Librepensadores

Delitos de odio

Antonio García Gómez

“¡Mátalo, mátalo!, ¡Graba eso, graba eso!”, se escuchaba en medio del linchamiento violentísimo que casi mata a un joven de 23 años en Amorebieta.

En los últimos seis meses, los delitos de odio han aumentado en nuestro país un 10%.

En medio de un espanto que afecta a los espíritus nobles de una sociedad que se está asomando al abismo, mientras se suceden las palizas, los linchamientos, las grabaciones para subir las agresiones a la red… las carcajadas que aterrorizan, el odio que se destila desde los supuestos altos designios que algunos declaran, imponen, para su patrioterismo de hojalata.

Seguramente, sin haber caído en la cuenta de las consecuencias morales, personales, sociales, de la degradación contagiosa, sin que se vea el fin de este aumento perverso, mientras avanza la tentación de reducirlo todo a unos comportamientos juveniles, pasajeros, aislados… sin otras raíces, razones u orígenes que explicasen esta deriva, sin querer caer en la cuenta de que tales linchamientos tienen connotaciones machistas, racistas, de ideología radical y polarizada… sin que los líderes que han ido sembrando odio, crispación, insulto planificado, agresión verbal, incendiario, desde la barrera de los escaños, las poltronas, los medios, los sitiales… como para que ahora se las llamen a andana, vayan a sufrir el menor reproche de una sociedad que va eligiendo “el caos”, el odio, la insidia y la inquina contra quienes pongan en cuestión su calaña.

Con la responsabilidad en el aire de la estrategia política, al tiempo que la degradación y la insensibilidad aumentan y nada es suficiente odio contra el distinto, la mujer, el extranjero, el pobre… como para no darse por aludidos, en una escala hacia el sumidero del horror y el odio, por mucho que se represente en palizas, agresiones, linchamientos… aislados, de individuos que pagarán en nombre de los cobardes líderes que, concienzudamente, irán encendiendo la convivencia hasta hacerla insostenible, inhumana.

Una vez perdido el respeto mutuo, afectada la convivencia, asumida la perversidad en el trato cotidiano, en la consideración al otro, mientras se enarbolan los símbolos tan abstractos como inanes, coartadas perfectas para reclutar lo peor de una comunidad que vaya perdiendo, que ya ha perdido, el respeto por sí misma.

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Antonio García Gómez es socio de infoLibre

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