Librepensadores

Época de memez

Librepensadores nueva.

Francisco Javier Herrera Navarro

Hubo una época cursi que fue magistralmente retratada por ese insuperable cronista del día a día que fue Ramón Gómez de la Serna; pero también hubo épocas de pijez supinapijez, gochismo divinogochismo, progresismo guay y nauseabunda cutreríacutrería. Ahora nos toca la memez, porque las jergas modales que inventa la burguesía adinerada para perpetuarse tienen que ser homologables y paralelas al sucesivo proceso desgaste-consumo-desgaste. Es lo que en su día dio en llamarse ideología klínex, por lo del usar y tirar, que es consustancial al capitalismo, cuanto más liberal mejor y más íntegro, porque a lo Persil mejor se lava y se blanquea...

Estoy seguro de que los teóricos y criticos de la cultura de masas, de los mass media, de la comunicación, semiólogos y franfurtianos de mi época estudiantil (de Gillo Dorfles a Umberto Eco, de Roland Barthes a Marshall Mac Luhan, de Horckheimer a Enszenberger) hoy se pondrían las botas asistiendo al diario espectáculo de la memez institucionalizada y que disfrutarían de lo lindo analizando los memes viralizados que nos invaden a diestro y siniestro a cualquier hora del día.

No me cabe duda de que lanzarían sesudas y académicas teorías sobre su significado y simbolismo e incluso me atrevería a aventurar que mi tan admirado Walter Benjamin no hubiera podido sustraerse a la tentación de reflexionar sobre el arte en la época de la memez digitalizada, porque de no otra cosa se trata que del grado de degradación (valga la redundancia) a que nos ha llevado todo lo que tiene que ver con el acceso multitudinario a entornos digitales y la transmisión e intercambio de mensajes a escala planetaria.

Un uso tan masivo que está amenazando con llevar a sus últimas y literales consecuencias uno de los ideales de las democracias: el acceso de todos a todos los conocimientos a través del acto aparentemente libre de pulsar un botón; un acto que se cree de libertad cuando en realidad es de esclavitud. Creo no exagerar si sospecho que es tal nuestra integración en ese cafarnaún babélico a través del apéndice digital, que el ser humano corre el riesgo de quedar reducido a ese fragmento exclusivo de su cuerpo, que cobre autonomía y llegue a creerse que es él quien piensa y no el cerebro que lo rige...

No es de extrañar, en consecuencia, que en esta época el lenguaje más universal y comprensible sea el meme, un producto lógico de autores memos, es decir de "tontos", "simples" y "mentecatos" según reza el diccionario de la RAE. Por lo tanto tampoco hay que alarmarse de que en el microcosmos político que nos envuelve pululen las memeces, perversamente diseñadas por los gabinetes de propaganda (por aquello de propagar el certero aserto de que "mejor que hablen de uno aunque sea mal"); sólo así podemos entender que un ser memo pueda acceder a las más altos escalones de la cosa pública pues mientras la cohorte de seguidores igualmente memos transmitan a todas horas sus memeces mejor se pueden disimular sus carencias y desviar la atención de los verdaderos y graves problemas que tendría que resolver.

Al lado de semejante monigote innombrable poco tienen que hacer los probados profesores de metafísica o de políticas ni la sensata anestesióloga; sus discursos y razones claman en el desierto de la sensatez, de la lógica y del sentido común así como dentro de los límites conceptuales del verdadero sentido de las palabras. Da igual lo que digan o que les asista la razón, el pensamiento discursivo y el argumento convincente, porque hoy para tener resonancia mediática basta con dejar que el dedo memetice una idiotez, aunque sea para alabar a tu candidata con un "más vale lo malo conocido..." o que el debate se centre en la libertad que tienes para tomar cañas después del trabajo o de las posibilidades que hay de encontrarte con tu jefe o con tu ex en cualquier calle madrileña. No importa: el mero hecho de que se conozca la memez y se transmita por los memos, ya es rentable, por aquello también del "mal de muchos, consuelo de...memos".

Mientras, yo prefiero consolarme con mi nieto de cinco años con el que hace un par de días (¡pasmado quedéme!) pude hablar del Partenón, de la diosa Atenea y demás dioses del Olimpo. Así al menos sé que a pesar de su tierna edad jamás llegará a la condición de memo, por lo que pongo todas mis esperanzas en él para que pueda contribuir (sabiendo como sé que es una utopía) a desterrar la memez de la faz de la tierra que le vio nacer.

Francisco Javier Herrera Navarro es socio de infoLibre

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