Librepensadores

Abolir no es prohibir

Jesús Moncho

«Abolir no es prohibir». Excelente frase, entre otros u otras, de Mabel Lozano, valiente luchadora contra la explotación y degradación prostitucional. Apropiadas palabras y conceptos, que no tratan de solventar la cuestión ipso facto, pero que ponen la problemática en una tesitura de partida para su solución más que aceptable.

En efecto, prohibir la prostitución, en el estado actual de cosas, es atacar al más débil, el ofertante de prostitución, que normalmente se mueve en una situación de necesidad o precariedad. La prohibición significa dejarlo/la en la misma posición y capacidad en que se encontraba y con pocas posibilidades de cambio y mejora, o quizás implique empujarlo/la a persistir en un submundo todavía más profundo.

Por lo tanto, si nos marcamos el objetivo de la erradicación de la prostitución y el fin de la vejación que comporta, se tendría que adoptar una línea de actuación que, aunque requiera tiempo y esfuerzos, nos lleve a resultados significativos y permanentes, es decir: abolir (la prostitución) no es prohibir, es dotar de derechos a las personas víctimas de dicho proceso de prostitución.

Primero que nada, la abolición no es un fin en sí mismo, sino un instrumento que permita trabajar de forma coherente en un ámbito global, en el seno de la sociedad, en aras de obtener una reinserción eficaz de las víctimas; además de una prevención, con especial incidencia en sectores vulnerables, y una formación-educación del conjunto de la sociedad sobre la problemática. Y esto son leyes, implantación de una legislación que posibilite la consecución de tales objetivos. Entre las metas principales: acabar con el tráfico y comercio de personas, dotar de recursos materiales y no materiales a las víctimas, más su defensa y orientación hacia un nuevo mundo o contra recaídas.

Está claro que se hace patente la persecución y descrédito del consumidor de sexo pagado, porque posibilita la mercantilización, cosificación y violencia estructural establecida o permitida contra personas vulnerables. Considerando que la prostitución es un fuerte obstáculo a la igualdad y dignidad de las personas, además de ser violencia contra el débil, y que la víctima no puede pervivir o ser abocada en submundos escondidos lejos de los derechos que nos humanizan a todos.

No es una tarea de un día para el otro. Es de largo recorrido. Pero se estarán asentando las bases para que la sociedad no vea, no considere, la prostitución como una cosa más de nuestra realidad, una cosa normal o realizable, y se sienta impelida a huir de su demanda, de su oferta, de su práctica. Habremos andado hacia el respeto y la igualdad de las personas, sobre todo de las más vulnerables, que, seguramente, necesitan el esfuerzo de todos.

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Jesús Moncho es socio de infoLibre

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