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Insultos

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José López

Un día de finales de los años 90, yo extranjero recién llegado a la maravillosa ciudad de La Habana, para trabajar en un proyectico de inversión española, manejaba (conducía) casi por primera vez mi viejo Lada moscovita asignado por la contraparte cubana del negocio, por la Vía de Boyeros en dirección a la rotonda de la Ciudad Deportiva, cuando de pronto un carro (coche) a mi izquierda dio tremendo volantazo, para evitar uno de los socavones de la calzada, que de aquellas no eran grietas en el asfalto,  sino acantilados de varios metros por donde los despistados coches podían desaparecer como en el Triángulo de las Bermudas.

Ante semejante incidente ofensivo para mi dignidad choferil contrastada, grité con vehemencia al vehículo indefinible por estar compuesto de trozos de otros coches, que me había perturbado.

- ¡¡Gilipollas!!

Grité, con pasión, pero sin percatarme que aquel Lada tipo Seat 124 de las cavernas que yo ahora manejaba como un tanque Pancer, llevaba por causa de fuerza mayor las cuatro ventanillas bajadas, principalmente para que las moscas de dentro y yo, no muriéramos de asfixia o achicharrados. Y de pronto, me percaté que el insultado aminoraba la velocidad de 40 km/h a 30km/h que era a lo máximo que aquel Frankenstein con ruedas podría correr, y se ponía desafiante en paralelo a mí, ventana contra ventana.

Yo, heroico conductor con los genes de Viriato, Aníbal, el Cid y todo lo que tú quieras, de pronto vi al otro lado de las ventanillas a un tipo, descendiente de africanos y por lo tanto de un tono de piel, entre negro zaino y negro de pozo sin fondo, que conducía con la cabeza casi incrustada en el techo del coche, y el timón ( volante) en medio de las rodillas, así a bote pronto, mientras las bolsas de la hombría se me iban subiendo a la garganta le calculé al señor al que yo acababa de llamar, gilipollas, unos dos metros y pico de alto y otros dos de ancho, sin cuello, y con un brazo del mismo volumen de las dos nalgas que yo ahora apretaba como un poseso.

Pero lo que me sorprendió fue que en aquellos escasos metros de transitar en paralelo se me quedo mirando con los ojos muy abiertos como si acabara de ver al mismísimo Fidel Castro paseando en calzoncillos de leopardo y bolso de Chanel por La Rampa del Vedado.

Pero, en esos fugaces instantes a pesar de ir a trotecito lento, se nos acabó el amor, como diría la copla, es decir, el tramo recto en el que podíamos ir aparejados, ahora ambos teníamos que girar cada cual para su destino, yo respiré aliviado, mientras le mentía a mi amor propio elucubrando sobre mi posible enfrentamiento heroico con aquel tipo, si el destino me lo hubiera permitido, y con la boca pequeña dando gracias a Dios por conservar la cara intacta.

Pero cuando se gira a la izquierda en Boyeros para coger la vía de Santa Catalina hay un puto semáforo que suele durar en rojo entre diez años y un día y media vida, que decidió de aquellas cerrar filas con su compatriota cubano y permanecer cabezonamente colorado, porque resulta que el armario ropero al que yo había insultado también giraba a la izquierda y se volvió a poner justo a mi altura.

Bueno, en realidad los coches estaban a la misma altura pero yo, estaba como dos metros mas encogido y arrugado en el asiento que el citado “gilipollas”.

Como todo el mundo sabe, en algunas situaciones comprometidas o de acojone profundo los seres humanos tenemos la capacidad de pensar en varias cosas a la vez; yo mientras miraba de nuevo simulando como podía entereza de ánimo y medio desprecio al sorprendido King Kong conductor vi pasar a toda velocidad mi azarosa vida, al mismo tiempo que trataba de calcular los kilos de fuerza por centímetro cuadrado de cara, del impacto que podría tener el puño cerrado de aquel tipo, y mi instinto de supervivencia por su cuenta y riesgo sin consultar a mi dignidad, hacia malabares para ver qué coño de argumento me sacaba yo de la manga para si fuera necesario explicar al señor cubano de color que a fin de cuentas, lo de “gilipollas” estaba dicho en tono cariñoso, casi de halago o alabanza.

Y de pronto, el gigantón cubano habló:

-“¿Ven acá asere, qué cosa e gilipolla?” .

Ante su duda y sobre todo ante su tono tranquilo y casi cómico, mi alma regresó al cuerpo y mi hombría que estaba ya cuatro cuadras más adelante corriendo como gallina que ha visto un puchero, empezó a regresar aunque despacito.

Y decidí tirar por lo corto, contestando en un perfecto “idioma de guiri gallego” (allí todos los españoles somos “gallegos” como en Argentina):

-¡¡Hombre, es que te me has tirado encima, así de golpe y me ha salido sin pensar lo primero que se me ha ocurrido!!

Pero a pesar de cacarear mi disculpa con bandera blanca reluciente, la cara de desconcierto del cubano seguía y volvió a hablarme, preguntando entre risas:

-¿Entonces, gilipolla e como un insulto en España? 

Porque él ya había discernido que el pequeñajo del otro lado con cara de muerto de susto, era un español engreído.

Y entonces apareció la explicación de todo este histórico incidente, Reynaldo con el que luego hice buenas migas, y al qué cariñosamente en nuestras partidas de dominó como compañeros siempre llamaba “negro prieto” sin que significara ni insulto ni ofensa para nadie, me explico allí delante del semáforo eterno de Bolleros con Santa Catalina, donde nos conocimos:

- ¡¡Mira, compadre, aquí eso que tu dise de gilinoseque no se entiende, no se sabe lo que e, aquí a partil de ahora tu tiene que desil, comemierda, pero agarrándote un ratico en la i , así comemiiiiiiiiiierda, ya vera tu que asi te funsiona!!

Y Reynaldo que a pesar de su aspecto de estibador portuario tamaño XXL mezclado con jugador de NBA era ingeniero informático de los buenos (hoy haciendo vida productiva en los EEUU ) aprovechó el acto para primero, devolverme el insulto con retranca y disfrutando de mi amplia sonrisa de agradecimiento mientras escuchaba cómo me llamaba en mi cara, “comemiiiiierda" y segundo para demostrarme que las palabras son importantes, pero los insultos, las descalificaciones, los intentos de ofensa, son relativos y dependen solo del momento, el lugar y las personas implicadas.

Moraleja: Todos los que por aquí, escriben, comentan, opinan o replican, incluso los qué solo buscan pendencia, usan en ocasiones, calificativos, definiciones, o expresiones para hablar de otros, que muy posiblemente, no signifiquen nada para ellos pero puedan ofender a esos otros y viceversa, quizás algunos gastan en demasía sus talentos en descalificaciones, etiquetas o insultos sin ser conscientes de que solo son desahogo para ellos mismos.

A fin de cuentas entre “gilipollas” y “comemierda” puede haber un abismo o puede ser la misma cosa.

José López es socio de infoLibre

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