Librepensadores

Que alguien nos salve

José Ramón Berné Marín

Es media tarde, entro en la cocina de mi casa, el televisor está conectado, se está emitiendo un programa, cuyo título va cambiando de nombre según avanza la tarde, los protagonistas de dicho programa siempre son los mismos, en estos momentos están merendando. Pregunto a la persona que está viendo el programa: "¿Están merendando?". Claro, me responde con cierto tono irónico, como no van a merendar, el programa empieza a las cuatro de la tarde y termina a las nueve de la noche. Y nada, allí están una serie de personajes lanzándose improperios, entre bocado y bocado, mientras millones de españoles siguen boquiabiertos sus desbarres, sin sospechar siquiera que se están riendo de ellos. Día tras día, este programa, en sus tres idénticas versiones, se encuentra en el top ten de los más seguidos.

Salgo de la cocina y me paro a pensar, enseguida me pregunto: ¿Hubiera visto algo diferente si en el televisor estuvieran transmitiendo algún debate desde el Parlamento español? Probablemente no. Bueno sí, hay una diferencia, en el Parlamento español se van a merendar al bar.

Nos quejamos de la programación televisiva, nos quejamos de los políticos que tenemos; en ambos casos la elección depende de nosotros, la tecnología nos permite que, sin movernos del sofá, podamos cambiar de cadena. Pero no, ahí continúan, aunque sea como esa música de fondo de algunos establecimientos hosteleros que, además de taladrarte el oído, impiden cualquier conversación seria y coherente; y no se te ocurra decir que bajen el volumen, te mirarán como a un bicho raro y durante unos minutos te obsequiarán con medio decibelio menos. Tal vez se nos han acabado las pilas del mando y nos da pereza levantarnos para cambiar de canal, o tal vez la parrilla televisiva anda escasa de ofertas atrayentes. En la mayoría de las ocasiones el programa consiste en poner a dos o más personas en un escenario, que puede ir desde un simulacro de restaurante a una selva amazónica, con el fin de que saquen a la luz, y delante del todo el mundo, lo más rastrero de su personalidad. ¿A qué me recordará esto?

En general, a las cadenas de televisión solo les importa la audiencia de sus programas, no les incentiva demasiado la calidad, solo buscan la cantidad; la cantidad de televidentes que tienen conectado el televisor habiendo sintonizado su cadena. A los partidos políticos les ocurre algo muy parecido, solo les importa la audiencia, es decir, los votos; lo que hagan luego con ellos es otra cosa, incluso no les importa que cambies de canal hasta las próximas elecciones. Aquí la parrilla de programas también se parece mucho, cambian los escenarios, pero el guion es muy similar. ¡Ah! y no hemos de olvidar que los canales de pago, que ofrecen algunas cadenas, suelen atraer la atención debido a la baja calidad de los canales en abierto y no todo el mundo tiene poder económico para acceder a ellos.

Los del primer mundo, los que todavía tenemos varios canales que sintonizar, pongamos las pilas a nuestros mandos a distancia y hagamos zapping, seguramente encontraremos algún programa que, aunque no nos satisfaga plenamente, quizás deje de embrutecernos, quizás despierte nuestro interés por la música, la literatura, la ciencia… Todavía existen cadenas que no priorizan los beneficios económicos de sus accionistas, no miran tanto a los bancos y buscan patrocinadores con un cierto componente ético. Y, muy importante, tengamos presente que hay cadenas que solo nos ofrecerán canales de calidad si pagamos por ellos. (Por si alguien anda despistado, entiéndase la metáfora).

Han pasado tres horas, enciendo un televisor, busco la cadena donde siguen emitiendo ese programa que cambia tres veces de nombre a lo largo de la tarde, parece ser que ya han terminado de merendar, uno de los individuos presentes, entre risas del que lleva la batuta, hace llorar a una de las colaboradoras que, supuestamente, cobrará para recibir tal escarnio. Decididamente hago uso de mi mando, quizás algún reportaje de un grupo de ñus huyendo despavoridos de algún sagaz depredador me reconcilie con la, cada vez menos, pequeña pantalla.

Recuérdenlo, amigos, cambien las pilas del mando a distancia y estén siempre prestos a cambiar de canal. Y al que nos vende las pilas, adviértanle que las queremos alcalinas, de primera calidad, que al menos nos duren unos años con la mayor eficacia.

José Ramón Berné Marín es socio de infoLibre

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