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La fe del carbonero

Fernando Pérez Martínez

La derecha española queda perfectamente retratada en la expresión a la que recurrió con acierto don Miguel Unamuno en sus escritos y que hoy se repite con mayor o menor oportunidad: la fe del carbonero.

Se refiere esta feliz locución a la anécdota, no se sabe si real o fantasía, que recoge la tradición oral, según la cual en los tiempos de esplendor de las hogueras concluyentes de los autos de fe, un inquisidor acorralaba, desde el púlpito, a la grey temblorosa en las frías naves de piedra de la iglesia con sus comprometedoras preguntas teológicas. Escrutando con ojos inmisericordes las huidizas miradas del temeroso rebaño, se fue a fijar en el carbonero que observaba la punta de sus gastadas sandalias durante todo el sermón, inmóvil sin atreverse ni de reojo a echar un vistazo al púlpito.

El carbonero se vio acorralado por las peligrosas cuestiones de teología con que le acosaba el inquisidor, hasta que lo tuvo donde quería y ante toda la parroquia volvió a sonar desabrida su pregunta ardiente como una llamarada: ¿Se equivoca Dios al darnos la libertad?, ¿qué es lo que crees según el libre albedrío del que Dios dota a sus criaturas humanas para obrar bien o mal? A lo que el carbonero respondió contundente que lo mismo que creía la Iglesia, creía él. El inquisidor, insatisfecho con esta respuesta, lanzó una última estocada: ¿Y qué cree la Iglesia? A lo que el carbonero tras interminable pausa valorativa zanjó: Lo mismo que creo yo.

Al igual que el carbonero, la derecha española encarnó el pensamiento político de la Iglesia porque Estado monárquico e Iglesia venían coincidiendo ciento por ciento en intereses durante siglos y así continuaron desde Trento hasta nuestros días. Era cuando luchaban a favor del dogma ciego e inamovible, que tenían que hacer sobrevivir porque era esencial justificación de las guerras que hacían para defender sus intereses… y su fe, sin necesidad de argumentaciones.

La derecha española continúa pretendiendo que España, ser español sea lo que ellos son. Arrebatando a sus rivales, por lo menos tan españoles como ellos, la nacionalidad.

Es por esto por lo que durante los siglos XIX y XX a los partidos liberales, constitucionalistas, demócratas que trajeron el progreso de las ideas políticas que desplegaban y triunfaban en los países política y socialmente más avanzados les anatematizaban de consuno, derecha e Iglesia Romana, como reos de ser antiespañoles, enemigos de la religión. Para ser español había que cumplir dos condiciones: ser monárquico, absolutista (de derechas) e integrista tridentino (católico romano).

Hoy, la derecha española, sin apearse oficialmente de sus dogmas pero forzado por la evidencia de los hechos, admite a regañadientes el control de la natalidad, se divorcia, se beneficia como si nadie se diera cuenta de la normalización legal de la vida homosexual e imperceptiblemente se desmarca de la inamovilidad de los dogmas de los que la Iglesia romana no acaba de atreverse a modificar, a poner al día. Hay que considerar que tuvieron que pasar 500 años para aceptar el heliocentrismo. De ahí la desorientación y los brotes antisistema que la derecha española en su carencia de valores pone de manifiesto, apoyando estúpidas y frívolas consignas antisociales como quintaesencia de la libertad. Incapaz de asumir solidariamente la defensa de España cuando está gobernada por fuerzas políticas que ni son de derechas, ni de obediencia Romana. España es lo que yo soy y piensa y siente lo que yo pienso y siento. De no ser así, no es España. En tal simpleza se fundamenta el patriotismo de la derecha española triunfante en Madrid en las pasadas elecciones autonómicas del 4 de mayo, en la fe del carbonero.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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