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Los 'florentinos' de turno o el fútbol, soy yo

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Javier Herrera Navarro

Que el trumpismo vino para quedarse empezó a ser una evidencia a medida que millones de personas en diferentes latitudes empezaron a caer como moscas en las redes de la demagogia populista que potencia la ilusión de libertad con la mayor desigualdad posible. Es lo que el filósofo Byung Yul-An ha denominado “libertad paradójica”, una libertad tras la que subyace una autoexplotación, eso sí libre en apariencia, pero inconsciente y masivamente aceptada, tras de la cual se perpetúa la hegemonía de las minorías a través de sus medios de manipulación, una hegemonía que el resto de la gente no sabe (o no quiere) advertir. De esa manera, la mayoría mediocre, al hacerse literalmente "el longuis" y caer en las redes de la propaganda anestesiante que le neutraliza la capacidad de pensar por sí misma, contribuye a perpetuar aún más la desigualdad abriendo la brecha que vuelve al rico más rico y al pobre más pobre (aunque no quiera reconocerlo).

El último exponente de esa ideología ultraliberal-conservadora ha sido la llamada guerra del fútbol que planteaba, en toda su virulencia, a raíz de la enorme caída de ingresos que los clubes de fútbol han sufrido a causa del cierre de los estadios ocasionado por la pandemia. Era una idea ya acariciada desde hacía tiempo por los “grandes” tomando como modelo a la NBA norteamericana: crear una competición endogámica entre los clubes más poderosos tanto en masa social como económica; una competición entre élites dentro del orden europeo anulando el espíritu competitivo propio del deporte en cuanto a ascensos y descensos así como la capacidad de fascinación que ha ejercido siempre en el aficionado; se trata lisa y llanamente de legalizar ya sin tapujos la desigualdad real y destrozar con ello la idea de libertad que debería completarse con las de igualdad, fraternidad y/o solidaridad; afianzar en suma el sentimiento de clase, cuna, blasón, poderío, excelencia y distinción estableciendo un orden piramidal o de casta basado en la ficción de una supuesta transmisión de arriba-abajo tanto de los bienes como de los beneficios. De ahí al Estado teocrático o faraónico sólo hay un solo paso: el que se deriva de su ratificación electoral por vías democráticas.

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Con tales evidencias cada vez me acuerdo más de las hipótesis más apocalípticas de Umberto Eco que ya en los años setenta del pasado siglo atisbó los signos y señales de una “nueva Edad Media” en la que sin duda ahora mismo nos encontramos inmersos bajo una apariencia de modernidad tan falsa como vaporosa: los capiteles historiados de las iglesias románicas o los retablos góticos han sido sustituidos por la inmersión icónica en las redes; los castillos son esos mastodónticos, monumentales y megalomániacos edificios de grandes empresas, bancos, ministerios, centros comerciales y hospitales donde hemos de soportar kafkianos obstáculos para acceder; los señores feudales son sus directores gerentes, los presidentes de los patronatos, consejos de administración y fundaciones, en esos despachos mussolinianos en el último piso del rascacielos... y así podríamos seguir hasta la extenuación comparativa.

El resto ya que tengamos la condición de plebeyos que, apiñados en las estribaciones de los castillos, mendigamos las migajas de los epulones y nos consolamos con ejercer una libertad que cada vez más sabe a autoengaño, autoexigencia y autodisciplina para convencernos que estamos en la senda de lo correcto, y así seguir coadyuvando a la buena marcha del negocio de los florentinos de turno, de ese club de selectos bienhechores cuyo único objetivo es seguir perpetuando sus privilegios y ganando cada vez más dinero y voluntades. Es lo que subyace en esa iniciativa tan loable y honorable que apadrinaba un tal Florentino Pérez, decía que para salvar el fútbol (extensiva a los otros señores feudales que han firmado en pergamino la supervivencia del deporte rey). Está claro: Florentino, como cabeza visible de la revolución desde arriba, proclamó como antaño el monarca Luis XIV: “El fútbol, soy yo”. Una muestra más de la ideología absolutista y del consiguiente fascismo sociológico que se va imponiendo en nuestra sociedad para mayor esclavitud nuestra y que seguimos tragando como si se tratara del paradigma de la normalidad.

Javier Herrera Navarro es socio de infoLibre

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