Librepensadores

La familia reunida

Antonio García Gómez

…para comer, para cenar, a diario, salvo fuerza muy mayor.

Desde que soy capaz de recordarlo siempre comíamos juntos, mis padres, mi hermana y yo, reunidos a la hora de la comida del mediodía y también a la hora de la cena, con puestos asignados para cada uno sin que cupiese otra posibilidad en la colocación. Incluida la radio, por descontado, que ocupaba un lugar destacado, sobre una repisa de madera, clavada a la pared, a la cabecera, por encima de mi padre que también presidía la mesa, muy atento a la hora del “parte”, justo antes de iniciar el almuerzo tras una breve oración de bendición y de ofrecer gracias por los alimentos puestos sobre la mesa, con el pater familias ejerciendo de tal cortando las rebanadas de pan, las debidas, ni una de más ni de menos porque, al cabo, el pan era… de Dios y solo se desechaban las migas esparcidas sobre el  mantel.

Así pues, al menos en mi casa y creo que otras muchas conocidas de entonces, se seguía esa costumbre con cierto rigor y con naturalidad, fieles a los horarios y a que las reuniones familiares alrededor de la mesa para comer o cenar se respetasen.

Cocinada y servida pues la comida (por mi madre, que había decidido el menú de cada día), se practicaba el ritual de la comida con apetito y de acuerdo a las normas elementales de educación, respeto y buenos modales.

Aunque hubiese comidas que a uno no gustaran. Recuerdo que yo no podía ni con las judías verdes ni con las pencas de las acelgas. Y entonces a mí me servía solo patatas y solo lo verde de las acelgas. Y yo me lo comía sin protestar demasiado y engullendo mucho pan y mucha agua para que pasara mejor… el mal rato.

Y tampoco acababa de dejar los huesos de las chuletillas suficientemente limpios, porque la grasa y la ternilla no acababan de gustarme y entonces mi padre insistía en que “no sabía comer” y que, además “eso era lo mejor” y, mi padre, dando ejemplo, se hacía con las chuletillas mal comidas y dejaba relucientes de briznas, grasa y tonterías de niño que “no sabía lo que era bueno”.

Hoy, y no es la primera vez que lo compruebo, además de que la costumbre de que la familia coma o cene reunida resulta muy remota, muchos adolescentes e incluso niños, deciden qué es lo que comen o no, en sus horarios predeterminados, al menos estando en sus casas, reduciendo sus dietas a muy pocos alimentos o platos cocinados.

Concretamente estos días una jovencita me aclaraba muy rotunda que a ella “el pescado no le gusta ninguno, de la carne solo la pechuga de pollo", aunque en realidad su alimentación se basaba prácticamente en la ingesta diaria de pizza. De la verdura y la fruta ni hablar, “¡puaff!”.

De hecho, esta Nochevieja era lo que la joven pensaba  cenar: una pizza. Y que su familia comiese cada uno lo que le apeteciera.

Y uno ha terminado, algo estupefacto, por pensar que además de ser muy poco saludable esa alimentación, debe ser muy triste y estúpido perderse el placer de alimentarse con variedad, gusto e interés en los diversos manjares que uno pueda prepararse, sean caros, baratos, sencillos, elaborados, humildes o sofisticados.

Amén de haber dado por perdida la costumbre de reunirse, a diario, frente a frente, la familia para practicar la ceremonia ordinaria de alimentarse en compañía, charlando, intercambiando noticias, pareceres, opiniones… entre bocado y bocado.

Tiempos modernos no exactamente más ¿evolucionados, placenteros, inteligentes? _____________

Antonio García Gómez es socio de infoLibre

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