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Polonia

¿Otra democracia 'iliberal' europea?

¿Otra democracia iliberal europea?

Pol Morillas (Ctxt)

De alumno aventajado de la nueva Europa a piedra en el zapato. De éxito económico en tiempos de crisis a un progresivo alejamiento del centro de la Unión. De país que juega en la liga de los grandes a unas relaciones tensas con la Europa de Merkel. Polonia ha pasado en pocos meses de ser el país de referencia del este de Europa a ser visto como parte de un tándem con el siempre problemático Viktor Orbán de Hungría. ¿Cómo ha podido romperse la luna de miel entre Polonia y la UE en tan poco tiempo?

El Gobierno de Polonia ha dado un giro drástico en su política europea desde que el Partido Ley y Justicia (PiS) de los hermanos Kaczynski ganara las elecciones parlamentarias del pasado 25 de octubre. Estos comicios relevaron al partido que había gobernado el país desde 2007, Plataforma Cívica, con una marcada agenda proeuropeísta. El que fuera primer ministro polaco, Donald Tusk (hoy presidente del Consejo Europeo), fue sustituido por Beata Szydlo, a quien pocos otorgan la capacidad de controlar las riendas del país y de su partido más allá de lo que le permita Jaroslaw Kaczynski, líder y cofundador del PiS junto a su hermano Lech, fallecido en accidente de avión en abril de 2010.

Durante los años de Tusk y desde la ampliación de la UE en 2004, Polonia se había convertido en el socio indispensable de Alemania en Europa del este. El entonces ministro de Asuntos Exteriores, Radek Sikorski, llegó a afirmar: “Probablemente sea el primer ministro de Exteriores de la historia en decirlo, pero tengo menos miedo al poder alemán que a la inacción alemana”. Nada desdeñable teniendo en cuenta que, durante la Segunda Guerra Mundial, Alemania aniquiló al 20% de la población de Polonia y destruyó Varsovia. Desde 2004, la alianza entre Alemania y Polonia ha sido necesaria para mostrar los beneficios de la ampliación europea más numerosa jamás realizada, contar con un país líder en la frontera con Rusia y avanzar hacia la equiparación de las economías del este con los estándares europeos. Además, Angela Merkel y Donald Tusk gozaban de una relación personal envidiable.

Pero en los últimos meses se ha agrandado la distancia entre el eje Berlín-Bruselas y Varsovia. El Gobierno de Szydlo ha promovido reformas para cambiar el sistema de nombramiento de los jueces del Tribunal Constitucional, que han sido criticadas por pervertir el Estado de Derecho y la separación de poderes. Poco después de las elecciones de octubre, el nuevo Parlamento anuló los nombramientos judiciales de la legislatura anterior y nombró cinco nuevos jueces afines. La reforma del funcionamiento del Tribunal Constitucional también recortó su capacidad para pronunciarse sobre la constitucionalidad de las leyes y reforzó las mayorías necesarias para que el tribunal anule las decisiones del Parlamento. Junto con estas reformas, el Gobierno ha promovido cambios en la ley que regula los nombramientos de los responsables de las cadenas de radio y televisión públicas y prevé la nacionalización de los principales medios con el fin de promover los valores de la nación, amenazando la libertad de prensa.

La Comisión Europea ha reaccionado poniendo en marcha por primera vez el artículo 7 del Tratado de la UE, cuyo objetivo es asegurar el cumplimiento de los valores de la Unión por parte de los Estados Miembros, incluyendo el Estado de Derecho. El artículo 7 prevé medidas en dos fases: una primera acción preventiva de investigación y un segundo paquete de medidas sancionadoras en caso de incumplimiento persistente de estos valores. En último término, las sanciones se pueden traducir en la revocación de los derechos de voto del país en cuestión en el Consejo. Donald Tusk se ha mostrado más precavido que la Comisión, argumentando que deben evitarse “comportamientos histéricos” para no enturbiar las relaciones entre Varsovia y Bruselas, pero también para asegurarse su reelección como presidente del Consejo.

Para la canciller alemana, el enfriamiento de las relaciones con Varsovia es altamente preocupante. Más de un cuarto de las exportaciones de Polonia se dirigen a Alemania, mientras que Polonia es el octavo socio comercial de Alemania, por encima de Rusia. A su vez, Berlín valora el muro de contención que ofrece Polonia ante el gigante ruso. El país es también un fiel aliado en la OTAN, con lo que las recientes comparaciones de Merkel con Hitler en el semanario conservador Wprost y las suspicacias del PiS hacia el “poder imperial alemán” han sentado especialmente mal. La cercanía del PiS y de Kaczynski con Viktor Orbán ha puesto el centro de Europa en alerta, más aún después de que el primer ministro húngaro se mostrara favorable a estrechar relaciones con Rusia y liderar el auge de las “democracias iliberales” en Europa y más allá. Las políticas restrictivas de Hungría y Polonia ante la crisis de refugiados han contribuido también a la sensación de falta de aliados de Berlín en el este de Europa.

¿Pero hasta qué punto tienen visos de prosperar las medidas restrictivas de la UE hacia Polonia? Siendo este país la sexta economía de la Unión y el paradigma de éxito de la ampliación hacia los antiguos países comunistas, podríamos decir que poco. El precedente húngaro indica que la Comisión Europea sólo ha pasado de puntillas sobre las medidas restrictivas a las libertades públicas de Orbán. Cierto es que su partido, Fidesz, es miembro del Partido Popular Europeo y que el PiS forma parte del grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos junto con los tories británicos, un grupo parlamentario marcadamente euroescéptico.

El coste político de una sanción al Gobierno liderado por el PiS sería por tanto menor que la que se aplicara a Fidesz, un partido socio de la CSU o el Partido Popular español. Pero la centralidad regional de Polonia y su alianza con otros Estados en el Consejo hace improbable un hipotético avance de las sanciones, que requerirían unanimidad. Además, es altamente improbable que el Gobierno de Polonia rectifique sus políticas (goza de mayoría absoluta en ambas cámaras, algo inaudito desde 1989, y de altas cotas de popularidad), por lo que el camino de confrontación con Bruselas no haría más que añadir otra crisis al maltrecho proyecto europeo.

Puede que el distanciamiento entre Varsovia, Bruselas y Berlín no pase a mayores. Pero las costuras de la UE continúan tensándose como consecuencia de dinámicas centrífugas entre aliados tradicionales. La creciente animadversión hacia lo que representa Bruselas no deja de crecer entre aquellos que preferirían hacer de la UE una simple área de libre cambio, huérfana de valores. No es de extrañar que ello se traduzca en una parálisis europea ante crisis compartidas.

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Pol Morillas es investigador principal para Europa del Centro de Información y Documentación Internacionales en Barcelona (CIDOB)

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