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Elena Sánchez Sánchez

En tiempos repletos de dificultades, problemáticas, crispaciones y hartazgo, hacerse preguntas y decirlas puede ayudar a ver el panorama y, tal vez, a construir de manera común las respuestas que nos permitan, si no solventarlas, al menos actuar en pro del bien común perseguido. Escribo estas líneas días antes de celebrarse el 8M, un 8M en el que el feminismo parece estar más de moda y visible que nunca y, al tiempo, más revuelto también. Por eso, una de las alternativas en medio de la pandemia puede ser quedarse en casa y hacerse preguntas sobre lo que preocupa o debiera preocuparnos para la agenda que construye y avanza, y no sólo por las calles. Aquí algunas de ellas:

El feminismo, es decir, la igualdad, no discrimina, aunque observa y distingue muy claramente las diferencias que pueden llevar a las discriminaciones del considerado diferente, e inferior por diferente, precisamente para atajarlas, y en ningún caso las diferencias. Si el deseo y la teórica libertad personal se anteponen al bien común: ¿Sería justo? ¿Es democrático? ¿Existe posibilidad de pensar en los individuos al tiempo de regular la cuestión social y de volver al bien común en todas las ocasiones en que el individuo requiera nuestra atención? Aunque implique seguir sintiendo y pensando, es posible y necesario. Albert Camus expresó algunas de estas cuestiones y la necesidad, para hacer frente a ello, del amor por el prójimo o, de preocuparse sencillamente por la verdad, por el olvido de uno mismo o una misma y por el gusto por la grandeza humana.

Si obligar, imponer y castigar por considerar que se está yendo en contra de la igualdad conformaran la democracia y al feminismo, ¿sería democracia? ¿Sería feminismo? La respuesta a ambas cuestiones parece obvia, pero no lo es tanto en cuanto a las formas que pueden y llegan a emplearse y que harían que el feminismo se equivocara y confundiera la democracia.

Para una nueva estructura democrática sólida, ¿habría que modificar el concepto de poder? Si las mujeres asumieran el poder del mismo modo en que tradicionalmente lo han hecho los hombres, ¿qué ocurriría? Asumir como líder el poder sobre otros, ¿debería requerir también asumir la responsabilidad del bienestar de esos otros? ¿Asumir dicho poder sin dicha responsabilidad es tan solo y, además, tristemente, dominar e imponer? ¿Se asume el bienestar del prójimo en los puestos de poder? ¿Debería definirse el poder en términos de conocimientos especializados o habilidades concretas para liderar a un grupo de iguales en un fin común positivo, que no sólo fuera el resultado?

¿Cómo reducir el déficit público?

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Considerar que valores como el amor o la bondad forman parte de la “empanada mental” de las mujeres, ¿es machista? ¿Una “empanada mental” tiene que ver con el amor y la bondad o con la capacidad de razonar? ¿Una razón sin amor, es razonable? ¿El amor sin razonar es el más alto amor de la humanidad o un sucedáneo? ¿Se trata de restar capacidad de amar y bondad a las mujeres o sumarlas a hombres y mujeres y a la humanidad?

Aunque las respuestas a las preguntas puedan ser muy diversas, existe una respuesta común a todas ellas, que podría servir de punto de partida: la democracia necesita a los hombres y también a las que, en las contadas oportunidades presentadas, reproducen un modelo desigual y un poder equivocado. Hombres y mujeres necesitamos construir sin demora una auténtica democracia. Vamos a ella.

Elena Sánchez Sánchez es socia de infoLibre

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