Librepensadores

Ni por caridad cristiana

José Ramón Berné Marín

El 1 de abril de 1939, Franco firmó el último parte de guerra, que venía a decir: “Cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales los últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. Sin embargo, la guerra continuó durante más de 35 años y hasta, prácticamente, la muerte del dictador se continuó fusilando.

En noviembre de 2016, el entonces vicepresidente de la Fundación Nacional Francisco Franco, Alonso García, en una entrevista concedida al periódico El Mundo, declaraba de manera indignante: “El Régimen no fusilaba por capricho [...].De las 36.000 condenas a muerte sólo se fusila a 23.000, y es una cifra, entre comillas y salvando las distancias, ridícula comparando con lo que pasó en Italia, Francia o cualquier país afín al Eje”. Otras fuentes apuntan a que más de 50.000 personas fueron represaliadas hasta la muerte, después de finalizada la guerra civil española.

Cuando oigo hablar a ciertas personas de la derecha y de la extrema derecha española, parece desprenderse de sus palabras la idea de que aún se fusiló poco; que todavía quedan rojos que, además, llegan al gobierno e intentan imponer sus ideales, en definitiva, que la guerra no consiguió todos sus objetivos. Gran parte de la derecha española no admite estar fuera del Gobierno; cualquier otra opción la tacha de ilegítima. Ellos y sus antepasados ideológicos, por la gracia de Dios, están en posesión de la sagrada verdad y solo entienden la democracia cuando esta permite la imposición de sus postulados.

Durante casi 70 años, la mayor parte de las iglesias españolas estaban adornadas, y siguen estando, con lápidas que recordaban a los hombres y mujeres que habían dado la vida por Dios y por la Patria; es decir, recordaban a los vencedores. Las principales calles y plazas ostentaban, y siguen ostentando en muchos casos, los nombres de militares y políticos del bando ganador, incluso después de la tan aplaudida Transición. Los perdedores tenían que seguir viendo cada día los nombres de los que les habían hecho morder el polvo y, en muchos casos, se habían convertido en verdugos de sus familiares; mientras que sus muertos se hallaban dispersados por cunetas y fosas comunes en un silencioso olvido.

Hoy, 80 años después de terminar la guerra, todavía hay personas que se exasperan porque se pida la aplicación de la Ley de Memoria Histórica, con todas sus consecuencias. ¿Qué les molesta? ¿Quizás que se recuerde ese periodo ignominioso de nuestra historia? Difícil es de justificar lo ocurrido entre 1936 y 1939, pero lo ocurrido entre 1939 y 1975 solo puede ser explicado por el odio y la venganza, dos sentimientos difícilmente defendibles por quienes tienen a Dios Todopoderoso como referente.

Quiero recordar aquí que, durante los mandatos de Mariano Rajoy, los distintos presupuestos dedicaron cero euros a la mencionada ley, ignorando a las víctimas del franquismo, aludiendo a que eso era cosa del pasado. Han utilizado y utilizan el dolor de miles de familias que no han podido enterrar a sus muertos, como cualquier ser humano se merece, apelando a que no hay que remover el pasado y que este se había olvidado en la Transición. Si eso era una condición, ¿dónde está la ejemplarizad de la Transición?

Es evidente que el espíritu de los vencedores sigue vivo, es evidente que sus herederos consideran justa la cruzada y siguen justificando, con endiablados malabares semánticos, todo lo ocurrido durante y después de la guerra. Los objetivos militares se habían alcanzado en el año 1939, pero el encarnado enemigo sigue estando ahí y, como en la guerra, a cierta parte de la derecha española le vale todo; ni han condenado, ni condenarán la dictadura de Franco y no darán un solo paso para que los perdedores recuperen a sus muertos, no pueden consentir que el enemigo se salga con la suya. La derecha española exige que los perdedores se olviden de sus muertos para que exista concordia, mientras ellos se olvidan, otra vez, de su caridad cristiana; eso sí, aplican muy bien aquello de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo.

                                                                                                           

                                                                                                          José Ramón Berné Marín es socio de infoLibre

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