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Rinoceronte: Ionesco en la España del S. XXI

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Julián Lobete Pastor

"¡Pobre del que quiera conservar su originalidad!", exclama Berenger, protagonista de la obra teatral de Ionesco Rinoceronte. Profiere este exclamación al constatar que es el último hombre, el único que no ha capitulado y no se ha convertido voluntariamente en rinoceronte.

Todos sus jefes, compañeros, amigos, se han ido convirtiendo en rinocerontes, incluso aquellos de quienes menos se podría esperar. También Berenger, cuando contempla su absoluta soledad, lamenta no haberse convertido a tiempo en rinoceronte aunque finalmente reafirma su rechazo a la capitulación.

Ionesco escribió esta obra en 1959, pero al parecer estuvo muy influenciado por lo sucedido en los años 30 del siglo XX, cuando tantos fueron aceptando el totalitarismo y el fascismo.

Hoy, en esta España del siglo XXI, observamos a diario cómo muchas personas se convierten en rinocerontes; quienes no hace mucho fueron o dijeron ser de izquierdas o demócratas convencidos, abrazan y defienden las conductas e ideas más radicales de la derecha o de la extrema derecha.

El fenómeno no se circunscribe a determinados intelectuales, políticos o periodistas, sino también a profesionales cualificados que hicieron su carrera con la democracia, y a ciudadanos y ciudadanas con o sin especial significación política.

Tres comportamientos

En la obra de Ionesco destacan tres personalidades muy diferentes, compañeros o amigos de Berenger, que acaban convertidos en rinocerontes: su amigo Juan y sus compañeros de oficina Botard y Dudard.

Juan menosprecia a Berenger, le llama torpe, borracho, imbécil y le reprocha su falta de pensamiento y de coraje: "Piensa y serás", le recuerda, y también le dice que “la vida es lucha, quien no combate es un cobarde”.

El amigo Juan se considera el ejemplo de las virtudes que le faltan a Berenger. Según sus propias afirmaciones, no cree en la amistad y le gusta ser misántropo: “A decir verdad no detesto a los hombres, me son indiferentes o me dan asco, pero que no se atraviesen en mi camino o les aplastaré”.

Juan comienza aceptando la existencia de los rinocerontes, “después de todo ser rinoceronte no está mal, son criaturas como nosotros". Cuando Berenger le objeta que los humanos tenemos nuestra moral, incompatible con la de los rinocerontes, éste responde: “Estoy harto de la moral, derribemos siglos de civilización humana y nos irá mejor: El humanismo ha caducado”.

Cercano a su conversión afirma que le gustaría ser rinoceronte porque no tiene prejuicios y le gusta cambiar. Sin embargo, cuando se produce la transformación, amenaza a Berenger en su intento de ayuda, con un “Te pisotearé, te pisotearé”.

Botard es compañero de oficina de Berenger. Se declara espíritu metódico, exacto, es antiguo maestro de escuela, y desprecia a los universitarios por ser “espíritus abstractos que no saben nada de la vida”. Es el representante de los trabajadores en la empresa: “Nos explotan hasta la última gota”.

Ante la aparición de los rinocerontes su primera reacción es la negación: “No creo ese cuento, es un mito, una psicosis colectiva, lo mismo que la religión que es el opio del pueblo”.

Cuando la existencia de los rinocerontes se hace evidente, dice: “No niego la evidencia rinoceróntica, no la he negado nunca, sencillamente tenía empeño en saber hasta dónde podía llegar esto. No me limito a comprobar el fenómeno, lo comprendo y lo explico… Conozco también los nombres de todos los responsables, de los traidores, a mí no me engañan: Desenmascararé a los instigadores, tengo la clave de los acontecimientos, un sistema de interpretación infalible, dilucidaré este falso misterio”.

Sin embargo, sin dilucidar el misterio, Botard se convierte en rinoceronte 24 horas después de que su jefe de empresa Papillon lo hiciese. Sus últimas palabras: “Hay que estar al día”.

Dudard es universitario, jurista y presume de analizar a fondo los hechos. Ante la aparición de los rinocerontes afirma: “Por el momento no encuentro explicación satisfactoria, estoy ante los hechos, los registro. El fenómeno existe, luego debe poder explicarse, curiosidades de la naturaleza, extravagancias, un juego... ¿Quién sabe? Puede ser una enfermedad, una epidemia..."

Cuando la conversión se va extendiendo, Dudard dice de los rinocerontes que “No atacan, en el fondo no son malos, incluso hay en ellos cierta inocencia natural".

El jurista se acostumbra y acepta la existencia de los rinocerontes argumentando que cuando un fenómeno se produce, existe una razón para ello: “Lo que hay que discernir es la causa”. Además, añade: “No es grave, es solo un cambio de piel, son libres es cuenta suya, todo el mundo tiene derecho a evolucionar”.

Cuando finalmente Dudard se convierte en rinoceronte, su explicación es que su deber le obliga a seguir a sus jefes y camaradas en lo bueno y en lo malo: “Si hay que criticar más vale criticar desde dentro que desde fuera: No les abandonaré, no les abandonaré”.

En un último intento para disuadirle, Berenger le recuerda a Dudard que tiene demasiado buen corazón: “Es usted humano, se engaña, es humano”.

Berenger, un pequeño burgués anclado en su universo cerrado según su propia confesión, pero que se mantiene en sus posiciones, intenta comprender y ayudar a sus tres compañeros y justificarlos. De Botard nos dice que su firmeza era sólo aparente, “Pero eso no le impide ser o haber sido un buen hombre. De los buenos hombres salen los buenos rinocerontes. ¡Ay! Cómo van de buena fe es fácil engañarlos”.

El fenómeno rinoceróntico del siglo XXI, cuya realidad no se puede negar, nos obliga a muchas preguntas y reflexiones. Ionesco, entre otros, puede ser de gran ayuda.

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Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre

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