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¿Guerra civil en EEUU?

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Marcelo Noboa Fiallo

En la obra de William Shakespeare Ricardo III, el dramaturgo inglés tuvo la brillante y premonitoria visión de no colocar a Ricardo III como el protagonista de la tragedia, sino a los secundarios que rodean al monarca. Ellos son los que, finalmente, revisten de autoridad dictatorial a quien cumple los requisitos para ello. Así emerge el líder autoritario en cualquier obra coral. A Shakespeare no le importaba tanto el personaje como lo coral, verdaderos responsables de la construcción de los mitos y sus consecuencias.

He vuelto a revisar la gran novela La conjura contra América, de uno de los novelistas que mejor conocían “el alma americana”, Philip Roth, a la par que veía la adaptación televisiva de su obra, en formato de serie. Un ligero escalofrío recorrió mi cuerpo al observar el inevitable paralelismo de lo que ocurre en el EE.UU. de hoy, con lo que ocurría a finales de los años treinta y principio de los cuarenta, en los que confluyeron las elecciones presidenciales con el posicionamiento que este país debía tomar con lo que ocurría en Europa, con el avance del nazismo.

El secuestro y posterior asesinato del hijo del laureado piloto Charles Lindbergh atrajo la atención de su figura tanto a nivel nacional como internacional. Pese a su declarada admiración por Hitler y estar en posesión de la cruz laureada concedida por el propio Führer, su popularidad nunca disminuyó porque para el estadounidense medio, sus hazañas estaban por encima de cualquier otra consideración, al igual que en 2016 los “éxitos” empresariales y televisivos de Donald Trump le auparon a la presidencia de EE.UU. Philip Roth ficciona en su novela esos momentos y Lindbergh consigue llegar a la Casa Blanca derrotando en 1940 a Franklin Roosevelt (la realidad no estaba muy lejos de la ficción, un grupo de senadores republicanos lo propusieron como candidato).

El inquietante final en la serie televisiva –cuya imagen congelada quemando los votos por parte de las fuerzas de asalto creadas por Lindbergh contrasta con la alegría e ingenuidad de sus votantes, ajenos al veneno que se había inoculado alrededor del poder– no es nada inverosímil de lo que podría ocurrir el próximo día 3 de noviembre. Trump, como en su día Lindbergh, lleva meses “advirtiéndolo”, sin que la sociedad estadounidense se inquiete. Lindbergh y Trump, dos almas gemelas, aupados al poder por un coro de irresponsables, como en la obra de Shakespeare.

Trump no ha hecho más que repetir las consignas y los métodos utilizados por el famoso y popular aviador, admirador de Hitler, creador de la teoría y eslogan América First, copiando el Deuschland über alles del nazismo, defensor de unos Estados Unidos de blancos, supremacista, xenófobo… ley y orden. “Debemos protegernos contra el ataque de ejércitos enemigos, el debilitamiento a causa de las razas extranjeras y la infiltración de sangre inferior” (Lindbergh, 01/09/39, coincidiendo con la invasión de Polonia).

Muchos analistas nacionales e internacionales apuntan en estos días los posibles escenarios pos-pandemia. La mayoría coinciden en destacar la desigual salida de la crisis económica en el mundo, como realidad a la que inevitablemente nos tenemos que enfrentar a partir del 2021. Es verdad, pero la diana hay que colocarla mucho antes, en el próximo tres de noviembre de este mismo año. En las dramáticas elecciones en USA.

En una reciente entrevista en televisión, Trump mezcló hábilmente sus amenazas a Irán con las elecciones de su país: “Si nos jodéis, si nos hacéis algo malo, vamos haceros cosas que nunca se han hecho antes… las elecciones van a ser manipuladas y el voto por correo no es fiable”. De manera inaudita ha rechazado varias veces el comprometerse a un traspaso pacífico del poder si ganan los demócratas. Una de ellas, lo hizo coincidiendo con una de las noticias más inquietantes de los últimos tiempos: el complot de milicianos armados hasta los dientes, que planeaban secuestrar y asesinar a la gobernadora demócrata de Michigan Gretchen Whitmer, así como atacar el Capitolio del Estado (como hicieron los partidarios de Lindbergh) e iniciar una “guerra civil”. Milicias armadas a las que defiende Trump y a las que ha pedido “estar preparados para lo que pueda venir”. El Partido Republicano, su partido, una vez más, calla… blanco y en botella.

Trump nunca condenó estos hechos, muy por el contrario ha criticado duramente las medidas restrictivas que la gobernadora impuso para luchar contra el covid-19. “Libertad para Michigan”, escribió en un twitter, coreado por los Proud boys.

“La Presidencia de EE.UU. se ha reducido a un plató de televisión en el que desarrolla la segunda parte de su reality show favorito, The apprentice. No hay colaboradores ni amigos, ni siquiera público. Todos son extras que bailan alrededor de un embrutecido personaje, desmedido, inculto y peligroso” (Ramón Lobo); a la manera del personaje de Shakeaspeare: “Un villano ambicioso y cruel”. Como ocurre en todo régimen autoritario y despótico… pero esta vez en el país más poderoso de la tierra.

“Un caballo, un caballo. ¡Mi reino por un caballo!”, clamaba un Ricardo III ya derrotado. “!Una vacuna, una vacuna!”, clama Trump, sabedor de que el antídoto es su último recurso para no tener que recurrir a la violencia que sus milicias armadas aguardan. “Tengo miedo, mucho miedo… Donald Trump, tanto si es un protofascista como si es cualquier otra cosa –un niño malvado, un Frankenstein dando tumbos en una habitación extraña y oscura (el propio Estados Unidos)–, es sólo un síntoma desconcertante de una enfermedad más profunda que padece América, alimentada por la indignación, la frustración, la desilusión, el miedo, una historia violenta” (Richard Ford). Volvemos a Shakespeare. Volvemos a los personajes corales de Ricardo III.

La respuesta, a partir del 3 de noviembre.

Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre

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