Librepensadores

Paseando por el 40º congreso del PSOE

Javier C. Fernández Niño

Confieso que no iba a ir. Y eso que lo tenía a escasos cuatro kilómetros de casa. Pero, al final, ese socialista que llevo dentro me encaminó hasta la Fira de València. Aunque solo fuera para ocupar un asiento o una baldosa y en las televisiones no se viera un hueco: quedaría poco estético. Y ya sabemos que el Partido Popular lo fía todo a la estética, a las apariencias, los eslóganes, las imágenes, los tuits y las ocurrencias, cuando no al insulto directo y personal. Lo de la ética, no va con ellos: vaciemos el anillo superior de la plaza de toros de Valencia, pongamos a esa gente en la calle y digamos que no cabían. Hasta en este detalle son obscenos. No digamos nada de los invitados a su convención o condenados del día después o protagonistas del reality Pandora PapersrealityPandora Papers.

Me equivoqué; no había huecos que llenar, ni en las gradas ni en la platea, y tuve que ir acomodándome en las escaleras de acceso o, como finalmente hice, ir saltando de un lugar a otro, dentro de los límites que imponía la propia organización.

Comprobada la inusual balsa de aceite (bulle con las banderas, los vítores y los aplausos, pero balsa al fin y al cabo) en la que el Congreso se ha desarrollado (no se han escondido los cuchillos debajo de la mesa camilla, sino que no se incorporaron a los equipajes de los delegados y delegadas más o menos conspicuos), me topo con la fila de los señores (en masculino) del morro torcido: componentes de la Ejecutiva saliente, los últimos de Xirivella, a los que su designación para ser miembros del Comité Federal les debe de parecer un escaso premio de consolación (para los no iniciados en Psoelogía: Xirivella, pueblo valenciano que, el 26 de noviembre de 2016, se aglutinó en torno al entonces apestado Pedro Sánchez tras su vergonzosa defenestración de la Secretaría General).

Deberían recomponer el gesto, pues al fin y al cabo, los que allá fuimos (y después a Castellón, a San Martín del Rey Aurelio, a Calasparra, a Dos Hermanas, a Elche, a Madrid...), ¿no pretendíamos un cambio radical en las formas y en los hechos del partido? ¿No deberían sentirse felices al comprobar que en la Ejecutiva y en el Gobierno hay menos canas y más rap, menos testosterona y más estrógenos, tanto estrógeno que, por fin, se pone en riesgo la santificada paridad, en su límite alto?

Bien es cierto que no todo cambio me gusta. He aquí dos ejemplos, menores, pero simbólicos. Yo, militante raso, soy más de la improvisación. No me gustan los rituales que comienzan con tener que solicitar una invitación para asistir a un acto de mi partido y terminan en una sucesión de parabienes palaciegos, besamanos y obligada sonrisa. Soy más de los que se permiten el lujo de acercarse al compañero y, con una palabra, mostrarle mi solidaridad o mi crítica, o ambas cosas a la vez, que no sé porqué se entienden contradictorias. Incluso, si me dan a elegir, prefiero el desmadre de la multitud que, bajo un mar de brazos extendidos, oscilantes, ávidos de contacto, hace desaparecer al líder por unos momentos, y al que, instantes después, lo vuelven a reponer en su posición original. Cierto que entonces era el compañero Pedro y hoy es el presidente Sánchez y que las servidumbres del puesto (y los escoltas) alejan la presencia física del sujeto, aunque no deberían alejar a la persona.

Me gusta más Adriana con chupa de cuero que con chaqueta, quizás porque conocedora de su carácter, encorseta su natural cañerío en una aproximación a la etiqueta. Pero cuando más me gusta es cuando se enfunda la cazadora vaquera: cuando viste esa prenda ya está toda la derecha tirándose al suelo suplicando que el repaso no sea muy fuerte. Algunos cambios de armario dejan en el olvido a la persona que conocimos. Me queda el consuelo de que, sea con chaqueta, chupa o cazadora, no se ha olvidado del gesto de arremangarse, y es cuando pienso, aliviado: “Ahí está mi Adriana; vamos a por faena”. Pero, bueno, para gustos, colores.

Comprobado que el tiempo de los agradecimientos obligados ha terminado (de bien nacido es ser agradecido), me reafirmo en mi antigua idea de que la Ejecutiva saliente no era otra cosa que un reconocimiento al apoyo prestado y que se elaboró en base a lo que en aquel momento había: no eran tantos los llamados para poder ser elegidos. Y como de la cantidad sale la calidad... mutatis mutandis...

