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Polarización

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Francisco Javier Herrera Navarro

Si aceptamos como hipótesis de partida que el ser humano es una parte más de la naturaleza y que a lo largo de la historia los cambios de ésta han influido en los cambios de aquél (en la misma medida que la parte es afectada por las modificaciones del todo), hemos de convenir que eso que ahora llamamos "polarización" en el terreno social y político no puede ser otra cosa que una consecuencia del extremismo térmico que estamos observando desde hace unos años y que tiene en el calentamiento de los polos y en su correspondiente deshielo su manifestación más palpable.

La regularidad térmica en la que vivíamos hasta hace unos años y que podía comprobarse en la sucesión lógica de las estaciones del año, con temperaturas más o menos estables, se correspondía con una naturaleza humana más regularizada, lógica, equilibrada, léase por ejemplo a nivel político en una alternancia respetada por unos y otros y basada en la aceptación responsable de unas reglas del juego comunes; estabilidad bipartidista o democracia inestable podría llamarse.

Pero a medida que hemos ido nosotros mismos degradando nuestro hábitat el equilibrio ecológico se ha descontrolado de tal modo que ahora mismo nos encontramos de lleno en una sima profunda, en un caos autodestructivo de imprevisibles consecuencias y ninguna por supuesto halagüeña.

A los ciclones, terremotos, tormentas, pandemias y demás catástrofes aportadas por la naturaleza envolvente –por el todo– le corresponderían, si seguimos el razonamiento, seres humanos igualmente desequilibrados, volcánicos, ciclónicos, cataclísmicos, catastróficos, tóxicos, destructivos en esencia y en estricta dependencia psíquica con el totum revolutum natural del que dependen.

El populismo, aplicado al contexto político, sería su manifestación más preclara, de ahí que esos seres humanos anteriormente apartados de la normalidad psíquica, ensimismados en sus locuras o paranoias, ratas sin más, ahora hayan encontrado su terreno propicio para salir a la palestra y sentar cátedra volátil de su simplicidad existencial.

Son los representantes de la maldad que anida en la naturaleza humana, en estricta correspondencia con la que existe en la naturaleza de forma (valga la redundancia) natural. Son el envés, la cruz, la luna, el cátodo, el signo menos, la sinrazón, la enfermedad, el caos, la fealdad, la demencia... quienes ahora llevan la iniciativa y amenazan con engullir a sus correspondientes opuestos que en mayor o menor medida y con cierta armonía preestablecida eran los que gobernaban nuestras mentes, y nuestras sociedades, en un cierto orden desequilibrado, pero orden al fin y al cabo, y que era lo que llamamos democracia.

Estamos sin duda en una era en la que la parte demoníaca se quiere imponer a la parte divina pero como estamos en plena Babel idiomática, y por ello de pensamiento, el concepto de verdad se diluye y de ahí la confusión y el cóctel de contrarios al que estamos asistiendo, como si ya estuviéramos viviendo en un tubo de ensayo cuántico que englobara a la Naturaleza y a sus naturalezas satélites y parasitarias.

Hasta ahora, la única esperanza era que sabíamos que tras la tempestad venía la calma y que tras los tiempos medievales de zozobras y de pestes venían los renacimientos... Lo que hace falta saber ahora es si llegados a este punto, la naturaleza puede renacer y con ella el resto de naturalezas dependientes, es decir todos nosotros.

Y en esas estamos, en esa duda e incertidumbre: si dejamos que el populismo caótico se imponga o bien seguimos apostando por la democracia inestable.

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Francisco Javier Herrera Navarro es socio de infoLibre

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