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¿Enroque hiperespañolista o diálogo político?

Amador Ramos Martos

En ajedrez, los desatinos estan ahí en el tablero listos para ser cometidos y el vencedor de la partida es quien comete el penúltimo error”. (Savielly Tartakower)

El resultado electoral del 10-N, aunque sin grandes cambios cuantitativos en los bloques ideológicos en litigio, provocó en el de la derecha otros cualitativos sustanciales. Un hecho impensable hace un año pero que los últimos sondeos preelectorales detectaron como plausible.

En este largo carrusel electoral, las urnas han dejado en evidencia la volatilidad del voto. Y la solidez solo aparente de la arquitectura de la que gozaron PP Y PSOE hasta la irrupción del pluripartidismo. El 10-N volvió a confirmar el techo electoral del PSOE, enfrió las expectativas de UP, hizo emerger en torno a Vox un peligroso neofascismo oculto en la “ultraderecha española” (un “urnazo” inquietante) y provocó el hundimiento de Ciutadans y (usar tono de coña) la inhumación de su “carismático” líder Albert Rivera en la tumba del olvido.

Una constelación de circunstancias que han dejado a Pedro Casado y al PP desconectados de su espacio natural de centroderecha ideológico y desubicados en el nuevo escenario político. Con el único y temible referente de Vox, su hoy por hoy no sabemos bien si competidor o socio (un oxímoron) a su derecha. Un escenario que va a obligar, a líder y partido, a reubicarse y reconsiderar su estrategia política.

Un rol incómodo y crucial para la estabilidad y equilibrio de nuestra democracia, y para el que Pablo Casado en mi opinión no está capacitado, y del que va a depender la credibilidad y viabilidad política del centroderecha. Hoy por hoy, en deriva absurda e incomprensible hacia espacios de ultraderecha condicionado por la competencia amenazante de Vox.

Una circunstancia que lo invalida como interlocutor en sus reclamados pactos de Estado. Pactos imprescindibles en la solución política de un problema como el de Cataluña. Hoy por hoy enquistado pero no irresoluble. Y que, paradójicamente, no constituye una de las preocupaciones prioritarias de los españoles que consideran a nuestra clase política, tras el paro, el segundo problema nacional. Y que aquélla, no dándose por aludida, ignora olímpicamente.

Un problema el catalán, cebado a sabiendas por los intereses partidistas de nuestra desacreditada y problemática clase política con el recurso al visceral fervor nacionalista: la dieta básica de los enrocados en las esencias de sus excluyentes nacionalismos. Un conflicto que desde hace una década desgasta y deslegitima a nuestras instituciones, bloqueada –tras la judicialización del conflicto– su salida política.

Tras la oposición de Rajoy y el PP a la reforma consensuada del Estatuto de Cataluña y su posterior tancredismo tras el fallo del Constitucional, su sucesor, Pablo Casado, solo ha contribuido a empeorar el problema. Hace tiempo que aquél, de forma desatinada y preocupante (al igual que Rivera) empezó a mostrar síntomas del síndrome hiperespañolista.

Una variante endémica entre la derecha nacional de patrioterismo enconado, cuya causa reside en la versión anómala de un sentimiento nacionalista exclusivo y excluyente que se trata de imponer al resto de ciudadanos. Un síndrome causante de la actitud crispada, los insultos y acusaciones calumniosas de golpismo a Pedro Sánchez, por parte de un Pablo Casado reconvertido en enardecido bocazas tabernario.

Lo que deja en evidencia sus limitaciones para encauzar las políticas y maneras de ejercerlas, que el país necesita y demanda en estos momentos.

Y hago una inciso para que nadie se llame a confusión. A quien esto escribe, un “ciudadano español” de los de a pie, la vivencia de su gentilicio nacional no precisa de adjetivos cargados de visceralidad nacionalista ni patriotera. Lo que no obvia (aunque no lo entiendo) mi respeto a los que gustan de hacer exhibicionismo de estos. Siempre eso sí, que recíprocamente… se respeten los parcos patriotismos (como es mi caso) de otros.

Pero volviendo al tema. La actitud cínica de Pablo Casado intentando cargar en exclusiva sobre las espaldas (anchas, por cierto) de Pedro Sánchez la responsabilidad del fracaso de los pactos de investidura, y su mezquino reclamo a los viejos paquidermos y barones socialistas de: “la vuelta del PSOE histórico y sensato”, es impropia de un líder político.

Una maniobra rastrera que evidencia la mediocre ralea política del personaje. El PSOE en bloque debiera haber respondido de forma contundente a las intromisiones de Casado en el partido. Algo que de forma lamentable no ha ocurrido. Lo que pone de manifiesto la crisis latente de cohesión de las dos almas (federalista y jacobina) del PSOE con algunos de sus barones y paquidérmicos líderes a la cabeza.

