos a todos –pedir una foto sería demasiado -, en la posición indicada al principio. Son gente como cualquier otro hijo de vecino. Sus oropeles, guardaespaldas, banderitas y otros aditamentos son sólo eso, la seda sobre la mona. La mayoría buena gente, pero eso, gente. Ni salvadores ni magos; gente. Invirtamos pues la pirámide actual, con un líder en la cúspide, un cuerpo enclenque y una base invisible. No pasemos del Pedro, Pablo, el otro o Albert, a los partidos y de éstos a los atónitos ciudadanos a los que se les pide el voto. Partamos de la educación, de la sanidad, de la dependencia o las pensiones, de la gente que lo vive; luego pasemos a los programas y su historial de cumplimiento y, finalmente, fijémonos en las siglas del membrete del papel que tenemos entre manos. Si queda tiempo, recordaremos el semblante de quién los lidera. Solo así alcanzaremos a mirarnos a los ojos y preguntarnos sinceramente: ¿sabemos dónde vamos? ¿sabemos cómo podremos ser dueños de nuestro destino? ¿Lo saben ellos?

Y luego, emitamos el voto. ______________

Antoni Cisteró García es socio de infoLibre

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