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El arte de convencer

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José María Barrionuevo Gil

Nosotros que ahora andamos más sueltos porque vamos entendiendo que nos podemos conceder algunas alegrías, hemos conseguido entre todos salir a la calle y ventilar nuestras cabezas y recomponer nuestras miradas en el futuro, aunque pueda ser tan corto como el futuro inmediato. Como todavía vamos despacio con esto de la pandemia, sabemos que no podemos ir muy lejos, porque como nuestra lucha contra el virus se ralentiza, nos tenemos que frenar y compartir por ahora nuestras ausencias y nuestros confinamientos perimetrales.

Podemos salir ya de nuestras casas y de nuestras casillas y hasta nos vienen de fuera la gente para darse unas alegrías y concedérnoslas a nosotros, pero la confianza puede ser muy contagiosa y además algo suicida, si nos apropiamos de ella con bastante, si no avaricia, sí prisa. Siempre se ha dicho “vísteme despacio que llevo prisa”. Ahora que nos hemos tenido que habilitar de tiempo extra para ponernos las mascarillas, las prisas, y lo sabemos, nos tiran a la calle con la cara completamente desnuda y tenemos que volvernos y sacar las llaves y volver abrir la puerta de la calle, porque la calle está cerrada para los que van sin mascarillas, y coger el ascensor y franquear (con perdón) nuestra puerta más querida, sobre todo, en ese momento de rescatar nuestra mascarilla.

¡Mira que nos lo están diciendo infinidad de veces! Pero es que el arte de convencer no nos debe convencer mucho y así, como animalitos de costumbres, incluso ciudadanas, nos traicionan los hábitos de siempre y allá vamos, como tantísimas veces, como siempre, a cara descubierta, como si en ello no nos pudiera ir incluso la vida, porque estamos hechos a echarle mucha cara a todo.

Como estamos ya bastante hechos a permanecer más tiempo en casa por mor de los toques de queda, nos instalamos, no siempre con toda fortuna, ante el centro de nuestras vidas en que se ha convertido “la caja tonta”, que cada vez se está haciendo la lista para podernos convencer de lo que se le antoja. Hasta los telediarios ya no solo nos dan noticias, sino que intenta que muchas veces nos las creamos, como suelen hacer las portadas tan interesadas de los diarios de prensa escrita, que quieren hacernos comulgar con ruedas de molinos, que intentan moler hasta nuestras más insignes convicciones. Si nos fijamos en los noticieros, una parte de las novedades no son solo informativas, sino que son verdaderas notas, que no noticias, publicitarias.

Ya que estamos metidos en harina, después de habernos hecho la molienda, que podemos llamar oficial, de todo lo que nos pueden ir desgranando con las noticias, nos sirven gratuitamente una publicidad, que a menos que tengamos algo urgente que atender, se nos cuela sin que nos demos cuenta.

El arte de convencer se arma de muchas piezas, aunque muchas de ellas pueden patinar. Unas suelen ser más directas o explícitas y otras son más implícitas, como quien no quiere la cosa y precisamente para eso, para que las queramos, para que sintamos la necesidad de dedicar tiempo y dinero para que podamos acariciarlas con nuestras propias manos.

En estos días nos han apretado con la publicidad de perfumes y colonias que, además de querernos colonizar, son los que necesitan más arte, incluso más originalidad, ya que se trata de hacernos ver algo que solamente huele. Así nos aprietan con los atractivos de los envases, ya que como decía Eduardo Galeano: “Vivimos en la cultura del envase”. Es que ni nos olemos lo que puede haber en el contenido de las cosas ni en el interior de las personas. A esto nos pueden ayudar las mascarillas, que ya nos están igualando demasiado.

También los anuncios nos llaman la atención con imágenes sorpresivas que nos conquistan y hasta nos invaden las miradas, con paisajes y hasta llamaradas que no sabemos a qué huelen. Se trata de comprometernos a una sinestesia pura y dura para meternos por los ojos lo que no entra por narices.

Otras veces nos atraen la atención con escenas de parejas, incluso con el papel secundario, para colmo, explícito o implícito, de la mujer.

Lo que más nos ha llamado la atención es que siempre se trata de cuerpos esculturales, incluso muy bellos, para que nos dejemos llevar del aprendizaje vicario y del efecto halo. Sin embargo, si hacemos una lectura poco seguidista de este arte de convencer, lo que podemos pensar es que los guapos y las guapas huelen mal y por eso necesitan colonias y perfumes; no como nosotros.

José Mª Barrionuevo Gil es socio de infoLibre

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