Librepensadores

La inteligencia artificial

Mario Diego

Después de haber asistido en las fábricas a la llegada de robots, en los años ochenta, para substituir a las y los trabajadores que efectuaban tareas cotidianas repetitivas en las líneas de producción o cadenas de montaje, y veinte años después de la victoria de Deep Blue —ordenador IBM— sobre el campeón de ajedrez Kasparov, otra máquina, AlphaGo, propiedad de Google, se proclamó campeona del mundo del juego de tablero chino, GO, juego considerado muy difícil de dominar.

Algunos medios se precipitaron a la hora de recoger en sus titulares, convirtiéndose en portavoces de los geeks californianos, que la inteligencia artificial (IA) podía prescindir de la ayuda humana. Más allá de que la IA suscite entusiasmo o inquietud, parece ser que esta tiene cada vez más importancia en nuestra sociedad; no obstante, la IA, en lugar de ser considerada en general, como un progreso considerable permitiendo la ampliación de las capacidades del cerebro humano, se percibe como una amenaza a corto plazo para millones de empleos en el mundo.

Lo menos que se puede decir sobre la noción de inteligencia artificial es que dicha noción es una exageración, no tiene nada que ver con la inteligencia humana. La IA tiene la capacidad de pronosticar resultados cometiendo menos errores y mucho más rápido que la inteligencia humana; no obstante, es incapaz de comprender y aún menos de innovar. Establece correlaciones entre diferentes fenómenos sin comprender los vínculos causales que los relacionan y cuando se encuentra con una situación inédita, la máquina fracasa.

Hay quienes ya anunciaron la desaparición del trabajo e incluso llegan a dar inverosímiles cifras porcentuales sobre el número de empleos que desaparecerán, más propias de un ejercicio de videncia que de un estudio serio honorando sus diplomas. Otros se preocupan por la invasión de la IA en nuestras vidas privadas, teledirigida y utilizada por las empresas como Google, Facebook o Amazon, acusadas de espiar al conjunto de la población mundial recolectando, compilando y almacenando sus datos personales.

Sin embargo, debatir de cualquier técnica, por muy eficiente que esta sea, haciendo abstracción de la sociedad en la que dicha técnica ha aparecido, de las condiciones sociales existentes a la hora de aplicarla y de quién es el principal beneficiario de su aplicación, es un sinsentido. Detrás de los progresos tecnológicos que han permitido a la IA dar un salto cualitativo espectacular, encontramos en un extremo la explotación de la clase trabajadora, y la acumulación de los beneficios en el otro.

Detrás de la imagen guay de los fundadores de las firmas Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft se esconde otra realidad: la explotación. Las plantillas que necesita esta industria digital tanto para el mantenimiento de las estructuras en Silicon Valley, como las que necesita para proveer los miles de toneladas de semiconductores y toda clase de componentes electrónicos y también de materia prima para fabricarlos, —cobre, coltán o estaño— extraídos y transformados en las peores condiciones laborales que podamos imaginar, sufren al máximo la explotación.

¿Si la digitalización y la automatización han sido la causa de la supresión de empleos, cuántos han desaparecido debido al cierre de empresas por reestructuraciones, deslocalizaciones o del incremento de la productividad, sin la presencia en esas empresas de robots o programas informáticos inteligentes?

La introducción de máquinas permitiendo acelerar la producción caracteriza al capitalismo desde sus orígenes, ocasionando dolor y pena para las clases populares. Sin embargo, la causa principal de la supresión de empleos, por mucho que se diga, no es la automatización de la producción, sino más bien el incremento de la explotación en el marco de una economía en crisis y estancada.

Mientras los medios de producción estén en manos privadas capitalistas, el incremento de la productividad alcanzado mediante máquinas inteligentes, o no, no podrá beneficiar a quienes los utilizan y los inventos que podrían reducir el carácter penoso del trabajo serán utilizados para incrementar la explotación de la clase trabajadora, no para aliviarla.

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Mario Diego es socio de infoLibre

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