Librepensadores

Hagamos como si no lo viéramos

Librepensadores nueva.

Fernando Pérez Martínez

Las elecciones presidenciales en EEUU -"qué gran país", "la mayor democracia del mundo" y un buen puñado de tópicos que son muy queridos por el periodismo fetén- se sintetizan en la patética imagen de dos ancianos, carentes de vergüenza que fingen ser adolescentes, bailones, corretones, entusiastas y sólo son engorrillados teñidos, valetudinarios… y multimillonarios.

Seres acostumbrados a ser obedecidos sin rechistar, a escuchar un coro de risas después de cada chiste, a recibir elogios por hacer o decir lo mismo que usted y yo hacemos o decimos a palo seco. Flanqueados por esposas afinadas a golpe de bisturí, con la boca llena de joyas de la ortodoncia universal, discretas y que sólo salen de la sombra de las bambalinas para completar alguna de las imágenes tópicas de familia feliz en versión estadounidense. Nadie diría que los dos viejos pollos están a un paso de la sepultura y sólo los equipos médicos saben lo que les meten por la vena a través de bebedizos, jeringazos o perdigonadas de cápsulas o grageas (para que sus artríticas articulaciones, sus huesos descalcificados, sus cerebros espongiformes y sus sistemas cardiopulmonares enfisematosos, apuntalados en tablas de suaves ejercicios y en pie merced al andamiaje psico químico que constantemente se les prodiga) puedan escenificar con el mismo crédito que el longevo y obeso San Nicolás, que trepa y desciende por estrechas, sucias e insalubres chimeneas con una sonrisa y sin un resuello; pero cada cuatro años.

El periodismo español, como el internacional, con aparente convicción confecciona sesudas, trascendentes crónicas de la pueril campaña electoral que protagonizan estos abuelos apoyados en las muletas de batallones de nietecitos mercenarios que les llevan y traen en volandas y sólo les sueltan de los andadores cuando se encienden los focos y los cócteles anfetamínicos comienzan a despertarles, para bajar o subir la escalerilla del avión, o sobre el estrado, justo para recitar su chiste, su puya y su eslogan, sin confundir el nombre del foro ante el que actúan, sin caerse, ni balbucear, mientras en torno llueve el confeti tricolor que los cañones de aire diseminan en torno y el ambiente arde entre himnos, pancartas y gallardetes recién desembalados y que volverán a sus cajas, bolsas y estuches para ser exhibidos de nuevo durante el tiempo que dure la campaña electoral después de ser barridos, envueltos y trasladados una y otra vez.

Toda esta teatral agitación nada tiene de política como arte de hacer posible lo necesario, sino más de lanzamiento propagandístico de un producto de consumo. Es un anuncio publicitario lleno de trampa y de cartón. Quienes lo cuentan en los medios de comunicación lo saben y se emplean a fondo en hacer pasar esta cabalgata de reyes magos cuatrienal como una heroica tournée en la que estos adolescentes y juveniles septuagenarios, en lugar de jugar al dominó en el hogar del pensionista, juegan (en manos de halcones manipuladores en la sombra) a sueldo del complejo bélico industrial y los grupos de presión trasnacionales para sacar adelante sus productos petroleros desde lejanos aduares o imponer las tesis geopòlíticas que mejor se acomoden a los beneficios estratégicos, comerciales, e internacionales de delincuentes blanqueados desde la discreta sombra que sus multimillonarios réditos les procuran.

Todo para que la heterogénea humanidad cuando levanta los ojos de su labor cotidiana con la que alimenta a sus familias, no vea la turbadora pugna de dos egos que al modo de las estrellas muertas, aún proyectan la luz que sus empleados tratan de avivar, como si todavía tuvieran algo positivo que aportar a un futuro que se escribirá sin ellos, mientras las maquinarias electorales en todos los idiomas terrestres nos machacan con la trascendencia del acto para nuestras vidas y las de las generaciones que participarán por activa o por pasiva en las guerras que sus negocios precisen para repartir favores entre quienes apostaron por una u otra resplandeciente momia.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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