Estados Unidos

El pato Obama no estaba tan cojo

El pato Obama no estaba tan cojo

Diego E. Barros

El acuerdo con Irán, que para bien o para mal definirá buena parte del legado de Obama, ha sido mejor recibido en el exterior ―con la excepción de Israel y Arabia Saudí― que en casa, donde la oposición republicana, muy cercana a los postulados del Ejecutivo de Netanyahu, se ha cansado de atacarlo. De nuevo, el argumento del aspirante a presidente en 2007 era semejante al esgrimido en el caso de Cuba: cambiar una estrategia de enfrentamiento sin resultados por una de negociación. De momento, una de las consecuencias del acuerdo con Irán será la de sumar a este país en la lucha contra la amenaza del autodenominado Estado Islámico.

Si bien es en política exterior donde el presidente ha centrado sus esfuerzos durante estos últimos meses, lo cierto es que ha visto cómo en casa no dejaban de producirse buenas noticias para su Administración. La economía se recupera poco a poco y la tasa de paro se sitúa en el 6,2%, mientras que tanto Obama como los candidatos demócratas para ganar la nominación han conseguido situar en el debate público no solo la subida de los salarios, sino el creciente aumento de la desigualdad que la última crisis ha provocado.

Precisamente con el ojo puesto en las elecciones de noviembre de 2016, Obama se ha metido a fondo en el debate migratorio. Consciente de la importancia que el voto hispano tendrá en la elección del próximo presidente, Obama ha vuelto a abogar por alcanzar una reforma migratoria. El primer paso lo dio en noviembre pasado con el primer gesto hacia los indocumentados, la mayoría pertenecientes a la principal minoría del país. Ha sido este sin embargo un triunfo descafeinado ya que la regularización provisional anunciada por Obama permanece bloqueada en los tribunales a petición de un juez de Texas respaldado por 26 estados, la mayoría republicanos. Todo apunta a que la orden ejecutiva del presidente será un problema a heredar por el próximo inquilino de la Casa Blanca si no acaba en el Tribunal Supremo, un extremo al que por el momento el Gobierno de Obama ha preferido no acogerse.

Y no es porque no le haya ido bien en la máxima corte de justicia. Recientemente La Corte Suprema —de mayoría conservadora—, ha respaldado con sus fallos en dos asuntos de gran calado la postura de la Administración Obama. A finales de junio, los jueces (6 votos a favor y 3 en contra) dieron el espaldarazo definitivo al proyecto estrella del Gobierno Obama, la Ley de Cuidados Accesibles, más conocida como el Obamacare, al dictaminar que los subsidios federales aplicados en aquellos estados que no cuenten con ayudas para que los ciudadanos puedan acogerse a un seguro médico son constitucionales.

Con los republicanos prometiendo eterna batalla, parece difícil que la reforma sanitaria pueda ser revocada. Fundamentalmente por dos razones. Sin ser un sistema sanitario público es lo más cerca que ha estado EEUU ―donde el dato señalaba que antes de su entrada en vigor hasta 40 millones de estadounidenses carecían de cobertura sanitaria de ningún tipo―, de resolver su principal anomalía frente al resto de países desarrollados. En los casi dos años que lleva funcionando, con sus defectos, más de 10 millones de ciudadanos han accedido por vez primera a un seguro médico.

Solo un día después de la decisión sobre el Obamacare, el 27 de junio, el Supremo adoptó quizá la decisión de mayor calado político en este país desde la prohibición de la segregación en las escuelas en 1954: legalizar en los 50 estados el matrimonio entre personas del mismo sexo. En una sentencia histórica que fue calificada de "victoria para América" por Barack Obama, el Tribunal declaró ilegales las leyes que en 14 Estados prohibían casarse a parejas del mismo sexo.

Obama, cuya popularidad sigue estando por debajo del 50%, ha visto cómo su país ha protagonizado en las tres últimas semanas gigantescos avances sociales. Es cierto que la violencia y el racismo siguen marcando a fuego la sociedad estadounidense. Pero también que nunca ningún otro mandatario se había pronunciado en términos tan claros para denunciarlos como Obama. La primera victoria ha sido la retirada de la bandera confederada del patio del Capitolio de South Carolina. Es cierto que antes un supremacista blanco tuvo que asesinar a nueve negros en una iglesia.

El último viaje que ha emprendido Obama es el de la reforma del sistema penal estadounidense, uno de los más duros del mundo al castigar de manera extrema delitos menores. Ello ha convertido a EEUU en el país con la población carcelaria más grande del mundo ―2,2 millones de presos, por delante de China, y más que la de 35 países europeos juntos–. Y lo que es peor, uno de los más injustos: el 60% de los presos son negros o hispanos, las dos minorías principales del país. El sistema es injusto y sobre todo caro, puesto que cuesta a los contribuyentes la friolera de 80.000 millones al año.

La Cámara de Representantes de EEUU frena la reforma sanitaria de Obama

La Cámara de Representantes de EEUU frena la reforma sanitaria de Obama

Es cierto que pocos presidentes como Obama han contado con un país tan polarizado y con una oposición tan radicalmente en contra. Es probable que buena parte de la próxima campaña presidencial gire en torno a su legado y está por ver si quien resulte elegido como aspirante demócrata se decidirá a defenderlo en lugar de optar por la distancia con la que los candidatos de su partido acudieron a las urnas el pasado noviembre. Ni Obama ni su presidencia son ya los mismos que entonces.

A Barack Obama le queda poco más de un año en la Casa Blanca. Con sus luces y con sus sombras, lo que es seguro es que cuando la abandone en enero de 2017 EEUU será más tolerante y abierto que cuando llegó al poder en 2009. No está mal el balance para el presidente al que muchos corrieron a llamar pato cojo. 

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