Entrevista

“Brasil es una máquina de crear sin techo”

"Brasil es una máquina de crear sin techo".

Andy Robinson (Ctxt)

Guilherme Boulos es el líder del movimiento de sin techo (MTST) en la megalópolis de São Paulo. Tras el éxito de las movilizaciones en el último año, se le considera uno los pocos líderes que pueden ayudar a reconstruir la izquierda brasileña. Es más, Boulos y el MTST han mostrado una sutil inteligencia política: crítica con el Gobierno del Partido de los Trabajadores y las políticas adoptadas en la crisis, pero, al mismo tiempo, crítica con quienes en la izquierda brasileña niegan las conquistas sociales logradas por los Gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff. Es un término medio difícil de encontrar en Brasil en estos momentos, entre el "petismo" tribal, por un lado, y un ultraizquierdismo, por el otro, que solo desmoviliza aún más a un pueblo sumido en el desencanto.

MTST ha defendido (a veces físicamente en las calles) a Rousseff y al PT ante una campaña cuasi golpista de la derecha brasileña que trata de forzar la dimisión por medio del impeachment de una presidenta elegida hace poco más de un año. Al mismo tiempo, el movimiento sin techo moviliza a la gente contra las políticas de austeridad adoptadas por Rousseff. La dimisión del ministro de Finanzas, Joaquim Levy –formado en la Escuela de Chicago– la semana pasada y su sustitución por Nelson Barbosa, miembro del PT y más escéptico ante la ideología de la austeridad, es una pequeña victoria para el movimiento de protesta de la izquierda. Aunque Boulos, en esta entrevista mantenida en São Paulo antes de la salida de Levy, advierte que hay pocas señales de que el Gobierno del PT esté dispuesto a romper con la austeridad (y contra los todopoderosos mercados financieros).

Las movilizaciones en Brasil son necesarias para ir avanzando por ese camino de defensa de la democracia y oposición a la austeridad, explica Boulos (São Paulo, 1982), un joven formado en la Universidad de São Paulo que Juca Kfouri, el columnista combativo de la Folha de Sao Paulo, califica como “la única persona de la izquierda brasileña que puede sacar a 17.000 personas a la calle”.

PREGUNTA: ¿Hay presiones del Partido de los Trabajadores, desde Lula incluso, para que Dilma suavice el ajuste. ¿Cree que es posible?

RESPUESTA: No. No hay ningún indicio de que Dilma vaya a cambiar. Con cada nueva ola de presión desde los mercados financieros, el Gobierno cede. La política económica es rehén de los mercados y de la derecha. No tiene sentido. Porque el coste social es altísimo y, es más, con el ajuste se recauda menos también. Vamos a tener un déficit mayor que sin ajuste. El tipo de interés es elevadísimo y estamos pagando esto sobre la deuda pública. Es una política suicida.

P.: ¿Los sin techo que usted representa se están resintiendo del impacto?

R.: Por supuesto. En 2009 se puso en marcha el mayor programa de vivienda pública de la historia del país que es Mi Casa, Mi Vida con muchas contradicciones que criticamos. Aunque fue una fuerte inversión en la construcción de viviendas públicas. Pero el programa está parado. En 2015 no se ha construido ni una sola vivienda nueva. Esto está generando una convulsión social y profundizando la crisis.

P.: Parece que el MTST es el movimiento ciudadano con más poder de convocatoria, ¿no?

R.: Sí. La lucha de los sin techo ha crecido mucho por la profundización de la crisis urbana que llegó antes que la crisis económica. El modelo de crecimiento del PT estaba basado en un modelo de facilitar abundantes créditos a la construcción. En 2004, los créditos a las empresas constructoras ascendían a 5.000 millones de reales. En 2014 han llegado a 102.000 millones de reales, es decir, un aumento del 2.000%. Al mismo tiempo, el precio medio de la vivienda en São Paulo ha subido el 212% en 8 años. Y en Río ha subido el 260%. Esto provoca expulsiones de gente. El alquiler ha aumentado mucho. La tierra se volvió oro. Hay gentrificación urbana muy fuerte; el Mundial y los Juegos Olímpicos lo aceleran. Han agravado mucho el problema de la vivienda. La gente ha sido expulsada a zonas muy lejos del centro de las ciudades donde pueden pagar el alquiler. Incluso tras construir 3 millones de viviendas públicas aún suben los precios. Brasil es una máquina de crear sin techo.

P.: Es interesante porque en Barcelona la alcaldesa Ada Colau, que se formó políticamente en la campaña contra los desahucios, ha transformado la política catalana. ¿Cree que el movimiento puede liderar una campaña que arrastre al Gobierno hacia otra política?

