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¿Dónde está Pablo Casado?

Rafael Sánchez

La pregunta, por supuesto, es retórica. Todos sabemos dónde está Pablo Casado, pero ubicar políticamente al líder del PP no resulta tan fácil, especialmente desde que el Gobierno decretó el estado de alarma para combatir la pandemia del coronavirus. Desde el primer momento Casado podría haber asumido el papel de líder de la oposición responsable, respaldando al Ejecutivo ante el drama sanitario que se nos venía encima. Pero, aunque apoyó las primeras prórrogas del estado de alarma, en la cuarta se abstuvo y ha votado en contra de las dos últimas. Evidentemente la gestión de la pandemia que ha realizado el Gobierno de Pedro Sánchez no ha estado exenta de errores y de improvisación en algunos momentos. Pero debe tenerse en cuenta que el Gobierno se enfrentaba a una situación sin precedentes. Habría que retroceder hasta la llamada Gripe Española ocurrida hace cien años, para encontrar una pandemia comparable.

Pero al margen de la gestión del covid-19 que está haciendo el Gobierno, la pandemia se ha convertido en la mejor “munición política” para el PP y la extrema derecha. El 10N, Pablo Casado no asumió que perdió las elecciones y de alguna forma sigue sin asumirlo, y considera ilegítimo el gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos. Se reproduce una situación similar a cuando Pedro Sánchez ganó la moción de censura contra Mariano Rajoy. En plena campaña de las elecciones andaluzas de 2018 Casado calificó a Sánchez como “presidente ilegítimo”, y lo ha reiterado desde entonces en numerosas ocasiones. El líder del PP ha mantenido el tono agresivo de su discurso en los plenos del Congreso para aprobar las prórrogas del estado de alarma. En sus intervenciones desde la tribuna del hemiciclo ha acusado muchas veces a Pedro Sánchez de mentir en las cifras de muertos y en general en todo lo relativo a la gestión de la crisis sanitaria. Con esta estrategia Casado se ha acercado a las posiciones de Vox y quizá sin pretenderlo, ha dejado libre el espacio de centro a una emergente Inés Arrimadas que, aunque tarde, ha sabido dar un golpe de timón al debilitado barco de Ciudadanos. Así pues, Casado se encuentra perdido entre un centro político que se ha dejado escapar y la extrema derecha de Vox con la que intenta competir. En cualquier caso, esta desconcertante estrategia de Pablo Casado, que no comparten los sectores más moderados del PP, persigue desgastar al máximo al gobierno de coalición.

El líder del Partido Popular está convencido de que la grave crisis económica que ha provocado el estado de alarma obligará a Pedro Sánchez a convocar elecciones anticipadas. Casado tiene claro que esta es su oportunidad de llegar al gobierno, y está dispuesto a todo para conseguirlo. Lo sorprendente es que -a pesar de la dureza de sus últimos discursos parlamentarios- en la última reunión de la Junta Directiva Nacional, Pablo Casado ha dicho con total naturalidad: “Yo no voy a liderar un PP bronco y desestabilizador, ni que pierde de vista sus obligaciones institucionales y de Estado”. La realidad es que Casado, que en su día ganó las primarias que le llevaron a la presidencia del Partido Popular, no sabe ejercer su papel como líder de la oposición. Además, su posición ante la pandemia le ha alejado de los focos mediáticos que habría tenido si hubiera ofrecido su apoyo institucional al presidente del Gobierno, en una crisis sanitaria y económica tan grave como la que estamos viviendo.

Pero dicho esto, lo que marca la situación política que vive nuestro país es la aparición, de nuevo, del “fantasma de las dos Españas”. El Partido Popular y la extrema derecha, en su concepto patrimonialista del poder, no soportan que gobierne la izquierda, y al igual que en su momento utilizaron las víctimas de ETA como argumentario político, usan ahora los muertos por la pandemia. En el pleno del Congreso en que se aprobaba la sexta prórroga del Estado de Alarma Santiago Abascal afirmaba: “Decenas de miles de españoles muertos por el sectarismo y la negligencia criminal de este gobierno”. El líder de Vox ha llevado también las protestas a la calle en el emblemático barrio de Salamanca, con gritos de “libertad” y “Gobierno dimisión”. Qué paradoja que los enemigos de la democracia reclamen libertad y tilden de estado de excepción encubierto el confinamiento con el que se combate al coronavirus. Lo triste y preocupante es que ese mensaje de que el Gobierno restringe las libertades está cuajando en sectores de población de bajo nivel cultural y social. Es, sin duda, un mecanismo similar al que se produjo con el referéndum ilegal de Cataluña. En esa ocasión se hizo una llamada a la defensa de “la unidad de la patria” y se llenaron de banderas de España numerosos balcones. Con el luto por las víctimas del coronavirus, se utilizó de nuevo la bandera, en esta ocasión con el crespón negro. El mensaje de alguna forma es similar, la derecha se apodera de la bandera como símbolo y resucita los viejos fantasmas que enfrentaron a los españoles.

Pablo Casado está ahí, en la frontera de la extrema derecha, dirigido espiritualmente por Aznar y con Cayetana Álvarez de Toledo como escudera. El líder del PP confía plenamente en que la labor de zapa y de desgaste del gobierno de coalición que está realizando le llevará pronto a la Moncloa, el tiempo dirá si lo consigue. De momento, y lamentablemente, vuelven a estar vigentes los célebres versos de Antonio Machado: “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.

Rafael  Sánchez es socio de infoLibre

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