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Librepensadores

Carta abierta al ciudadano Felipe de Borbón

Antonio Agar

Estimado ciudadano:

Por unos momentos, he dejado a un lado todos los tratamientos que la Constitución y la ley le otorgan, ya que estoy convencido de que su tolerancia y demostrada vocación de servicio me van a permitir expresar el sentir de muchos españoles.

El biólogo Jacques Monod nos legó una obra de gran calado social y humano, El azar y la necesidad”. Nos quiso transmitir que el azar es consustancial con nuestra existencia, no solo con haber tenido la fortuna o la desgracia de ser portador de un organismo físico y mental fuerte o frágil, sino que también puso de relieve el binomio orteguiano del yo y sus circunstancias.

Nadie elige el seno familiar donde va a crecer, ni su tipo de raza y cultura. Y menos aún si está integrada dentro de una sociedad famélica y analfabeta. Asimismo, nadie alcanza a escoger nacer dentro de un entorno instruido y repleto de privilegios sociales y económicos.

Nos aleccionaba a que, fruto de la necesidad, todos nacemos con esa potencia del alma de la voluntad, que tenemos que activar, tanto para los que se sobreponen al instante aciago de su origen, como para los beneficiados en la tómbola de la vida, preservando su noble cuna a través de una ejemplar conducta, con la ayuda y solidaridad con los más desfavorecidos de la sociedad.

Se ha desatado una marea de críticas en prensa, motivada por las presuntas irregularidades de un relevante miembro de su familia, poniendo en cuestión una institución secular, que desde la renovación canovista representa más un símbolo ornamental dentro del sistema del gobierno de España que un poder fáctico que maneja los hilos del gobierno.

Yo, personalmente, nunca he estado ni a favor ni en contra de un tipo de gobierno determinado, me da igual. He procurado instruirme lo suficiente para saber de qué forma me gobiernan, o mejor dicho cuándo se gestiona bien, regular o mal los recursos de la nación. Me es indiferente que sean de izquierdas, derechas, de centro o conservadores, de ahí mi preocupación por los casos de corrupción generalizada que han generado los dos partidos que han ostentando el poder en nuestra democracia. Siguiendo el aforismo del político inglés Lord Acton: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Dirigentes de izquierdas que comparten la gobernabilidad de España y presidentes de nacionalismos territoriales, a raíz de las noticias periodísticas, están obsesionados en sacar tajada, reivindicando sus atávicas aspiraciones de acabar con la monarquía, cuestionando como primera providencia la inviolabilidad del jefe de Estado.

En sentido riguroso, la inviolabilidad no debería abarcar de forma individual al ser humano, sino a través de los Derechos Universales, que dan protección a los ciudadanos de cualquier país, de cualquier raza o religión, como auspiciaban intelectuales de la talla de Bertrand Russell y Eleanor Roosevelt. Varios años después de la Segunda Guerra Mundial, en diciembre de 1948, se redactaban en París los Derechos Humanos, que tienen carácter de inalienables.

Estos derechos constan de 30 puntos. Del uno al 11, recogen preceptos que van desde la abolición de la esclavitud al derecho a la libertad. Del 12 al 30 se vinculan a las relaciones interactivas con los demás países del mundo.

Estoy totalmente convencido de que, dada su intensa y vasta formación, unido a su ejemplar trayectoria personal y profesional como jefe de Estado, no le angustia en absoluto la abolición del artículo 56 de la Constitución donde se trata de la inviolabilidad.

Le animo a que dé un paso adelante, con una declaración formal en público, anticipándose con su renuncia al privilegio de la inviolabilidad. No le quepa duda, con este gesto le daría una lección de decencia, hidalguía y pundonor a esos políticos de baja estofa, al mismo tiempo que fortalecería su ya acreditada imagen, potenciando igualmente la marca España (tan denostada por la corruptela y las luchas intestinas de la clase política).

Vivimos tiempos muy peliagudos. Estamos necesitados de actuaciones de estadistas, quienes con sus actos ayuden a disipar las dudas sobre nuestros valores institucionales ejerciendo una democracia de Monarquía parlamentaria, sin fisuras. Hay momentos en la historia en los que la intervención de un honorable gobernante resulta trascendental para la nación, y su renuncia al artículo 56 de la Constitución es una de ellas y pondría de relieve su figura como Jefe de Estado y como persona humana.

El poeta bengalí Rabindranath Tagore nos dejó esta hermosa locución: “Cuanto más grande somos en humanidad, más cerca estamos de la Grandeza”.

Antonio Agar Rodríguez es socio de infoLibre

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