Librepensadores

Los de cuarenta

Juan Cabrera Padilla

La nómina de agradecimientos, todos muy merecidos, por su comportamiento durante estos días difíciles es extensísima, empezando por los sanitarios y acabando por cualquiera que tenga alguna labor de servicio público que desempeñar.

Pero yo quiero hacer hoy un reconocimiento que, a mi juicio, no se hace porque sus protagonistas no se identifican en particular por su pertenencia a gremio alguno; pueden ser médicos o enfermeros, pero tal vez informáticos, periodistas, artistas, ingenieros, quizás estudiaron mecánica del automóvil o cocina... No son sus estudios o su profesión lo que les define.

Como soy ya mayor, he conocido varias generaciones de españoles; la de mis abuelos y padres que vivieron dos guerras, el hambre de los años 40 y un desierto cultural y de libertades. La mía es sobre todo la de la Transición, mucho más liviana que la anterior por más que algunos coetáneos se empeñen en creerse el ombligo de la historia. Y está la de los hijos e hijas de quienes tenemos mi edad. A ellos me quiero referir.

Es un lugar común afirmar, ya desde hace tiempo, que la de los que hoy están en la cuarentena o cerca es la generación más preparada de la historia; estoy hablando de habilidades profesionales y sociales, solo de eso; sin duda no se saben de corrido la lista de los reyes godos o la tabla del cuatro pero, dado que no se ha demostrado la necesidad imperiosa de sabérselas, se puede constatar solo con ver sus currícula que, efectivamente, nunca hubo en España tanta gente con tanta preparación... y tan mal aprovechada, tanto que a veces creo que España no los merece.

Pero se dice también que han crecido entre algodones y no saben enfrentarse a las dificultades de la vida; eso es, simplemente, falso. Insisto, si la anterior afirmación pudiera ser puesta a la consideración de nuestros abuelos y nuestros padres (no es posible porque están muertos) quizás tendrían algo que decir al respecto dado que su peripecia vital les facultaría para comparar; sospecho, en todo caso, que no se sentirían especialmente satisfechos con ganar de calle en tan absurda competición. Mi generación, por mucho que se empeñe en dar lecciones (y se empeña) pues no está en condiciones de juzgar.

Quienes hoy tienen, más o menos, 40 años se enfrentan -como todos- a una crisis económica jamás conocida, la que se deriva de la pandemia. Hay consecuencias inmediatas, se han quedado sin trabajo o rezan para que su ERTE no acabe mal; si tenían alguna aspiración de salir de la precariedad pierden ahora la esperanza. ¿Como todos?

El tiempo vuela. Ellos también lo saben muy bien porque en 2008 no habían cumplido los treinta y ya entonces, cuando empezaban a sacar la cabeza, su proyecto vital quedó truncado por una crisis económica que algunos se empeñan en llamar estafa. Esta de ahora no es una estafa, pero para los efectos da igual; es peor porque es más dura y porque les pilla entrando en la madurez y, como los viejos sabemos, es ese momento en que uno empieza a darse cuenta de que no es superman o superwoman... y menos después de ver lo que un simple virus, un insignificante no-vivo, es capaz de hacer con la gente y el mundo en general.

Así es que estas personas llevan ya dos golpes muy duros. ¿Alguien se sorprende de que haya quien no esté interesado en reproducir el modelo de vida de sus padres?, ¿comprar una vivienda?, ¿casarse y formar una familia?, ¿confiar en que cuando lleguen a mi edad tendrán una pensión? ¿Para qué planteárselo siquiera, para añadir a la impotencia la frustración?

¿A qué nueva normalidad tienen que volver? Como yo no tengo la respuesta, al menos diré que merecen mi admiración y todo mi respeto hagan lo que hagan con su vida, porque como les pasó a nuestros abuelos o nuestros padres hay que echarle agallas.

Lo que yo diga o sienta al respecto no les sirve de mucho y lo lamento; pero a mi sí. Sin duda a mi sí.

Juan Cabrera Padilla es socio de infoLibre

Más sobre este tema
stats