Siria

El fracaso de la oposición siria

Unos niños refugiados sirios caminan entre tiendas de campaña en el campo de refugiados de Suruc, en la zona fronteriza entre Turquía y Siria.

Nicolás Lupo (Beirut)

Tres años después de escapar de la guerra en su país, Talal pasa los días encerrado en su casa de Beirut. Su pasaporte sirio ha caducado y teme que las autoridades libanesas lo envíen de vuelta para cumplir el servicio militar obligatorio que hasta ahora ha evitado. Sobrevive gracias a los artículos y poemas que publica en la prensa árabe, y por los que, semanalmente, recibe amenazas tanto de partidarios del régimen como de fundamentalistas religiosos.

“Ahora ya casi no escribo de política, si puedo lo evito”, explica este familiar de un famoso poeta sirio. Hastiado por la violencia que asola a su país desde hace cuatro años, Talal se ha desencantado de los principales activistas reformistas que desde hace años se han opuesto al régimen de Bashar al-Asad, la mayoría de los cuales acabaron en la cárcel.

La oposición siria, que estaba a favor de las libertades y de la instauración de un régimen democrático, ha fracasado porque sus representantes “han sido incapaces de construir una alternativa creíble al régimen”, asegura el politólogo sirio Omar Imady. Su actual irrelevancia y nula influencia en el devenir de la guerra ha permitido a los fundamentalistas religiosos con presencia armada en el terreno liderar la oposición al gobierno. “Casi ninguna de estas figuras mantiene la legitimidad que tenían antes” asegura Fadi Salem, investigador de organizaciones políticas y originario de Alepo, la capital económica del país hasta la guerra.

Por su historial de denuncia, estos opositores emergieron como alternativa al régimen cuando la calle buscaba respuestas a la represión impulsada por el gobierno de al-Asad durante las manifestaciones de 2011. Pero la persecución a la que fueron sometidos desde el inicio del conflicto los empujó a abandonar el país, desde donde fundaron las instituciones políticas que deberían haber liderado un posible cambio. Pero el camino del exilio fue su perdición. “La oposición reformista siria fue literalmente ejecutada el día en que se marchó del país, perdió toda posibilidad de convertirse en alternativa”, reflexiona Wissam Tarif, un libanés que vivió en Siria y que es cercano a los círculos opositores.

Ilusión de reforma

Los vientos de cambio ya habían soplado en Siria una década antes. El mes de junio del año 2000 fallecía Hafez al-Asad tras treinta años en los que gobernó el país con puño de hierro y reprimió toda disidencia. En 1982, 20.000 personas murieron después de que el ejército arrasara el centro de la ciudad de Hama, donde se habían amotinado diferentes facciones islamistas opuestas al régimen. Su hijo Bashar, un joven treintañero, oftalmólogo educado en Inglaterra y que se había reunido con opositores al régimen tras su vuelta al país en 1994, ascendía al poder.

“Bashar al-Asad tenía algunas ideas sobre participación política, sociedad civil y economía de mercado” explica Fadi Salem para aclarar cómo se vio entre las capas urbanas sirias la llegada de Bashar. “Formaba parte de la corriente reformista dentro del régimen” y pareció un balón de oxígeno para un sociedad asfixiada por el control de un aparato de seguridad omnipresente. El ascenso de Bashar “alentó a los activistas a abrir un debate en el seno de la sociedad” sobre la necesidad de reformar el régimen actual y modernizar el país, afirma Omar Imad.

Fue en este contexto de aparente cambio cuando las figuras de la oposición abrieron literalmente las puertas de sus casas para debatir sobre la necesidad de una transformación democrática en Siria, la apertura económica del país y la falta de libertad en los autocráticos países árabes. El régimen permitió la emergencia de estos foros, ya que en los inicios “los organizadores no tenían mucho apoyo y no representaban ninguna amenaza”, asegura Salem.

Los llamados salones crecieron y al poco tiempo ya no se limitaron al “círculo interno” de los activistas. Tarif llegó por esas fechas a Siria y asegura que "fue fascinante de ver porque la oposición siria siempre había sido un desastre en cuanto a organización”. Tras décadas de discusiones subterráneas, estas emergían a la superficie en espacios abiertos en la capital, Damasco, a los que todo el mundo podía asistir. Y los debates posibilitaron que se estructurasen demandas concretas con el apoyo de un nutrido grupo de gente. Abdulrazak Eid fue el encargado de escribir la Declaración de los 99, firmada en Septiembre del año 2000. “Pedíamos la instauración de un estado de derecho, un estado democrático, ya que vivíamos bajo un régimen militar” explica desde su exilio en los suburbios de París.