R.: Sí. Veo similitudes entre lo que estamos haciendo aquí y en España en torno a la crisis de la vivienda. La gente se está movilizando a nivel global en torno a la vivienda y la especulación inmobiliaria. Estoy en contacto con activistas en Barcelona. Pero, por mucha fuerza que tengan los sin techo en Brasil no pueden ser la vanguardia de una salida popular de izquierdas. Estamos luchando en dos frentes. Primero, contra la nueva derecha anti PT. Segundo, contra la austeridad del PT y una nueva ley antiterrorista, aprobada por Dilma, que fue acusada de terrorista durante sus días de guerrilla, y ahora se emplea contra nosotros.

P.: ¿Cuál va a ser la respuesta del MTST?

R.: Estamos creando desde hace un año un gran frente nacional que se llama Pueblo sin miedo. Reúne más de treinta movimientos sociales en todo Brasil cuyo objetivo es combatir la ofensiva conservadora, luchar contra la política de austeridad del Gobierno y proponer una salida con reformas populares. El MTST quizá es la parte más fuerte por la importancia de la vivienda. Pero el ataque va contra todos.

P.: ¿Qué queda de las protestas de 2013?

R.: Esas movilizaciones eran muy complejas. Empezaron con una pauta muy clara de izquierdas. Protestar contra la crisis urbana, el transporte, reivindicar el derecho a los servicios públicos universales. Pero luego fueron secuestradas en parte por la derecha. Fortalecieron las fuerzas conservadoras.

P.: ¿Por qué?

R.: Porque la política del PT fue una política de pactos sociales, de consenso social. Lula siempre se enorgullecía de decir que en sus gobiernos ganaban los banqueros y los trabajadores también. Que se veían beneficiados tanto los grandes empresarios de la minería, de la agroindustria, de la construcción civil, como los más pobres. Las protestas de 2013 debieron ser una oportunidad para Dilma. Pero el PT tiene miedo al conflicto. Buscan la convivencia con el Parlamento y eso tiene un precio porque quiere decir corrupción. Existía la opción de gobernar desde la calle que es lo que hizo Chávez, o Rafael Correa, Evo Morales, de alguna manera de Kirchner, pero no se hizo en el Brasil del PT. No movilizaron, sino que desmovilizaron a la gente. Prefirieron aliarse con las grandes empresas agroindustriales, de minería, con créditos del BNDES.

P.: Eso es difícil...

R.: Sí. Pero funcionó durante algunos años. Fue un modelo en que estimulando el crecimiento del crédito, el consumo, pues la vida de los más pobres mejoró. Por el crédito, las subidas de salarios, la mayor inversión pública. Esto se hizo sin combatir ninguna de las estructuras arcaicas de la sociedad brasileña. No se combatió una desigualdad extremísima. En renta, acceso a la tierra y a recursos. Y esto no se cambió. Se aumentó la renta nacional y se pudo dar algo a los pobres, poco, pero comparado con el pasado, era bastante. Siempre sin perjudicar a los privilegiados históricos.

P.: ¿Y qué pasó?

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R.: Pues la crisis de 2008 acabó con eso. Se hicieron políticas para postergar el efecto hasta el 2014. Las bases materiales de ese pacto ya no funcionan. 2013 fue una explosión como una olla a presión. En aquel momento las contradicciones subyacentes salieron a la superficie. Por un lado, las clases medias altas y la élite empezaron a echar de menos sus viejos privilegios. El proyecto del PT que les amenazaba mucho era conciliador –no era como Chávez o las experiencias bolivarianas en América Latina–. Pero aun así en la clase media alta había una sensación de malestar que tiene que ver con pérdidas simbólicas relativas. Por ejemplo, que los pobres van al aeropuerto y cogen el avión. Eso antes no pasaba. El aeropuerto fue un privilegio de la clase media alta y la élite. Ahora dicen: “¡Es como estar en la estación de autobuses!”. Las cuotas para que negros y pobres puedan acceder a la universidad levantaban ampollas para la élite también... Incluso estas reformas tímidas para una clase media alta urbana muy conservadora fueron suficientes para generar descontento. Y por ese lado, se creó un antipetismo muy fuerte por la derecha. Pero al mismo tiempo hubo insatisfacción trabajadora. El número de huelgas se disparó. Y sigue subiendo. Así que desde 2013 la protesta tiene dos vertientes y la parte de la derecha ha ido creciendo mucho. Es un indicio de la polarización que hay en Brasil.

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