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Semejanzas y diferencias entre Puigdemont y Juan Carlos de Borbón

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Paco Ochoa Sánchez

Con tanto símbolo y tantos címbalos, se quedaron sin bolos y sin balas. Con tanto ruido ensordecedor de platillo, las oligarquías han tratado de que la ciudadanía no viera el lado oscuro de sus acciones, pero siempre ha habido, hay y habrá bocas del tiempo que, en silencio, nos cuentan la historia, como aquel ginkgo que asomaba entre el carbón de Hiroshima para reflorecer nuestra memoria.

Aspirantes a transformar positivamente la nación y defender los valores, deberes y derechos de la Constitución Española, Union78 ha convocado a la población en el espacio público de la Plaza de Colón de Madrid ante la preocupación grave que inspira la composición actual del Gobierno y los posibles indultos que este podría conceder a los políticos/as y activistas catalanes.

Bajo el mantra de plataforma cívica o de la sociedad civil, lo cierto es que en su cofundación se encuentra Rosa Díez, activa en política nada menos que 33 años (1983-2016), María San Gil, durante 13 años (1995-2008), y Fernando Savater, filósofo español. El problema es que, si leemos y analizamos todo el contexto, llegaremos a la conclusión de que sus participantes estarán en una plataforma no cívica, sino cínica, porque, aunque participen libremente ciudadanos y ciudadanas del país, el origen de esta plataforma es innegablemente político y, más o menos, partidista. A continuación, analizaremos el porqué de este cinismo.

Carles Puigdemont convocó como president de la Generalitat de Cataluña un referéndum no vinculante y sin garantías el 1 de octubre de 2017 y declaró la independencia de Cataluña unilateralmente (DUI) el 27 de octubre de ese mismo mes. Tres días más tarde, Puigdemont se marchaba de España.

Juan Carlos de Borbón, representante de la monarquía constitucional española, fue una especie de mentor de Carles Puigdemont. Pero esto no es ninguna opinión. Y es que, al igual del ginkgo, hay unas bocas del tiempo muy sabias que, en forma de granos de arena y telas ubicadas en la hamada argelina, en el desierto de los desiertos, en la provincia de Tinduf (Argelia), nos cuentan que el 14 de noviembre de 1975, el antiguo príncipe español y tres ministros firmaron un acuerdo secreto e ilegal ante las resoluciones de Naciones Unidades sobre la descolonización del Sáhara Occidental para repartir este territorio entre Marruecos y Mauritania. El pueblo saharaui tenía y tiene el derecho de autodeterminación, mientras que el deber de España era organizar un referéndum vinculante y con garantías para que el pueblo saharaui decidiera su futuro (el censo de votantes estaba ya hecho) pero, unilateralmente, Juan Carlos I hizo su propia DUD o declaración unilateral de dependencia; en este caso, dependencia de la guerra, vinculando el futuro de un pueblo a un conflicto que duró 16 años y que en 2020 se ha vuelto a reiniciar. A día de hoy, la resistencia en los campamentos de refugiados/as sigue 46 años después. Cierto es que la Constitución es tres años posterior a estos sucesos, pero no podemos negar que la monarquía borbónica es una piedra angular sobre la que se sustenta nuestra ley de leyes.

Es necesario destacar varios elementos clave o paralelismos para llevarnos a ese lugar común o que comparten nuestros protagonistas, ojo, no antagonistas como se empeñan algunos/as: una sociedad hecha jirones y desgarrada, la irresponsable puesta en marcha de un referéndum no vinculante y la irresponsable no puesta en marcha de un referéndum vinculante, la unilateralidad y la marcha de ambos de nuestro país. La monarquía era metálica, conductora de la sociedad española, pero hechos como estos la han convertido en la misma quincalla que la oligarquía catalana, rancias ambas y siendo capaz de pasar como una apisonadora por encima de la ciudadanía, sea española, catalana o saharaui, con el fin de perpetuarse en el poder.

Así, la desvergüenza en el mentir o la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables o el desprecio hacia las convenciones sociales y las normas y valores morales nos podría llevar a afirmar que Union78 no es una plataforma cívica, sino cínica, por defender y oponerse al mismo tiempo a formas de gobierno desde un punto de vista sesgado pues los paralelismos entre estos hechos ejecutados por la monarquía borbónica y el independentismo catalán son evidentes; además, la Constitución es un gran valor de la nación, pero necesita la crítica para que sigamos avanzando como país.

Miedo a que se deje de odiar

La sociedad civil necesita otro tipo de plataformas que contribuyan al empoderamiento y a la cultura de sus conciudadanos: plataformas en las que el símbolo se sustituya por el respeto a los maestros/as en las escuelas o la demanda de vivienda pública para que los alquileres sean asequibles; los címbalos deben de desaparecer de las listas de espera de los hospitales y aparecer en forma de más horas de música y arte en la escuelas para que los gobernantes irresponsables dejen de tratarnos como a bolos. Así, la munición y las balas, en forma de palabras, será el pueblo quien las ponga.

Los muros sirven para separar, no para unir. Me pregunto si Union78 estará también en Madrid el 20 de junio en la marcha por la libertad del pueblo saharaui, pues pesan ya demasiado los 2.720 kilómetros del muro marroquí que mantiene divididos a los/as saharauis, fruto de una Transición, a la vez tan valiosa y necesaria de crítica, y de una monarquía corrupta y contraria al Derecho Internacional desde la que se cimentó dicho cambio político en nuestro país.

Paco Ochoa Sánchez es socio de infoLibre

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