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¿Decrecer para sobrevivir?

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Juan Cabrera Padilla

Un poco antes de la celebración de la cumbre del clima en Nueva York (está a punto de cumplirse un año), la European Environmental Bureau, EEB (Red Ecologista Europea a la que pertenecen más de 150 entidades de la sociedad civil europea) publicaba un informe titulado “Decoupling. Debunked. Evidences and arguments against green growth as a sole strategy for sustainhability”

Es un trabajo ingente que repasa decenas de investigaciones y artículos de carácter científico y encuentra una coincidencia en todos ellos: no existe evidencia empírica que justifique la idea del desacoplamiento como estrategia política, tal y como la defienden quienes se apuntan al llamado crecimiento verde, es decir, la concepción que suscriben la mayoría de los jefes de Estado y de Gobierno que estuvieron en Nueva York y buena parte de los cuales firmaron un acuerdo, muy celebrado por los medios de comunicación occidentales, lleno de buenos propósitos.

La verdad es que si nos atenemos a los cálculos de la ONU, los plazos se antojan imposibles. Eso que conocemos como la comunidad internacional (yo nunca he sabido qué es con precisión, la verdad) tiene hasta diciembre de este año para ajustar y adecuar el Acuerdo de París a la emergencia climática. Ni que decir tiene que de ninguna manera cumpliremos; con la pandemia es que ni se piensa, pero tampoco se hubieran hecho los deberes sin ella. Con esos mimbres quizás parecería ocioso entretenernos en disquisiciones más o menos semánticas. Ya me disculparán que, en tal caso, les haga perder tiempo.

Decoupling significa literalmente, en efecto, desacoplamiento, pero eso no nos dice gran cosa. El término se emplea en términos de economía y desarrollo para definir la creencia de que es posible un crecimiento económico que no tenga un impacto pernicioso en el medio ambiente o que lo tenga en grado soportable por así decir.

El desacoplamiento es el proceso teórico según el cual mientras la economía continúa creciendo, las presiones ambientales decrecen. Ello es así –afirma esta teoría– porque el aumento de la eficiencia en los procesos económicos de todo tipo (industria, agricultura, consumo, etc) y los cambios tecnológicos alivian y minimizan tales presiones. Esta idea ha dominado en las últimas décadas la narrativa del discurso oficial sobre la sostenibilidad en organismos como la OCDE, la Comisión Europea, el Banco Mundial o Naciones Unidas.

Esta teoría es la guía principal en el diseño de las políticas públicas actuales en España.

Esta hipótesis –en realidad eso es lo que es, pura hipótesis– es la que ha posibilitado en la práctica ignorar, por ejemplo, las conclusiones del informe Los límites del crecimiento, en el casi medio siglo transcurrido desde su publicación (1972). Este informe, encargado por el Club de Roma, ya advertía de que continuar por la senda del crecimiento económico ilimitado global conduciría al “caos ecosocial”.

Si les digo algo tan manido como que es absurdo pensar en un crecimiento ilimitado en un mundo finito, muchos pensarán que eso es una simpleza por mucho que alaben en otros ámbitos las verdades del barquero, incluso quienes no creen en absoluto que Dios proveerá. Nuestros políticos seguirán hablando de lo bien que nos va cuando crecemos por encima de la media. Nos pondrán ante el espejo del PIB como si fuera la verdad revelada y la única referencia posible a la hora de calibrar el bienestar humano.

Debunked significa desacreditado, desmentido. Aquí no hace falta ir más lejos en la definición.

Así es que para la EEB, la idea de un crecimiento verde debe ser desechada por carecer de crédito alguno. Lo que concluye el repetido informe es que no hay evidencia de que se pueda desligar el crecimiento económico de la degradación ambiental.

La, en otro tiempo denostada y cada vez más respetada, organización Ecologistas en Acción suscribe plenamente esta conclusión y explica que a pesar de que pueden llegar a existir episodios puntuales de desacoplamiento, estos no son significativos. Es decir, el crecimiento económico no se puede desligar de la degradación ambiental de manera general, solo en casos puntuales y de forma temporal. Así, cuando se analizan esos casos, ya sea con relación a materiales, energía, agua, gases de efecto invernadero, suelos, contaminantes del agua o pérdida de la biodiversidad, el desacoplamiento casi siempre es relativo y/o local, observado durante un periodo de tiempo reducido. Los casos que afirman observar desacoplamientos absolutos siempre se refieren a periodos de tiempo cortos y afectan únicamente a algunos recursos o impactos en regiones muy localizadas.