En plena expansión de la oposición, el régimen dijo basta. En otoño de 2001, el sector más conservador hizo valer entonces su ascendencia sobre los reformistas, prohibió las reuniones y condenó a diez de las figuras más prominentes de la Primavera de Damasco a penas de entre dos y diez años de prisión.

Opositores sin influencia

Tras la oleada represiva, la oposición perdió fuelle. En marzo de 2011, ya nadie se acordaba de los intelectuales y activistas que diez años antes habían liderado el debate político. Las protestas en Siria eran espontáneas muestras del “apetito por el cambio” que la Primavera Árabe había despertado en amplias capas de la sociedad, distantes de las élites opositoras, y cuya intención no era un cambio de régimen. “A diferencia de Mubarak o Ben Ali, la figura de Bashar era popular y mucha gente quería un cambio liderado por él”, afirma Imady, “pensaban que era la persona adecuada para transformar la sociedad”.

El régimen no lo entendió así y reprimió las protestas. A los opositores históricos se les presentó entonces una oportunidad que no aprovecharon. “La calle buscaba un liderazgo”, dice Tarif. "Pero la oposición siempre fue a rebufo de las protestas y nunca consiguió imponer su posición a favor de una solución política al problema”.

La militarización del conflicto, aseguran todos los entrevistados, sólo podía favorecer al que tenía más medios, es decir el gobierno de Bashar al-Asad.

Una vez fuera del país e institucionalizada tras la creación de órganos políticos, la oposición perdió su credibilidad por distintas razones. “Hubo diferencias entre los miembros, corrupción, agendas políticas regionales, egos, ignorancia, mala gestión...”, dice Wissam Tarif, que asistió a varias de las reuniones de los órganos opositores en Turquía, base de los principales órganos políticos, como la Coalición Nacional Siria (CNS). “Empezábamos a las nueve de la noche y acabábamos a las cuatro de la mañana para no acordar nada, tan sólo discutir sobre si era conveniente usar tal o cual nombre”. “¡Quienes se han creído que son! Deberían estar gestionando recursos para una transición y todavía hoy no han entendido nada”.

La incapacidad de estos órganos para gestionar las zonas que estaban bajo su control ha sido notable. Raqqa fue la primera capital de provincia de la que se retiró el régimen, en enero de 2013, pero el dinero para asegurar que los comités establecidos proveyeran los servicios básicos no llegaba. Tarif recuerda las trabas burocráticas que retrasaban toda acción: “Mientras nosotros tardábamos tres meses en reemplazar una bomba de agua, Jabhat al-Nusra –la rama siria de Al-Qaeda– lo hacía en apenas dos horas”.

Lo mismo ocurría en Alepo, la mayor ciudad del país y partida en dos desde el verano de 2012. En sus seis primeros meses, el comité local era incapaz de cubrir los servicios básicos como recogida de basura o la gestión del agua potable.

El CNS siempre ha dependido de las donaciones de los diferentes países y las divisiones en su seno se han hecho evidentes en numerosas ocasiones. Arabia Saudí y Qatar siempre han rivalizado por imponer su liderazgo dentro del grupo, y las deserciones se han sucedido. El rol del CNS es ahora intrascendente, y no hay indicios de que los oficiales del Ejército Libre Sirio, el brazo armado de la organización dentro de Siria, sigan sus directrices.

“Deberían haberlo hecho mucho mejor” explica Ziad Hamoud, un joven activista que abandonó Alepo hace más de un año. “Estábamos sobreexcitados cuando se formó el CNS y Burhan Ghalioun –sociólogo en una de las universidades más prestigiosas de Francia– fue escogido presidente, nuestro presidente”. Pero las desilusiones se sucedieron y el desencanto de la población con la oposición fue en aumento. “Pensábamos que el CNS era un cuerpo independiente que tomaría las mejores decisiones para los sirios, pero parece que no es así”, afirma Hamoud.

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“Es difícil juzgar a la oposición porque se enfrentan a un régimen asesino” concluye Tarif. Pero Imady recuerda que, a pesar de las lógicas dificultades, a los opositores se les juzga por sus resultados: “Y lo cierto es que han sido incapaces de crear un movimiento sobre el terreno”.

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