Librepensadores

Ética política: una iniciativa ciudadana

Arturo Tirador

Vivimos en la era política del titular y el tuit, donde el objetivo primordial es captar la atención de nuestra audiencia con mensajes contundentes y habitualmente simplistas y provocar en ella reacciones emocionales negativas en todo lo que concierne al adversario; y hacerlo además a costa de cualquier otra consideración, que pasa a ser secundaria e invisible. Los discursos, carentes de profundidad y rigor, sacrifican sin el más mínimo pudor los matices hasta despojar a aquellos de cualquier indicio de veracidad y convertirlos en burdos ejercicios de cinismo y manipulación.

Nuestros representantes públicos, en general, y sumo también aquí a sus fieles acólitos en los medios de comunicación, entienden la política como la destrucción del oponente, al considerar este el atajo más corto para imponer su visión, lo que refleja un talante claramente antidemocrático. Confrontar nuestras ideas con las de quienes opinan distinto se convierte en un mero ejercicio de dominación y victoria. El diálogo honesto, intentar con-vencer a nuestros rivales políticos al tiempo que se muestra una disposición genuina a ser con-vencido por ellos con el objeto de enriquecer nuestra mirada y alcanzar mayores consensos, es una práctica extinta.

Mientras tanto y como consecuencia de los constantes ataques y contraataques, distracciones superficiales pero altamente efectivas y palos en la rueda malintencionados, el progreso del país se ralentiza, cuando no entra este en profunda regresión, generando como consecuencia un clima de preocupación y malestar social, además de una pérdida de confianza en las instituciones y en la propia democracia. Es agotador.

Es ese sentimiento de desencanto y estupefacción (el enfrentamiento tiene lugar en plena pandemia con consecuencias mortales) el que ha dado origen a la iniciativa ciudadana “Ética Política”. A través de la plataforma Change.org/eticapolitica, decenas de miles de personas reivindicamos que nuestros políticos asuman cinco compromisos éticos básicos basados en la veracidad, el respeto, la empatía, la fiabilidad y la conciencia.

Se trata en algunos casos de compromisos difícilmente objetivables y por tanto indemostrables cuando no se cumplan, pero no siendo nuestra intención censurar, sino incentivar nuevos comportamientos que sirvan de guía e inspiración, no será difícil identificar a los políticos que los asuman e interioricen como propios, aunque solo fuera por contraste con lo que nos tienen acostumbrados.

No les falta razón a quienes pudieran pensar que nuestra propuesta de un código ético no es una medida que vaya a generar, por sí sola y de la noche al día, un clima de empatía, respeto, cooperación y consenso entre nuestros políticos. Ni siquiera, como algunos habíamos contemplado ilusamente, durante la peor crisis sanitaria y económica desde la Guerra Civil, que es cuando más necesitados estamos de estos valores. El mercantilismo descarado (sin ninguna vergüenza) característico de un sistema político partidista como el nuestro, donde lo que impera son los cálculos electorales y la conquista de cuota de mercado por encima de cualquier otro fin, no parece propiciar una actitud honesta y mucho menos altruista. Aun así y admitido todo esto, e incluso en el supuesto de que dicha normativa no fuera más allá de una declaración voluntaria de intenciones sin consecuencias punibles en caso de incumplimiento, se trata de una herramienta que resultaría muy útil, además de un paso en una dirección que urge emprender.

Por ilusa que pudiera parecer nuestra reivindicación, no estamos solos. Nuestra propuesta ha sido secundada por destacados profesionales de la sociedad civil, entre ellos la escritora Rosa Montero; los profesores de investigación del CSIC Roberto R. Aramayo y Antonio Figueras; los periodistas de La Sexta Josué Coello y José Luis Roig; el catedrático de filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid José Luis Villacañas y el investigador de la Càtedra Ethos de la Universitat Ramon Llull y profesor de filosofía de la Universitat Oberta de Catalunya Miquel Seguró. Este último, de hecho, ya participó hace ocho años, junto con otros once catedráticos universitarios, de un proyecto similar –un código ético– que amablemente nos lo ha ofrecido como referencia.

