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Pin parental: una batalla en una larga guerra

Pedro Merino Múgica

Si bien la comunidad educativa ha respirado aliviada ante lo que parece ser un corto recorrido del pin parental, convendría no hacer una lectura tan optimista de la situación. Y es que no hay motivos para ello, si abordamos la cuestión con un poco de perspectiva.

Para empezar, ni es "pin parental" (una muestra más de la creciente habilidad de la derecha para recurrir al eufemismo y, al tiempo, marcar el campo –semántico– del debate), ni es "polémica" (al menos, en la comunidad educativa, donde existe un rechazo unánime a la ocurrencia), ni es "nueva". Y es que, en cierto modo, la censura del sector ultraconservador (que es lo que es el famoso pin) lleva años vigente: concretamente, desde que la Lomce se cargó de un plumazo Educación para la Ciudadanía, con argumentos muy similares a los usados por Vox. Conviene recordar que los sectores más conservadores de la derecha lograron que contenidos tan peligrosos y disolventes como la fiscalidad o la organización del sistema político quedaran virtualmente desaparecidos del currículo de la Educación Secundaria Obligatoria, más allá de referencias puramente tangenciales (o en optativas). Y está muy claro a quién le interesa que un alumno no tenga la posibilidad de reflexionar sobre la progresividad de los impuestos, o sobre la representatividad de las instituciones...

En realidad, la educación ha sido y será siempre un campo de batalla. Eso es inevitable y no necesariamente negativo. Pero lo que es peligroso es que los –necesarios– debates sobre la educación queden bastardeados por una "neolengua" que la ultraderecha está teniendo notable éxito en emplear. Y para plantear una batalla en este sentido, conviene ser escrupulosos en el uso de los términos, de los argumentos... y de la autocrítica.

Porque una de las cosas más sorprendentes es que los planteamientos de Vox son en buena medida herederos de dos de las corrientes mas inanes de la izquierda de fin de siglo. En primer lugar, su visión de los docentes como meros transmisores acríticos de una supuesta ideología estatal no es sino un refrito de las ideas de Althusser de la escuela como parte de los "aparatos ideológicos del Estado", cuya función era ayudar a la perpetuación del orden establecido. Una interpretación escolasticista y determinista del marxismo que, contra todo pronóstico, tuvo cierto predicamento, pese a lo zafio de su análisis. En Escuela o barbarie (libro que todo docente debería leer), Carlos Fernández Liria hace un magnífico recorrido por esta cuestión.

Pero los planteamientos ultraderechistas también beben de las corrientes postmodernas. El postmodernismo ciertamente tuvo la virtud de mostrar las insuficiencias del proyecto ilustrado (por ejemplo, lo reduccionista de su concepción del ciudadano como un mero trasunto del varón, occidental, de clase media...); pero en esa tarea de crítica, el proyecto colectivo acabó fragmentándose en una miríada de proyectos parciales, centrados en la identidad, que han mostrado su capacidad para lograr avances en muchos de esos campos... mientras se retrocede en lo común. Además, el argumentario ultraconservador bebe paradójicamente también de la postmoderna teoría del discurso, que profundizó en un relativismo en ocasiones rayano con el nihilismo. En el fondo, no deja de ser un curioso retorno a los planteamientos antiliberales de Maistre. Para ese viaje quizá no eran necesarias tantas alforjas.

Así, las propuestas de Vox (y no sólo de ellos) beben de estas dos corrientes (además del tradicional catolicismo ultramontano). Su uso torticero del lenguaje les permite presentar como libertad lo que no es sino censura. Y al tomar la iniciativa pone al resto de la sociedad a la defensiva, marcando el campo de juego antes de haber comenzado siquiera el partido. ¿Se atreverá el Gobierno a adoptar alguna medida laicista? ¿Qué tormentas desatarán la derecha y la ultraderecha (cuyas fronteras son cada vez más etéreas en estos ámbitos) ante propuestas tan necesarias como retirar los conciertos educativos a los colegios que segregan por género? ¿O hacer lo posible –Constitución mediante– para limitar la hoy en día injustificable situación privilegiada de la religión católica en las aulas y los 700 millones de euros anuales que implican para las arcas del Estado?

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A la hora de abordar estas y otras muchas batallas que se plantearán en un futuro cercano, hay dos aspectos que marcarán las posibilidades de éxito. Una será hacer pedagogía, no aceptando los términos en los que la (ultra)derecha buscará plantear estas cuestiones. Otra, que el argumentario utilizado vuelva a utilizar un lenguaje acorde con el proyecto ilustrado (reconociendo sus limitaciones, de acuerdo) y no recurriendo al relativismo que la derecha ha aprendido a usar con éxito. Los ultraconservadores saben que ya tienen perdida la partida de "convertir" a su cosmovisión a buena parte de la sociedad. Sin embargo, lo que sí buscan es mantener sus prebendas y privilegios sociológicamente hoy injustificables (dada su escasa representatividad), que les permiten jugar con ases en la manga, coartando libertades ajenas. En esa batalla, tenemos mucho que ganar recuperando argumentos universalistas, verdaderamente progresistas, y evitar los relativistas, que siempre acaban desvelándose como un fiel aliado del statu quo y del conservadurismo.

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Pedro Merino Múgica es socio de infoLibre

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