Librepensadores

Abajo las estatuas de la ignorancia y la intolerancia

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Francisco Lozano Sanz

Hace unos días entrevistaban en La 1 a Irene Montero. Una de las preguntas que le han realizado estaba relacionada con la destrucción de las estatuas de colonizadores de América y también de más personajes históricos, tanto en EEUU como en Europa -recientemente en Palma de Mallorca con la estatua de Fray Junípero Serra-. La ministra, muy en su línea, evitaba el tema y comenzaba a hablar de que faltan mujeres entre las estatuas y reconocimiento público… sin entrar a responder la pregunta.

Pero no es de la ministra de lo que quiero hablar.

La policía de EEUU ha matado a George Floyd, que era un ciudadano negro -se ha puesto de moda decir afroamericano-. Yo he escuchado a un africano en Radio Nacional de España decir que él era “negro” y que no es despectivo el término, sino cómo se dice. Según él, en África a los blancos les llaman “blancos” sin que ello sea racismo.

La muerte del varón negro George Floyd ha desatado una revisión histórica desaforada que se ha materializado en destrucción a troche y moche de estatuas. Tanto de antiguos esclavistas y colonizadores europeos como las de Voltaire -en Francia-, Fray Bartolomé de las Casas, Fray Junípero Serra… y todo europeo que puso pie en el nuevo. Bueno… ¡y hasta Cervantes, el pobre, que nada tenía que ver con la colonización de América!

Se podría decir que EEUU vive una nueva ola de macartismo y caza de brujas. Si en aquella época los inquisidores eran individuos fanatizados e ideologizados, con el mandato divino de salvar América del comunismo,  ahora son manifestantes -indocumentados la mayoría- que confunden las churras con las merinas -varios rebaños-, y que hacen más vigente aquello de “la ignorancia es atrevida”. Y como un ejemplo de ello, el ciudadano norteamericano que ha hecho suya la arenga “America First”; él es digno de la sociedad que le ha votado, y los ciudadanos norteamericanos responsables de que semejante individuo tenga el poder que le han otorgado.

Pero entremos en materia.

El profesor de Historia en la Universidad de París X-Nanterre, Jean-Michel Sallmann -francés, para que no haya equívocos patrioteros- acaba de publicar en castellano el libro Indios y conquistadores españoles en América del norte: hacia otro El Dorado ( Alianza Editorial, 2018). En él nos dice: “La desaparición de casi el 90% de la población indígena en América Central se debió a epidemias causadas por enfermedades desconocidas allí y para las cuales los indios no eran inmunes”. Y puntualiza: “El Gobierno de Estados Unidos negó el acceso de nativos americanos a sus sitios sagrados, y erigió leyes prohibiendo muchas de sus prácticas religiosas y originales”. Estas leyes estuvieron en gran parte vigentes hasta 1978, cuando fueron sustituidas por el Acta de Libertad Religiosa de Indios Americanos.

Hallazgos arqueológicos y una mejor visión general de censos tempranos han contribuido a estimaciones mucho más altas. Dobyns (1966) estimó una población de precontacto de 90-112 millones. Las estimaciones más conservadoras de Denevan fueron de 57.3 millones. Russell Thornton (1987) llegó en una estimación de alrededor de 70 millones. Dependiendo de la estimación de la población inicial, por 1900 se puede decir que la población indígena tuvo un declive por más del 80%, debido en su mayoría a los efectos de enfermedades como viruela, sarampión y cólera, pero también por violencia y guerra por parte de los colonizadores contra los indios.”

¿Conoce el pueblo norteamericano la matanza que se produjo en Wounded Knee? Sólo por poner un ejemplo de la colonización europea -anglosajona en su mayoría… ¡señores de la “La Leyenda Negra”!-. Hollywood ha reescrito la historia de la colonización de Norteamérica.

El western ha sido un género prolífico en películas en las que los indios -malos… muy malos- daban vueltas a caballo alrededor de caravanas desde las cuales tiroteaban a los colonizadores protegidos en sus carretas. Los mercenarios del Ejército francés fueron los primeros en cortar las cabelleras, ya que los franceses les exigían presentar el cuero cabelludo de cada indio muerto para poder cobrar la recompensa. En revancha, los pieles rojas empezaron a aplicar el mismo método copiándolo de los franceses para causarles el mismo efecto que les causaba a ellos ver a sus hermanos descabellados. ¿Conoce el pueblo norteamericano -y el resto de los que hemos visto mil y una película “de indios”- la realidad de esta práctica? ¿Sabe el ciudadano estadounidense que en su país la colonización -anglosajona… repito- supuso la desaparición de pequeños grupos poblacionales de tribus, de las que no se sabe nada porque no ha quedado el más mínimo resto histórico o cultural, vivo?