Y si bien la inmensa mayoría de políticos contactados no ha tenido siquiera la deferencia de enviarnos una respuesta de cortesía, no toda la clase política nos ha dado la espalda. Hemos contado con la colaboración de representantes de un amplio sector del espectro político: Cristina Narbona (presidenta del PSOE); Borja Sémper (expresidente del Partido Popular de Guipúzcoa y exportavoz en el Parlamento Vasco); Rosa Díez (exdiputada y fundadora de UPyD); Ainhoa Beola (directora del programa de EH Bildu); Pedro J. Hernando (portavoz del grupo PRC); Goretti Sanmartín (coordinadora de la Ejecutiva Nacional del BNG); Paula Espinosa (asesora del grupo Compromís); Inés Sabanés (coportavoz de Equo) y los diputados/as nacionales Zaida Cantera (PSOE), José Luis Aceves (PSOE), Helena Caballero (PSOE), Carmen González (PP), Jaime de Olano (PP), Jaume Alonso-Cuevillas (Junts Per Catalunya), Inés Granollers (Esquerra Republicana) y Ana María Oramas (Coalición Canaria).

Por razones evidentes, era un requisito necesario para que la iniciativa pudiera prosperar que ningún partido político se apropiara de ella y que tampoco se convirtiera en patrimonio exclusivo de la izquierda o de la derecha, objetivo que, visto los apoyos, hemos conseguido. Sin embargo y a pesar de lo que pudieran en apariencia indicar todos estos importantes avales, la resistencia está resultando férrea: tras haber escrito a cientos de diputados y senadores y haber solicitado reiteradamente a las 23 formaciones políticas con representación parlamentaria en el Congreso de los Diputados que se posicionen con respecto a nuestra propuesta, solo siete partidos, ocho diputados y ninguno de los senadores han respondido. Tampoco lo ha hecho, siento decirlo, ninguno de los 33 medios de comunicación contactados.

Se me ocurren varias hipótesis, además del silencio mediático, para explicar por qué no hemos recibido un mayor respaldo. Se me ocurre por ejemplo que cada político cree verdaderamente que su partido hace las cosas muy bien y que quienes requieren de un código ético son los otros partidos (esta explicación me la han dado tal cual varios diputados). Se me ocurre también que a los políticos no les gusta que los fiscalicen en exceso si pueden evitarlo y menos aún cuando la iniciativa parte de la ciudadanía y no del parlamento, lo que, desde su perspectiva, le resta legitimidad (no es excusa, pues les hemos ofrecido participar en la elaboración de su contenido, como no podría ser de otra manera). O quizás la causa hayamos de encontrarla en que a muchos de ellos el conflicto, la farsa y las formas hiperbólicas les van bien, se sienten cómodos con estas prácticas e incluso se encontrarían perdidos, fuera de lugar y de juego, de no recurrir a ellas (los cambios de hábito siempre generan incomodidad y resistencia).

Sin embargo hay una línea de reflexión que me resulta aún más interesante: ¿Tenemos los ciudadanos alguna responsabilidad en el comportamiento sectario exhibido por nuestra clase política? Personalmente, creo que mucha, y los medios de comunicación también, una admisión que no ha de restar un ápice de responsabilidad a los políticos. Es evidente que son ellos los principales instigadores de la confrontación incesante entre la izquierda y la derecha y la pésima relación entre gobierno y oposición, con las dramáticas consecuencias que todos/as conocemos y sufrimos. No obstante, no está de más ponernos en su situación, aunque solo sea para intentar comprender, que no justificar, su nefasta actitud.

Es innegable –está en su naturaleza– que el político actúa movido por intereses propios, partidistas y electorales, independientemente de que tuviera también otras motivaciones más elevadas, que no pongo en duda. Su supervivencia individual depende del aprecio que suscite su discurso público en sus dirigentes y compañeros de partido y la supervivencia de este pende a su vez de que un sector de la ciudadanía perfectamente definido (primordialmente los suyos) comparta esa misma apreciación. Este miedo al rechazo y búsqueda de la aprobación explicaría en gran parte su comportamiento.

