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Funerales, jarras de vino y hogazas de pan

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Iñaki Gutiérrez Farre

Cumbre autonómica en La Rioja. El único que no asiste es Quim Torra, presidente de la Generalitat de Catalunya, quizá por culpa de que “Catalunya está en una situación crítica, pero es un destino seguro” (el entrecomillado, si no es textual poco le falta, cito de memoria). Algún día El Mundo (El Mundo, así, con mayúsculas para no confundirlo con un pedacito de tierra) deberá reconocer de una vez por todas que Quim Torra es un figura con todas las de la ley.

E Iñigo Urkullo, que a última hora sí acudió a la cumbre riojana, es a juicio de los torristas un desertor de la causa que persiguen los buenos independentistas. Urkullu, un desertor, sí, un desertor que además de haber ido a La Rioja (después de acordar con el Gobierno de Madrid el alcance del “qué hay de lo mío”), donde por estar incluso estaba el poco independentista Felipe VI, se descolgó haciendo públicos unos apuntes que han dejado con el culo al aire al irredento Carles Puigdemont, el héroe de mil batallas siempre dispuesto a partirse su pecho de lata con quien sea, incluso contra los suyos (repásese el cristo que hay montado en el PPdeCat, donde se propugna algo tan raro como es la “unidad estratégica”).

Pero no dejemos de lado a Quim Torra, que es el protagonista que nos ocupaba. O sea que digresión al canto: en mi pueblo (hablo de Cantabria, pero no es exclusivo de Cantabria, las banderas son trapos de colores más o menos vistosos, dicho sea con respeto hacia quienes las creen alfombras voladoras) se aprenden cosas que no debieran caer en desuso. Por ejemplo, los niños que no tienen miedo a saber latín (no todos los niños son como Corocotta, que vendió su cabeza a los romanos por 200 mil sestercios) escuchan “Non lupum, sed agnus timeo” e inmediatamente se ponen a cubierto, por lo que pueda suceder.

Luego, mucho después de los latines, vino José Agustín Goytisolo a remachar el clavo revelando que hubo un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Este Goytisolo confesó a alumnos asistentes a un curso de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo que le gustaban los entierros en los que había muchos curas y se paraba el tráfico en las calles para que transitaran los difuntos y sus compañas de vivos con cruces a cuestas (escúchese a los rockeros Magos de Hoz) que iban camino del camposanto, previa parada funeral en la iglesia. A Goytisolo le gustaban los gorigoris, sí.

A muchos les pasa lo mismo que a Goytisolo. Véase, sino, al arzobispo Omella celebrando recientemente pompas fúnebres (ojo con las cursivas, que no las cambie ni dios ni siquiera para hacer una gracia) ante 500 fieles para pedirle al altísimo que acoja en su seno a las víctimas del coronavirus. Otros, sin embargo, véase, como ejemplo, al presidente de la Generalitat Quim Torra, creen que no estamos en época de misereres, y que la Sagrada Familia en tiempos pandémicos únicamente debe llenarse con turistas, venidos de Inglaterra o de las Quimbambas, with pocket money para gastar (al piadoso Quim Torra, hombre de Dios, que sin mucha sustancia demuestra hablar inglés con cierta soltura, no se le escapó el with pocket money, pero dio a entender a las mil maravillas que pensaba en eso para que no cayera sobre su enorme cabeza el antes poderosísimo sector turístico, hoy con plomo en las alas).

Y en esas, los tontos que habitamos en Catalunya en qué lado estamos, ¿en el del arzobispo o en el lado del otro? ¿O en ninguno de los dos, que es lo más probable, hartos ya de tanta majadería y de que pocos se acuerden que en el siglo III antes de Cristo (es decir, antes de que se iniciaran las obras de la Sagrada Familia, antes de que hubiera Generalitat, antes incluso de que los Borbones tuvieran cortesanos a su alredor bailándoles el agua) se enterraba a los difuntos acompañados de jarras de vino y hogazas de pan (existen mosaicos que lo acreditan)?

Iñaki Gutiérrez Farre es socio de infoLibre

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