El PSOE (o parte del mismo), desde una falsa y peligrosa equidistancia, no puede ignorar la complicidad activa y tolerancia hacia Vox por parte de Casado y, a su vez, satanizar cualquier intento de diálogo de Sánchez e Iglesias con el independentismo en la búsqueda de una salida política al conflicto. La única salida posible, le guste o no a Alfonso Guerra, es… ¡diálogo, diálogo, diálogo!... que defiende esa rara avis del “viejo PSOE” que es el expresidente Rodríguez Zapatero. Frente a la opinión, una más entre muchas, del jacobino Alfonso Guerra.

Fue humillante para muchos demócratas, que mientras Pablo Casado se ensañaba con Sánchez berreando la interpretación petrificada de su patriotero constitucionalismo, se exhibiera en Colón de la mano de Rivera (RIP políticamente) y de Abascal (exhumador del franquismo residual subyacente en la sociedad española). Un desatino más, que ni Pedro Arriola –exgurú de Aznar y Rajoy– y otros miembros de su propio partido entienden.

Por si quedaba alguna duda acerca del “constructivo y flexible espíritu constitucional” y la visión de futuro de este "prometedor estadista”, no debiéramos olvidar que horas antes de la jornada electoral del 28-A, a la desesperada y en el último momento, ante el posible sorpasso de Ciutadans y el temor al auge de Vox, Casado ofertó a Abascal la posibilidad de integrarse (si sumaban con Ciutadans) en un presunto gobierno de la nación para desalojar a Sánchez.

Sorpasso frustrado de Rivera, pero auge confirmado de Vox tras el 10-N que han dejado a Pablo Casado a los pies de los cuadrúpedos neofascistas de Voxpies. Debiera preocuparnos, y mucho, el silencio mantenido hasta ahora por el PP ante el cúmulo de desatinos (dando alas a Vox) cometidos por su líder.

¿No fue consciente la cúpula del PP de los mismos? ¿Por qué no sonaron las alarmas dentro del partido? ¿Apoyan los barones del PP la deriva ultraderechista de su líder? ¿Se identifican con el discurso y actitudes de Vox? ¿A que juegan Casado, los barones y el partido?

Ante la toma de conciencia de las consecuencias potenciales del abandono del espacio de centroderecha ocupado durante el bipartidismo, y el riesgo de radicalización de su discurso en competencia con Vox, se esbozan ahora por parte de algunos barones del PP intentos de reacción, pero en la dirección equivocada y recurriendo a imposiciones espurias.

Feijóo, el sempiterno as en la manga del PP, no puede venir ahora alarmado histéricamente exigiendo al PSOE un gobierno de coalición. Sobre todo, si lo condiciona a la ruptura de la que éste intenta fraguar con los “comunistas”. Un eufemismo cargado de mala leche y cainita retintín (reconvertido en mantra del PP con el que intenta descalificar a Unidos Podemos), mientras cínicamente ignora los pactos vergonzantes de su partido con el neofascismo de Vox.

Y un apunte final. A pesar de los errores o desaciertos iniciales derivados de la inexperiencia y falta de rodaje en el terreno minado de la política (se va aprendiendo en el camino) Podemos fue, y sigue siendo, un chorro de aire fresco en el aire viciado de la política nacional. ¿Cómo estaríamos ahora si UP no hubiese aparecido en un escenario político dominado “a pachas” y de forma confortable por el bipartidismo?

Hay que rehabilitar la democracia deslegitimada por sus servidumbres de poderes no democráticos. Hay que reivindicar enérgicamente el compromiso honesto político entre los ciudadanos y sus elegidos, tan necesario en estos momentos. La falta del mismo bien por omisión o acción de los segundos, condujo al descrédito de la actividad política, a la desafección ciudadana hacia sus representantes y a la devaluación del fin último de la democracia: el bienestar individual y colectivo de la ciudadanía.

¿Se sumarán responsable, democrática y constructivamente el PP y la vieja guardia del PSOE al tan necesario y demandado diálogo político junto al resto de partidos, incluídos los independentistas de ERC, en la búsqueda de una solución, o seguirán enrocados en su “ síndrome hiperespañolista” contra Cataluña hasta cometer su último e irreparable error?

P.D.: Acabo de conocer la sentencia del Tribunal de Luxemburgo respecto al affaire de la inmunidad de Junqueras. Vaya papelón el del Tribunal Supremopapelón. Este no es el camino simplista y unilateral hacia la solución de un problema complejo y multilateral en que algunos (enrocados judicialmente) se empeñan. ______________

Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

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