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El general, La Caoba, el juez y don Miguel de Unamuno

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Vladimir Merino Barrera

En los años veinte del pasado siglo pocos serían los que en Madrid no oyeron hablar de 'La Caoba'. Después, el tiempo y acaso la censura pretendieron borrar su recuerdo. Y, sin embargo, siendo frágil la memoria, don Miguel de Unamuno, junto a algunos viejos recortes de periódico salvados de la flaqueza del papel, nos han permitido conocer esa pequeña gloria de escarceos del general Primo de Rivera, dictador al amparo del rey Alfonso XIII.

Aun siendo largos los devaneos amorosos del militar en cuestión, no es mi intención recrearme en lo que considero parte de la vida privada de quien con ella hace lo que mejor considere. Si lo traigo a colación es con ánimo de recordar cómo las gastaba su señoría cuando Unamuno, o quien fuera, osaba incomodar su puntilloso orgullosu señoría.

Al poco de enviudar el general de su primera esposa Casilda Sáez de Heredia, quizás necesitado —a su manera— de superar el mal trago, castizamente se dio al alterne en algunos destacados prostíbulos de la capital del reino. En uno de ellos conoció y, según se dice, derrapó en dulce embelesamiento con la 'La Caoba'. Esta mujer, andaluza de aceitunada tez, sin duda atractiva a ojos del amante, sin ella pretenderlo, parece ser que complicó la vida del general, también presidente del Gobierno. Ocurrió, quién lo iba a decir, que los agentes de policía, fieles en su obligación, un buen día detuvieron a la dama por oscuro tráfico de cocaína así como chantaje a un empresario.

Y aquí sí, aquí se da pie a exponer la razón de este relato.

Puesta 'La Caoba' a disposición judicial y dada la extensión del escándalo, Primo de Rivera —también Marqués de Estella—, azorado por la reprimenda del rey, ni corto ni perezoso, ofreciéndose fiador de la detenida, exigió al juez José Prendes Pando la inmediata puesta en libertad de su protegida. Lo hizo con el nada sutil argumento de "haberse inclinado toda su vida a ser amante y benévolo con las mujeres".

—¡Hasta aquí hemos llegado! Debió contestar el juez buscando y hallando el amparo de Buenaventura Muñoz, presidente del Tribunal Supremo y, por ende, también súbdito de la realeza borbónica.

El militar no se tomó a broma tamaño desplante. Ni corto ni perezoso, con la cotización al alza de la doble moral, destituyó a los dos jueces: a Prendes con un nuevo destino en Albacete; al presidente del Tribunal Supremo, jubilándolo anticipadamente. La amante quedó en libertad.

Miguel de Unamuno, por entonces vicerrector de la Universidad de Salamanca, y Rodrigo Soriano, presidente del Ateneo de Madrid, criticaron públicamente al dictador por salir en defensa de la acusada. El colegio de abogados de la capital, sumándose a las voces críticas, emitió una nota de protesta. El escándalo llegó a la redacción del Heraldo de Madrid que, sin atreverse a publicar los hechos tal cual, tergiversó la noticia haciendo protagonista de ella al primer ministro de Bulgaria. Dado que la noticia ya circulaba por todos los corrillos nacionales, la censura autoimpuesta resultó ridícula.

Escritor y ateneísta terminaron siendo desterrados a la semidesértica isla de Fuerteventura. El Ateneo de la capital fue clausurado. Desde el exilio, don Miguel de Unamuno, de seguro tras apearse del camello con el que circunstancialmente paseaba por la isla, nos regaló el siguiente poema para la posteridad:

Famoso se hizo el caso de la ramera, vendedorade drogas prohibidas por la ley y conocida porLa Caoba, a la que un juez de Madrid hizo detenerpara registrar su casa y el dictador le obligó aque la soltase y renunciara a procesarla por salirfiador de ella.Cuando el caso se hizo público y el rey, segúnparece, le llamó sobre ello la atención, se lerevolvió la ingénita botaratería, perdió los estribos—no la cabeza, que no la tiene— y procediócontra el juez tratando de defenderse en unasnotas en que se declaraba protector de las jóvenesalegres.Aquellas notas han sido uno de los baldonesmás bochornosos que se han echado sobre España,a la que el Dictador ha tratado como a otra ramerade las que ha conocido en los burdeles.Se ha complacido en mostrar sus vergüenzas y en sobárselasdelante de ella.

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Vladimir Merino Barrera es socio de infoLibre

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