Librepensadores

Desafección

Santiago Rodríguez

Recientemente he ido a hacerme unos análisis de sangre al Hospital Ramón y Cajal de Madrid. A ojo, entre las ocho y media y las nueve, conté más de cien personas para ser atendidas por diez enfermeras y enfermeros. Aunque había muchas personas mayores y algunos jóvenes, la mayoría eran personas de mediana edad. Pero todas tenían una característica común, eran de extracción humilde.

Cuando me tocó mi turno, mientras me extraía sangre, le pregunté a la enfermera si era normal que hubiera tantas personas. No es la primera vez que me hago análisis en este hospital, pero sí es la primera vez que veía tanta masificación, tantas personas esperando tanto tiempo a que les tocara su turno.

La enfermera me contestó que era debido a que, al parecer, los médicos preferían centralizar las analíticas en el hospital de referencia y no en los centros de salud. Lamentablemente, la imagen me transportó a mi infancia, a finales de los años sesenta y comienzo de los setenta, cuando las personas humildes de estos barrios y distritos acudíamos a hacernos análisis de sangre al ambulatorio de San Blas, en lo que antes era la Avenida de los Hermanos García Noblejas, de Madrid. Llegaras a la hora que llegaras, normalmente antes de las ocho de la mañana, aquella enorme sala de espera siempre estaba atestada de personas esperando su turno.

En las últimas elecciones, las del 28 de abril, según el artículo “¿De qué sirve abstenerse o votar en blanco?”, de Fernando Varela, publicado en este medio, más de diez millones de personas decidieron no participar en las elecciones, bien porque se abstuvieron, votaron en blanco o votaron nulo. No soy sociólogo, ni politólogo, pero a mi modesto entender, la mayoría de estas personas son de extracción humilde. Y si estas personas deciden no participar y negar sus votos a los partidos de izquierda, que son los que pueden dar una respuesta a sus legítimas demandas y a sus necesidades reales, es que algo están haciendo mal estos partidos. Y eso que están haciendo mal es la causa de la desafección de sus votantes.

Una de las cosas que están haciendo mal los partidos de izquierdas es generar entre sus votantes la sensación de abandono. Muchas de las políticas que ha hecho la izquierda en Europa y España, han sido un calco de las políticas que la derecha ha aplicado en otros países de Europa a raíz de la victoria de las tesis neoliberales abanderadas por Reagan y Thatcher en los lejanos 70 y 80 y que se resumen en la trilogía del capitalismo actual: desregulación, liberalización y privatización. A modo de ejemplo, el PSOE, que fue el responsable de haber impulsado e implantado el Sistema Nacional de Salud, uno de los grandes avances del Estado de bienestar en este país, en connivencia con las políticas neoliberales impuestas por la derecha en Europa, por acción u omisión, ha permitido el paulatino deterioro de este sistema, a través de las externalizaciones, las privatizaciones y el fomento de los seguros privados de salud. Cuya traducción práctica es que más de cien personas estén esperando para un análisis de sangre en uno de los mejores hospitales públicos de Madrid.

Otra de las cosas que está haciendo mal la izquierda, y que causa la desafección de las clases populares hacia sus partidos políticos, es su falta de presencia sobre el terreno. La vida parlamentaria está muy bien y es necesaria e imprescindible, pero hay que pisar la calle, y no sólo en campaña electoral. Hay que ir a los barrios donde viven las clases humildes para enterarnos qué problemas y qué necesidades tienen. Hay que escucharles y trasladar sus demandas al Parlamento. Ya sabemos que los partidos de izquierda tienen muchos debates y muchas consultas internas, para decidir sobre muchas cosas entre sus inscritos, afiliados y militantes, pero no nos olvidemos que lo primero es atender y satisfacer las demandas y las necesidades de nuestros votantes naturales, las personas necesitadas, las clases populares, las clases trabajadoras.

Hay más causas de desafección. Pero a mi entender, una de las más dolorosas es la disputa a gritos entre los partidos de izquierda. Que estas organizaciones se despellejen en público, que basen su campaña en criticarse y desacreditarse públicamente, no deja de ser desalentador para todos sus votantes. Todo esto genera un gran hartazgo que para muchos se termina traduciendo en la abstención, el voto en blanco o el voto nulo, vamos, en no participar. Un hartazgo que casualmente no es el mismo en la derecha. Ellos se pueden llamar de todo en público o en privado, pero llegado el momento se ponen de acuerdo, de cualquier manera y con cualquier fórmula. Sea en coalición, en colaboración, en cooperación o en “jerigonza”. Basta ver lo que han hecho en Andalucía y Madrid, capital y región. Por cierto, a lo mejor la izquierda debería actuar de la misma manera y plantearse que lo importante no son los sillones. Que a lo mejor basta con el apoyo parlamentario para que se puedan desarrollar las políticas que beneficien a las clases populares.

Sin embargo, lo más grave de todo esto no es que termine derivando en altas dosis de desafección hacia los partidos de izquierda. Lo más grave son los riesgos que corremos.

Uno de estos riesgos es que este hartazgo termine cansando y desalentando también a ciudadanos conscientes, críticos, comprometidos y luchadores. Aquellos que comprenden que más de cien personas esperando para un análisis de sangre en la sanidad madrileña es la consecuencia de determinadas políticas diseñadas y ejecutadas por la derecha, con la abstención o el silencio de algunos partidos de la izquierda.

El otro riesgo, aún más grave, es que de la misma manera que el hartazgo puede terminar derivando en desapego a la política, puede también terminar en desapego a la democracia y esto son palabras mayores. Por un lado, porque esta es la puerta de entrada para que la extrema derecha y el fascismo gobiernen. Por otro lado, porque significaría que los partidos de izquierda no han sido capaces de hacer comprender a las clases populares que la democracia es la herramienta fundamental para cambiar y orientar las decisiones políticas a su favor. Siempre y cuando, claro está, que los partidos de izquierda estén dispuestos a hacer caso al voto que reclamaron y obtuvieron en las urnas.

Por favor, no nos vuelvan a fallar.

Santiago Rodríguez es socio de infoLibre

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