Pero yo me pregunto, ¿acaso esto no lo hacemos todos, buscar la aprobación y cuando esta nos es negada enrocarnos en nuestras posiciones e incluso contraatacar con vehemencia, como mecanismo de defensa, al sentimos injustamente juzgados? El político, si lo pensamos fríamente, no deja de ser producto de una sociedad cuyas normas de supervivencia se fundamentan en la aprobación y la competitividad.

Lo que pretendo transmitir es que la solución que buscamos se encuentra en el terreno de la educación y la ética; y el reto, en la contención, en aprender a dominar unas tendencias culturales muy arraigadas en todas las sociedades occidentales. Mientras la ciudadanía –y los medios de comunicación– encontremos excitante y aplaudamos los intentos de derrota y destrucción del adversario cuando este coincide con el nuestro y solo nos ofendamos cuando a quien atacan es a uno de los nuestros, estaremos alentando ese comportamiento y contribuyendo así a su perpetuación. Esta conducta no es, me temo, sino una expresión de la cultura de la lucha tribal imbuida en nuestra psique y alimentada desde que somos niños; yo contra ti, mi equipo contra tu equipo, mi tribu contra la tuya… vencer, vencer y vencer, cueste lo que cueste, aunque nos cueste la paz social, la dignidad humana y la integridad moral; aunque cueste vidas.

Por el contrario, si somos exigentes con nosotros mismos y nos resistimos a la tentación de cosificar y deshumanizar al rival político; si nos resistimos a la tendencia a rechazar sistemáticamente a quienes opinan distinto, escuchándolos en su lugar con comprensión para poder entenderlos mejor, probablemente descubramos agradecidos que nuestros contrincantes acaban por hacer lo mismo con nosotros.

No pretendamos por tanto tener siempre razón (o no toda la razón) ni nos nutramos exclusivamente con información de quien opina exactamente igual que nosotros. Atrevámonos a salir de vez en cuando de nuestra zona intelectual y emocional de confort. Normalmente las mejores respuestas se hayan en un punto de equilibrio difícil de encontrar si nos empeñamos en reforzar las mismas ideas ya enraizadas, obviando las que no encajan en nuestro relato predeterminado. Esta actitud visceral y obstinada hace que nos escoremos inevitablemente hacia los extremos, donde no encontraremos sino discordia y retraso.

En el lado opuesto, cuando aprendemos a escuchar a los demás para intentar descubrir qué parte de razón tienen, que es probablemente la que a nosotros nos falta, encontramos paz y progreso. Y no se trata aquí de ser un pusilánime o un buenista sin fundamento, ni de confundir ecuanimidad con equidistancia: se puede ser firme y fiel a nuestras convicciones más profundas y discrepar de nuestros rivales políticos, pero haciéndolo desde el respeto, con inteligencia emocional y generosidad, guardando las formas y buscando oportunidades de acercamiento donde a priori creamos que no las hay. Y lo que es también muy importante: sabiendo pedir disculpas cuando nos hayamos dejado llevar por nuestros instintos más primarios a un lugar equivocado donde no pretendíamos llegar.

Soy consciente de que todo esto suena un tanto utópico y que quizás no estemos aún preparados como sociedad, pero estoy convencido de que nuestro futuro radica en cultivar las buenas (me refiero aquí a bondad) ideas; en ensalzar el valor de la fuerza interior silenciosa frente a la agresividad estridente; el valor de la humildad frente a la soberbia; el valor de la honestidad sincera frente a la escenificación interesada; el valor del espíritu libre frente al prejuicio egoísta; el valor de la cooperación amable frente a la competición despiadada. Parece mucho pedir, pero lo cierto es que solo así podremos construir un mundo menos cainita y polarizado, menos dogmático, más justo y universal, un mundo en el que apreciemos que el diferente nos complementa y que la bondad no es debilidad, sino fortaleza.

Arturo Tirador es socio de infoLibre y promotor de la iniciativa ciudadana Ética Política

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