La portada de mañana
Ver
La red infinita del lobby de la vivienda: fondos, expolíticos, un alud de 'expertos' y hasta un pie en la universidad

Librepensadores

En la vida no hay filtros

Pako Martí

¿Cuándo, dónde y por qué nacen las redes sociales? ¿Por qué colapsó el Imperio Romano? ¿Fue el emperador Teodosio el causante? Esclavos de los likes, influencers, hate addicts, todos armados con sus smartphones de pantalla retina. Instagram, Twitter, Facebook, ética y estética del flujo económico en vena.

Uno despierta con la monótona cantinela de: “agrégame”, “sígueme”, “retuitéame”, “whatsapéame”. Mejor un café́. La dinámica habitual de esta peña es hacer foto, colgar foto, ver likes. Dar cera, pulir cera. Escaso background. Postureo. Todo muy bien cuidado. Fondos, filtros, lugares y, sobre todo, el atuendo. Me agotan los instagramers y sus 800 millones de usuarios. Lo más surrealista es que a un pavo-guaperas le pueden pagar 5.000 euros por colgar una sola foto. No pienso hacer números, me duele la cabeza.

En la azotea de Instagram se encuentran los rooftoppers. Adictos a la adrenalina. Capaces de arriesgar su vida, colgados a 180 metros de altura por un selfieselfie. Les da igual un edificio que un acantilado. Vedettes intelectuales de la vida y la muerte, figuras que tienen la facilidad de envasar el tiempo al vacío. Iconoclastas que rompen con los dogmas o convenciones establecidas en la red. He de reconocer cierta admiración por este clan de flipados camicaces.

Andreas M. Kaplan y Michael Haenlein definen las redes sociales “como un grupo de aplicaciones disponibles en internet. Construidas y basadas tecnológica e ideológicamente en la web 2.0. Que permiten la creación y el intercambio de contenidos generados por el usuario”. Ideológicamente, las redes son utilizadas para esputar en pocos caracteres, para mentir, tergiversar, manipular. Véase Donald Trump en Twitter. Fuck News en su grado más básico e insensato. No voy a perder el tiempo citando a toda la fauna que las utiliza. Paradojas de la tecnología.

Mientras apuro el café y me despido del cigarro –si fumo ¿qué pasa?–, le doy una mirada muy por encima al monopolio impúdico de Mark Zuckerberg, un tío que afirma que puede leer y escribir francés, hebreo, latín y griego antiguo. No me sorprende que en Harvard le dieran una buena hostia, con la mano abierta, de las que ofenden, por violación de las políticas de privacidad y propiedad intelectual. Lo que genera en uno todo tipo de suspicacias. Si le añadimos que tiene una fortuna valorada en 73.200 millones de dólares, a fecha de abril de 2018, ya comienzan a rechinarme los oídos con el Zuckerberg. Esto comienza a parecerse a Django desencadenado. Vamos a tener que darle un giro.

Lacras como el “ciberacoso”, muy establecido en Whatsapp y extendido por adolescentes que no tienen criterio ni piedad alguna a la hora de desbarrar en actitudes violentas, entran a formar parte en la Red, de ese espacio en el que los padres o profesores no ven o no quieren ver. Barra libre para joder al prójimo. Inmunes al bien y al mal. Pandilla de malnacidos con derecho de pernada. Me ponen enfermo y de mal talante, su interacción sin ningún tipo de ética. Niñatos que ríen con la boca llena, con tiempo libre para hacer daño según les venga en gana. Me los suelo encontrar en parques, armados todos con sus móviles, humeantes tras cada disparo. Malos tiempos para la lírica. No es Avon quien llama a su puerta, es la web 2.0.

La aparición de las redes sociales ha dado un giro de 180 grados a la comunicación –vaya mareo que me estoy pillando–. Todo es inmediatez, todo está online, todo es global. ¿Cuál es el mejor filtro para esta fotografía? La verán probablemente 5.000 followers. Vamos a insultar desde el anonimato, es más cómodo. En toda esta inmediatez existe una ignorancia global. Un lenguaje extremadamente básico. Se te puede erizar la piel, leyendo algunos textos. Adiós a Unamuno, Blasco Ibáñez, Jane Austin o María Dueñas. Influencers que se pasan por el forro de sus Gucci, escritores que marcaron y marcan talento y época. De esto va la cosa. Pregúntenles si fue Teodosio el causante de la caída del imperio Romano y le responderán, ¿pero tenía Instagram o Facebook?.

El Imperio Bizantino no fue más que un espectador de la caída del Imperio Romano. Un espectador a favor de obra. Las redes no son más que la respuesta a la soledad del ser humano.

“Demasiados influencers y pocos referentes”. “Tengo miedo a convertirme ahora en un cretino insoportable; en un influencer”. Bob Pop.

Pako Martí es socio de infoLibre

Más sobre este tema
stats