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Atención primaria: crónica de una muerte anunciada

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Francisco Escobar Rabadán

Somos muchos los que venimos denunciando desde hace años el abandono de la Atención Primaria por los gestores de la sanidad pública. Para alguien que, como es mi caso, lleva tres décadas viviendo en un centro de salud este deterioro progresivo, no hay nada que sorprenda de la situación actual.

Viví, siendo residente, los últimos entusiasmos por la reforma de la Atención Primaria, y tuve la oportunidad de conseguir mi plaza en la última gran convocatoria pública en la que, al mismo tiempo, se optaba a un número no ofensivo de las mismas y se respetaban los principios de mérito y capacidad. Después ha habido pequeñas convocatorias por comunidades y la vergonzante OPE extraordinaria de los estertores del último gobierno Aznar que supuso el regalo de una plaza a los interinos, la gran mayoría sin formación específica, es decir, sin el MIR. También en estas tres décadas he contribuido como tutor a la formación de muchas promociones de residentes, y he sufrido el desprecio por esa labor, viendo cómo se desechaba todo ese capital humano al no ofrecerles oportunidades laborales decentes al acabar. Muchos marcharon a otros países o han nutrido las plantillas de urgencias de hospitales, muchísimos de estos innecesarios. Fruto de esta desidia es la actual escasez de médicos de familia, sin posibilidad de reemplazo generacional para unas plantillas envejecidas.

Se ha despilfarrado en hospitales ineficientes, y se ha vuelto a despilfarrar en contratar con hospitales privados tareas que, en su ineficiencia, los hospitales públicos demoran reiteradamente. Se han generado plantillas sobredimensionadas en muchísimos servicios, mientras las de Atención Primaria estaban congeladas.

Luego vino la crisis financiera, los recortes, de nuevo se redoblaron las oportunidades de pelotazos para el sector privado, y la Atención Primaria, desde hacía años al borde del colapso, sobrevivió como pudo, básicamente por el sobreesfuerzo de muchos profesionales comprometidos.

Y ahí estábamos, con el agua al cuello, cuando llegó la pandemia. En la primera ola toda la atención mediática y de la ciudadanía, como siempre, se centró en los hospitales saturados. Pocos valoraron que fue la Atención Primaria la que se hizo cargo de la inmensa mayoría de los pacientes con covid-19, así como del resto de patologías, especialmente de los cuidados que precisan muchos pacientes crónicos. El cierre de centros de salud, o el desplazamiento que se produjo de profesionales desde estos a los hospitales, da sobrada cuenta de lo que se la valora.

Ha llegado una segunda ola, los hospitales no se han recobrado del impacto de la primera (al menos no han recobrado la actividad en la medida en que se necesita), pero la Atención Primaria no puede permitirse el más mínimo respiro. Y ahí estamos, colapsados.

Y es ahora, tras décadas de desidia, cuando surge una convocatoria de huelga indefinida por parte de un sindicato corporativo. De momento sólo en Madrid.

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¿Es este el momento, en plena pandemia? ¿Se va a abandonar a los sectores sociales más desfavorecidos, que dependen de la accesibilidad y la equidad que sólo la Atención Primaria puede garantizar?

La situación es dura, pero este no es el momento de “mirarse el ombligo”. Vamos a arrimar todos el hombro. Todos. Quizás sea también el momento de que los gestores movilicen recursos de los hospitales que en estos momentos están infrautilizados, para reforzar la Atención Primaria. Y, por supuesto, si queremos garantizar la pervivencia de nuestro Sistema Nacional de Salud no se puede postergar por más tiempo la inversión en la misma.

Francisco Escobar Rabadán es socio de infoLibre

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