Sin poner nombres, divagué un momento sobre las motivaciones personales de los que se pusieron al lado de Pedro Sánchez en aquellos tiempos: auténticos convencidos (y, de entre ellos, algunos con más ganas y convicción que capacidad), amigos personales, rebeldes por definición, oportunistas de turno que vieron esa tesitura como una ocasión (quizás la última) para ser algo importante, egoístas que trabajaban en su propio provecho... Nada nuevo bajo el sol de la sociedad española.

Verifico que la necesidad de liberarse de lastres y ataduras se ha impuesto en este Congreso, transformando una Ejecutiva totalmente sanchista en una Ejecutiva más ejecutora (valga la redundancia) y de partido, abierta al próximo futuro electoral y más pendiente de lo que pasa fuera que de lo que ocurre en su propia casa (por fin, puesta en un más que notable y perceptible orden).

Inciso: como nos tiene habituados, el PP, con sus discursos apriorísticos dictados desde Génova, nos presenta una realidad paralela en la que Sánchez fagocita a González, a Zapatero y a todo bicho viviente que pulule por su alrededor. De ser así, no entiendo cómo no ha fagocitado ya a Casado, Egea, Gamarra y demás caterva de la derechita cobarde y de la derechona de siempre. Y, por extensión, deberían tener cara de Pedro los separatistas, los comunistas, los bildu-etarras y demás enemigos de España (recordemos: una, grande y libre). Pues no. El PSOE es el Partido Socialista Obrero Español, socialdemócrata y progresista, y no, por mucho que lo repitan, el Partido Sanchista Obrero Español. De eso nos encargamos los militantes, no se precupen. Por cierto... aunque no somos perfectos, procuramos que en los cuadros de dirección no haya chiquilicuatres (fin de la cita).

Y sigo paseando por el 40 Congreso.

Pese al clima favorable que se palpaba, no me dejo llevar por la euforia. Somos la fuerza mayoritaria del país, sí, pero gobernamos en coalición (en líneas generales, con muy buenos resultados). Hay propios y extraños (a ambos lados del espectro político) que parece no haberse enterado de ello. No somos el omnipotente PSOE de los 202 diputados del 82. Ni siquiera la suma de los votos de los dos grupos parlamentarios que conforman el Gobierno da la mayoría suficiente para aprobar una ley. La necesidad de pacto y de diálogo entre todas las fuerzas políticas es, no solo necesaria, sino imprescindible. Y, esta situación, creo que se prolongará en el tiempo: no se vislumbra la posibilidad de mayorías absolutas, ni siquiera de mayorías suficientes (con apoyos puntuales de una u otra formación política). La cultura del pacto, al igual que ocurrió en el 78, es una realidad en la que debemos implicarnos. El PSOE, en términos generales, lo ha aprendido. Otros, siguen con sus añoranzas imperiales, su división entre buenos y malos españoles (o lo que es peor, entre españoles y otras cosas, y como cosas que son, sin derecho a participación). El pacto, el acuerdo, la negociación, enriquece la democracia. Cuanto antes entiendan los “constitucionalistas” que todos, absolutamente todos los partidos que se sientan en el Congreso son constitucionales, antes saldremos del estancamiento, cuando no degradación, de nuestro sistema político.

Acabado el Congreso, y con el himno de fondo, me encamino a la salida. Y es entonces cuando caigo en la cuenta de las ausencias. No han venido, o al menos no he visto, a esos personajes que se arriman con su padrino o madrina a saludar a alguien (“soy menganito o menganita, y sé hacer esto o lo otro”), a los que se ponen de puntillas y, los más delicados con un por favor, y los más descarados directamente a empujones, quieren hacerse notar y que los asistentes pregunten intrigados “quién es ese o esa”. Esos “socialistas de toda la vida” que han pasado toda su vida en el socialismo (no el ideológico, sino el del partido). A estos les invitaría yo a que defendieran sus altas ideas y su profunda convicción en la empresa en la que trabajo, entre “haigas” y “dijistes” (“haber” si lo habéis entendido). Supongo que lo dejan para los congresos de federación, provinciales y locales que se desencenarán en cascada desde este momento. Confío en que se sepa separar el grano de la paja, aunque no sé a ciencia cierta que quien tiene ese poder de elección sea más paja que grano.

Arrancan los congresos del PSOE, con primarias en Madrid, País Vasco, Murcia, Galicia y Cantabria

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Me subo al coche y vuelvo a casa con la satisfacción del deber cumplido: llenar un hueco. Hoy no se necesita más de mí: hay demasiada gente dispuesta a apoyar, a sumar, a involucrarse; es lo que siempre pasa cuando se está en el poder. En la cresta de la ola, hay infinitos surfistas.

Cuando el viento vire (que virará), y las cabriolas y saltos no sean posibles, volveré a sacar mi barquito de papel, y, luchando contra los elementos, volveré a llevar a mi PSOE a puerto.

Javier C. Fernández Niño es socio de infoLibre

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