Fútbol

Cristiano, gladiador

Cristiano, gladiador

Lorenzo Silva (Ctxt)

Seamos sinceros, ante todo: lo de la exhibición de tableta en aquella final de Lisboa, después de marcarle un gol sin gloria a un equipo ya noqueado por la desgracia, fue un acto incorrecto, o incluso muy incorrecto, como el gran De Quincey afirmaba del asesinato en su justamente célebre opúsculo sobre la materia. Por otra parte, son ya unas cuantas las oportunidades que ha perdido nuestro protagonista de mantener cerrada la boca, a la vista de lo que por su mente discurría y de las pocas opciones que con ello tenía de mejorar el silencio. Y sin embargo, y pese a la tirria que suscita en los hinchas rivales, hay que reconocer que este hombre tiene algo que merece serle acreditado.

No es quien esto escribe sospechoso de madridismo. De hecho, los que conocen el percal saben que a los nacidos al sur del Manzanares, salvo raras e inexplicables excepciones, nos atenaza una imposibilidad cuasi metafísica de profesar la fe merengue. Y hablando ya a calzón quitado, son unos cuantos los jugadores del equipo blanco que uno, en los tiempos en que el sacrosanto deporte nacional de Futboñistán conservaba alguna capacidad de agitar sus emociones, no ha podido ver ni en los cromos. Por eso quizá sea más notable que Cristiano Ronaldo, teniéndolo casi todo para provocar rechazo, se haya ido convirtiendo con el tiempo en un referente futbolístico que no me resulta fácil mirar con malos ojos, al revés, que me parece oportuno traer a este espacio para lectores ociosos y escépticos del balompié.

Ha sido quizá en esta última temporada, y singularmente en su casi hercúlea eliminación en solitario del Wolfsburgo en el Bernabéu, cuando Cristiano ha destapado el tarro de las esencias morales que custodia bajo su fachada para muchos frívola y vanidosa. Allí donde otros se deprimen y bajan los brazos (o para ser más exactos, allí donde otras megaestrellas se dejan embargar el ánimo por la indolencia y, dando ya la partida por perdida, guardan sus energías para rodar el próximo anuncio de gayumbos), Cristiano aprieta los dientes y salta al césped como si no fuera el icono publicitario y el ídolo planetario que es; como lo haría el gladiador que no lucha por el dinero ni la fama, sino tan sólo por conservar su vida de esclavo y el respeto de la plebe que acude al circo a aullar y ver si otro gladiador lo mata.

No soy espectador asiduo de fútbol, pero jamás le vi dejar de pelear: ni con esa selección portuguesa que dudosamente le hará campeón de nada, ni con el Madrid que a veces parece ser más una máquina de devorar a sus jugadores que de honrarlos. No siempre tiene su tarde, pero nunca deja de intentarla. Y eso, queridos niños, tiene valor; un valor nada desdeñable.

Ítem más: por ahora no le han pillado nada en Panamá. Otro tanto a su favor. Aunque lo escribo cruzando los dedos.

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