La EEB pone de manifiesto una paradoja para entender todo esto: puede darse y de hecho se da un efecto rebote, la mayor eficiencia en el uso de un producto puede conducir finalmente a un aumento en su uso, el previsible encarecimiento energético futuro, el limitado potencial real del reciclaje, o la mitificación del pretendido bajo impacto del sector servicios pueden hacernos ver una realidad deformada. Un ejemplo más pedestre e inmediato, el automóvil eléctrico es obviamente menos contaminante que los que usan motores que consumen combustibles fósiles. ¿Sí? ¿Alguien ha calculado el impacto y la huella ecológica en el proceso de fabricación y futuro reciclaje de materiales?

La respuesta es no, no lo suficiente.

El informe de la EEB es categórico: “A la vista de la imposibilidad de justificar su efectividad, es una irresponsabilidad seguir promoviendo políticas públicas guiadas a todos los niveles por la idea del crecimiento verde. Evitar este debate es una estrategia más para seguir perpetuando políticas de crecimiento económico a toda costa”.

¿Y cual es entonces la alternativa?

Pues si yo digo que la alternativa es el decrecimiento, tal vez no pocos de ustedes huyan de las ocurrencias de este antisistema perroflauta que escribe esto que leen. Igual va siendo hora de explicar qué es y quién es antisistema, pero eso, ya me disculparán, lo dejaremos para otra ocasión.

El decrecimiento, sin embargo, no es cosa de hace cuatro días, no crean. Lean si les place a autores como Ivan Illich, André Gorz, Cornelius Castoriadus, Francois Partant, Vandana Shiva, Arturo Escobar, Serge Latouche y muchos más. Hay literatura sobrada.

Pero simplificando: si la ortodoxia asegura que las economías sanas deben aumentar su PIB al menos un 3% anual, y esto es necesario para mantener el bienestar, el empleo, etc. hay quien sostiene que solo con plantearnos un crecimiento medio de 2%, en el año 2050 el daño medioambiental haría que el planeta fuera inviable. En cambio –dicen– un decrecimiento de 5% es posible sin que esto afecte al bienestar y la calidad de vida de las personas y nos situaría en un planeta durable.

¿Difícil de entender? Ya lo creo, tanto para un capitalista como para un marxista.

Me parece que resulta especialmente difícil de comprender si el punto de partida de nuestro razonamiento no es el mismo. Es claro que un negacionista nunca lo comprenderá, pero si convenimos más o menos que hemos alcanzado (o estamos a punto) los límites del planeta, no es tan complicado.

Tal vez sea útil aquí recordar la diferencia entre crecimiento y desarrollo. Este último es un concepto más amplio que no sólo incluye un aumento del bienestar material, sino también acceso a la salud y a la cultura, a una mayor felicidad. Así, aunque parezca una paradoja, el decrecimiento material, el no crecimiento del PIB, puede ser también desarrollo, puede ser un crecimiento relacional, convivencial y experiencial.

Serge Latouche utiliza una metáfora para explicar que el decrecimiento no tiene porqué ser negativo: igual que cuando un río se desborda todos deseamos que decrezca y cese la crecida, que las aguas vuelvan a su cauce, lo mismo ocurre con la insostenibilidad de la situación actual. Decrecer no es, entonces, algo negativo, sino algo necesario.

Y en esto llegó la pandemia. ¿Hará que las cosas cambien? ¿Saldremos más fuertes? Si me hubieran preguntado esto en el mes de marzo o abril habría respondido que tal vez. Ahora creo que no, la terrible epidemia no nos cambiará como no nos cambió la de principios del siglo pasado. ¿Y entonces qué? Ya me gustaría a mi tener respuesta para esa pregunta.

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Juan Cabrera Padilla es socio de infoLibre

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