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Autorresponsabilidad

Gonzalo de Miguel Renedo

En 1961, en su discurso de investidura como presidente de los EE.UU., John Fitzgerald Kennedy pronunció una frase antológica: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”. Por cierto, que el propio Tolstói ya recogía ese espíritu de autorresponsabilidad cuando afirmaba que “al entablar una relación con el ser humano, no pensarás en qué y cómo podría serte útil esa persona, sino en qué y cómo puedes serle útil tú a ella. Hazlo sólo así y en todo prosperarás más que si te preocuparas únicamente de ti mismo”. No sé, pero mucha similitud para un presidente adulto, que diría Gila. Todo esto viene a cuento de la pandemia que nos azota y de la que saldremos, eso seguro, pero no sé si mejor, peor o igual que antes, todo irá en función de nuestra serenidad y valentía.

La gente, qué es la gente sino nosotros mismos vistos desde fuera, debe concienciarse, debemos concienciarnos, de que la solución a este mal reside en nuestra actitud responsable y solidaria. Quiero decir que dejen de coger papel higiénico de manera compulsiva y egoísta, que pongan freno a esa tendencia endémica a salvar el propio culo por encima de todas las cosas, un mandamiento grabado en las cabezas más que el Decálogo. ¡Contrólense un poquito, coño!

La gravedad global del coronavirus no radica tanto en la virulencia del bicho en cuestión como en la fortaleza de los distintos sistemas nacionales de salud para hacerle frente. Pero no solo. Ocurre con los países lo mismo que con las personas: lo que en unos puede acabar en un mero resfriado, en otros, por padecer las ya famosas patologías previas (y la privatización es una) puede derivar en una neumonía letal. Basta comparar la cobertura sanitaria universal y gratuita de países como España, con la gravosa asistencia elitista y privada que se brinda en naciones ricas como la neoliberal EE.UU., en donde la falta de disponibilidad de laboratorios para hacer los test de la enfermedad ha favorecido la propagación del virus de costa a costa. Veremos cómo acaba el todopoderoso americano, un gigante con pies de barro.

Ya en clave nacional y sin que la loa anterior abone nuestro ombligo más de lo necesario, hay que recordar que quienes sostienen con su labor y entrega nuestro sistema nacional de salud no paran de lanzarnos un SOS, nos están diciendo que si ellos perecen, perecemos todos, pero no por el resfriado en sí, sino por el colapso de todo el edificio sanitario público. “Quédate en casa”, es su grito de guerra y este debiera ser el principal reto de la ciudadanía en este momento: quedarse en casa para no ayudar a propagar el virus de manera innecesaria. Nuestro sistema sanitario es mejor que otros pero no infalible. Si los médicos y médicas, enfermeros y enfermeras y el resto de personal, si ellos caen enfermos, ¿qué será de nosotros? Lo primero son ellos y luego los demás. Les pondré un ejemplo ilustrativo, o eso creo: en los aviones, en caso de despresurización, se pide a los pasajeros adultos que se pongan ellos primero sus mascarillas de oxígeno, y solo después ayuden a las personas que no pueden hacerlo correctamente, como niños y ancianos. ¿Por qué? Ya pueden imaginarlo, porque los primeros instantes resultan cruciales para no perder el conocimiento, y en tal caso, ¿qué será de los niños y ancianos? ¿Qué sería de todos? 

Ante una alerta global como la del Covid-19, debemos recordar las palabras de Kennedy, y no solo preguntarnos cómo y cuánto debe satisfacernos nuestro sistema público de salud, sino cómo y cuánto podemos aliviar su funcionamiento con un comportamiento más responsable y cívico.

Y una oda final sobre las mascarillas, sobre su uso obligatorio. Su utilidad parece que resulta nula para no ser contagiado, pero sí se demuestran eficaces para no contagiar, y teniendo en cuenta que se puede ser portador del virus sin saberlo de manera asintomática, su eficacia para no contagiar no resulta despreciable. Es verdad que las mascarillas han desaparecido del mercado, como puede comprobarse en cualquier farmacia, luego obligar sin posibilidad de cumplir supone una incoherencia, pero tampoco es normal que quienes las tengan las guarden en un cajón. Mascarillas, ¿para qué os quiero?

Gonzalo de Miguel Renedo es socio de infoLibre

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