La colonización de Australia y Nueva Zelanda se completó siglos después de que Colón pusiera pie en el nuevo mundo. “En total, unos 164.000 convictos fueron transportados a las colonias australianas entre 1788 y 1868 a bordo de 806 barcos. La mayoría de los convictos eran ingleses y galeses (70%), irlandeses (24%), escoceses (5%) y el restante 1% procedían de asentamientos británicos en la India y Canadá, maoríes de Nueva Zelanda, chinos de Hong Kong y esclavos negros del Caribe.

(…) Hasta el período posterior a la Segunda Guerra Mundial y su distanciamiento político y social de Gran Bretaña, la mayoría de los australianos se sentían avergonzados por la llegada de los convictos a su país, y muchos ni siquiera se atrevían a investigar los orígenes de sus familias por miedo a descender de “criminales”. Esta actitud fue conocida como la mancha del convicto” (extraído de la Red).

Se exterminaron poblaciones autóctonas en Australia y Nueva Zelanda de las que no quedan vestigios históricos. De ello, nadie habla. Y todo esto aconteció siglos después de la llegada de Colón a las islas del Caribe.

No voy a entrar en el “y tú más”, pues no se trata de eso.

Gran parte de la cultura llamada occidental proviene de Grecia y Roma, el alfabeto latino, el derecho romano, el concepto de democracia, las matemáticas, la física, Arquímedes, los filósofos griegos Heráclito, Epicuro, Aristóteles, Sócrates, Platón, Sófocles… ¡Tánto habría que enumerar!

Sin embargo, tenían esclavos, azotaban, crucificaban. Sus legiones mataban, violaban, colonizaban… destruyeron Cartago y poblaciones de íberos, celtas, galos, germanos… Tuvieron emperadores (Calígula, Nerón los más conocidos) que eran auténticos psicópatas. Y… ¿vamos a derribar el acueducto de Segovia, el teatro romano de Mérida, Híspalis etc. porque ahora nos acordamos de Viriato y las atrocidades cometidas por las legiones romanas? Es que la historia ¿no nos ha enseñado nada? ¿La reescribimos según soplen los vientos y las algaradas callejeras aunque muchas manifestaciones sean muy respetables y necesarias?

Dejemos la rica, vieja y torturada tierra que baña el Mediterráneo y desembarquemos… again and again… en el origen de la actual guerra de las estatuas y el revisionismo histórico.

Los norteamericanos -que desconocen la historia de la colonización de América, y más grave para ellos, la de Estados Unidos- ¿no recuerdan lo que históricamente es más próximo y tiene más que ver con el racismo de su sociedad y la muerte de George Floyd? Cito algunos hechos que deberían hacer reflexionar:

- Martin Luther King y la lucha por los derechos civiles en los años 60.

- La existencia de reservas indias en la actualidad.

- El Ku Klux Klan que, soterrado, aún cuenta con simpatizantes en el Sur de los EEUU.

- La enorme diferencia y trato hacia los hispanos -de los negros no hace falta hablar- que, como mano de obra barata y fácilmente prescindible, se los trata.

El inquilino de la Casa Blanca que quiere construir un muro en la frontera con Méjico, es votado sobre todo en el viejo Sur… donde aún ondean al viento banderas de la Confederación.

Lo que el viento se llevó (Gone with the wind) se ha considerado, por estas inflamadas hordas de revisionistas, una película racista y quizá -de momento- no vuelva a exhibirse. No hace mucho tiempo, en una noche berlinesa, se quemaban libros considerados incompatibles con la nueva Alemania… Y miren ustedes lo que se nos vino encima unos años después.

Aunque, por cierto, en España no estamos para tirar cohetes con la deriva derechista de Pablo Casado y el advenimiento de Vox (“nuestro Trump”).

Quizá haya surgido en EEUU este indocumentado revisionismo histórico por no conocer “su” Historia, ya que en “los States” es innato el desinterés por la colonización con sus luces y sombras. En España la tan cacareada Transición -ejercicio político-social de amnesia/amnistía general- ha creado dos generaciones de ciudadanos desconocedores -y desinteresados por saber lo que sucedió durante la dictadura del general Franco.

Su consecuencia es la deriva del PP de Casado y Cayetana y la escisión de Vox.

Quizá si George Orwel viviese, habría titulado su genial obra 2020 y no 1984.

Termino con una reflexión del historiador francés Jean-Michel Sallmann: “El nacionalismo es y siempre será una estupidez que inflama los peores instintos del hombre”.

¡Ah… lo siento! No me resisto a decir la última palabra, aunque no sea mía, sino de la sabiduría popular: “La ignorancia es la madre de todos los males”.

Francisco Lozano Sanz es socio de infoLibre

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