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Anatomía española

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José María Barrionuevo Gil

Siempre que hablamos de cuestiones patrias, tenemos que tener cuidado, porque se nos puede interpretar mal y no tenemos el cuerpo hecho para cargar con mucho peso, sobre todo, si se trata de desafectos. Tampoco están los aires muy puros para hablar de anatomía españolista, ya que nos podrían tachar de que lo que nos mueve no es ni más ni menos que el furor deportivo por un equipo de fútbol que se atreve a campear precisamente por los terrenos y territorios catalanes, precisamente ahora, que los ánimos están tan saturados de animadversión más que de animaciones.

Nuestra anatomía es muy recurrente para ofrecernos un campo, y no de fútbol, tan extenso y amplio, como para transducirla a una buena cantidad de referencias, que un pueblo tan inteligente y ocurrente como el nuestro suele montar cada dos por tres. El problema lo tenemos cuando nuestra lengua se va de ligero y cambia los términos de nuestra Lengua y nos hace decir incluso todo lo contrario de lo que intentamos expresar. Ya asistimos en su día a las declaraciones de un político que declaró, con la asistencia inoportuna y desgraciada de su subconsciente, que “yo habré metido la mano, pero la pata, no...¡ay! ¿o es al contrario?

Nuestro terruño español, y muy español, no solo tiene que soportar nuestro peso por mor de la gravedad, sino que tiene que cargar con tantas y tantas declaraciones desafortunadas, que es casi un milagro que se comporte con tanta entereza y consistencia hasta cuando metemos la pata hasta el corvejón. Con las elecciones en los países catalanes, hemos podido ver cómo la gente se tiran los trastos a la cabeza. No faltan los improperios que son, por lo visto, muy propios de la dialéctica política. Algunos hablan hasta por los codos, pero resulta que los hincaron poco en sus jóvenes años de estudiantes.

En estos días vuelven a retornar las musas de la pasada política que hicieron migas con el paladín de los catalanes, con el que eran uña y carne, pero que arañaba algo más del tres por ciento. Los pesos pesados de la antigua política, que se consagraron como barones, salen a flote ahora, porque se lo pide el cuerpo, cuerpo de rey con el que sobreviven, sobre todo, algunos. Sin embargo, ahora se quejan de que los políticos jóvenes digan lo que piensan y, por ello, dicen que “cuando se mete la pata, lo oportuno es sacarla pronto, y yo no quiero que la saque”. Lo mismo están hasta las narices de que Sánchez e Iglesias sigan adelante y aguantando a pesar de la pandemia vírica y de la endemia tan patria que les ha precedido durante las dos legislaturas anteriores.

Con estos dos años de gobierno que iba avanzando por el camino de convertirse en un gobierno progresista, hemos podido observar que tanto González como Aznar, que tienen todo el derecho del mundo a creerse que son el ombligo del mismo, no han sabido tener mano izquierda para reconocer algo positivo en las andanzas del actual gobierno. Es lo que tiene el llegar a no poseer mayor poder que el de contar con un solo voto, como nos pasa a todos los españolitos de a pie.

Que Sánchez ahora duerma a pierna suelta con el gobierno de coalición parece que les quita el sueño a más de uno. Parece que Europa no se escandaliza de los comentarios de Iglesias y, por otro lado, no nos reenvía a los políticos catalanes por la sencilla razón de que no se deja tomar el pelo tan fácilmente. Si pusieron los pies en polvorosa fue porque su independencia duró trece minutos, y muchos, que se rieron a mandíbula batiente de semejante independencia, se convirtieron en inquisidores. Algunos independentistas, que tenían la mosca detrás de la oreja dieron la espalda incluso a los suyos y se fueron huyendo de la sentencia, que no de la justicia, que todos respetamos. Incluso algunos volvieron y, por aquello de que aquí te pillo, aquí te mato, también han dado con sus cuerpos en la sombra.

Nuestra santa madre que nos decía: “Mucho miedo pero muy poca vergüenza”, parece que se olía lo que estaba por llegar. A Iglesias, que ha proferido muchísimas exageraciones, más de uno le está tomando más miedo que respeto, porque no tiene pelos en la lengua y dice sencillamente lo que piensa, porque “de la abundancia del corazón habla la boca”. Muchos podemos pensar que lo que tenía que haber hecho es escribirle una carta al rey con sus cuitas e inquietudes y no pasaría nada.

José Mª Barrionuevo Gil es socio de infoLibre

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