Activismo cultural

Yue Minjun, LOL (muerto de risa)

'The Massacre at Chios'.

Retratos de amigos que se burlan de nosotros, autorretratos rosa malabar convertidos en iconos anónimos e atemporales, murallas de risas claroscuras sobre fondos azules, cuerpos tiroteados prestos a su fusilamiento. Desde los años 90, Yue Minjun (Heilongjiang, 1962), se aleja de la propaganda del realismo socialista y reinterpreta las principales obras de la historia del arte chino y occidental, a las que somete al filtro kitsch del Pop Art. Este artista, conocido por el gran público por sus miles de sonrisas y sus millones de dólares, ha visitado París con motivo de su primera retrospectiva en Europa. En una entrevista inédita, disponible con subtítulos en español, con este monstruo del arte contemporáneo, se pone en evidencia que es tan hábil con el manejo del pincel como en el arte de esquivar preguntas. En pleno año de la Serpiente, ¿es venenoso Yue Minjun?

«Las mentiras escritas con tinta no pueden esconder los hechos escritos con sangre», escribía Lu Xun en 1926. Si el arte y la literatura han sido durante mucho tiempo «las ruedas y el engranaje de la máquina revolucionaria», en palabras de Mao, que citaba a Lenin, son muchos los artistas chinos que han hurgado con el pincel en la herida, a riesgo de sufrir la suerte que corren los disidentes: el laogai o la huida.laogai

Hijo de una madre contable y de un padre conductor, Yue Minjun abandonó su puesto en los campos petroleros del Gobierno chino para empezar a estudiar arte en la provincia de Hebei. «Los acontecimientos de Tiananmen y la ruptura definitiva con los políticos decidieron mi suerte. Me decanté por el arte como única forma de lenguaje. En 1990, con el pelo largo y el espíritu libre, me instalé en Yuanmingyuan, una localidad de artistas próxima a Pekín. Llevábamos una vida bohemia, dentro de un círculo muy cerrado. Éramos los reyes del mundo con 100 yuanes al mes. Por el día, trabajaba a un ritmo frenético en los retratos de mis amigos. Por la noche, nos olvidábamos de todo apurando decenas de botellas de er guo tou, alcohol chino de 60 grados».

Ye Minjun: La sonrisa por delante

Al romper con el carácter estético de pinturas y de fotografías paisajísticas, estaban dando la espalda a las vanguardias de los años 80. Yue Minjun, Fang Lijun, Liu Xiaodong y otros artistas amigos, respaldados por el crítico Li Xianting, en esa época, sentaron las bases del llamado Realismo cínico, en el mismo momento que se desarrollaba el llamado Pop político, un periodo en el que se entrecruzan el terror de Tiananmen con la apertura a occidente. Se trata de movimientos próximos al Sots Art de la URSS, cuyos principales representantes también habían adoptado a su vez –al estilo Pop Art- «la risa carnavalesca» y «la reconstrucción irónica de la cultura oficial» (Margarita Tupitsyn).  

Al culto del Gran Timonel sonriente, poderoso y con un aparente exceso de bótox, Yue Minjun responde con su autorretrato sonriente, con los ojos cerrado, un icono repetido como si se tratase de una producción en cadena. A la hora de reproducir las sonrisas omnipresentes en las imágenes de la propaganda de la revolución cultural, Yue Minjun replica con abismos silenciosos, violentos y contagiosos. Una muralla de risas sin brillo que aliena y desarma (en las telas de Yue Minjun, los verdugos miman el manejo de las armas más presentes todavía, si cabe, por su ausencia). Con el tiempo, estos rictus pierden su personalidad: el clon de Yue Minjun en lo sucesivo es universal, intemporal y evita la censura que golpea la creación artística. He aquí la explicación que Yue Minjun da a Jérôme Sans: «En esa época, el arte estaba regulado. Si un trabajo era marginal, resultaba difícil exponerlo. Sin embargo, no había razón alguna para que se me negara porque yo abordaba asuntos alegres. Se trata de una estrategia: no hay nada malo en pintar sonrisas». Ni en pintar dedos, ni orejas o narices.

Mao se da un chapuzón

La piel rosada reluciente parece abrasada por el sol rojo sobre fondo azul (el exilio, la muerte). En un cráneo-piscina sin cuero cabelludo, Mao se zambulle y coloniza los sentidos a golpe de banderas rojas. Los cuerpos desnudos, en ropa interior, se contorsionan hasta el absurdo, ecos de la tortura practicada en los campos, la violencia cotidiana, pero también apela a las sesiones de gimnasia de los obreros y a las artes marciales. Los encuadres se corresponden con frecuencia a planos cortos, de la cara (Yue Minjun realizó su proyecto final de estudios sobre el primer plano cinematográfico en la pintura). Y, como Yue Minjun adora abrir nuevos horizontes y alterar las líneas de fuga (que a menudo aparecen en sus composiciones atravesadas), creó el Art Toy, junto con el artista Kaws, e incluso se regaló su propio ejército de esculturas angustiosas, listas para hacer frente a los soldados de terracota de Quin Shie Huangdi, vendidos en los mercados y en las tiendas de recuerdos made in China.

«El periodo que siguió a 1989 estuvo muy marcado por la falta de esperanza (…), todo lo que se creía bueno ya no era de fiar. (…) Si se observan las obras que pintamos en esa época, se evidencia que sobre todo preferíamos las cosas que sentíamos, aunque fuesen feas y negativas, antes que las cosas bellas y positivas, que no sentíamos. (…) Es verdad que lo que pinto no es bello, pero estas cosas bellas que hacen los otros me producen todavía más náuseas. Nunca podría hacerlo yo. Para mí, son demasiado bellas, tan bellas que producen náuseas. Es insoportable» (entrevista con Shen Zong).

Yue Minjun se pierde en los recovecos de la estética en sus retratos cubistas más recientes, son creaciones mitad humana, mitad animal o Overlappings. El artista trata de no dejarse atrapar por su risa, de ahí que la borre, la arañe, la fragmente, pero sus remolinos imitan mal los tormentos de Francis Bacon. Una decepción que se pasa rápidamente ante su imponente serie de laberintos en blanco y negro. «Los adultos son los que dibujan los laberintos a los niños, así que me pregunté, ¿por qué los adultos dibujan estos laberintos a los niños? ¿Será quizás porque en entorno en el que vivimos semeja a un laberinto, que alguien superior nos prepara desde la infancia para hacer frente a las circunstancias en las que vamos a vivir? Los chinos, más que nadie, ¿conseguirán en algún momento extirpar su propia cultura? (…) He querido decirle al espectador que nos encontramos en unas circunstancias brumosas y perturbadoras. Sin embargo, ya en mis primeras exposiciones, los espectadores encontraban mis pinturas elegantes, no percibían la turbación. Ignoro porqué», explica divertido Yue Minjun.

Durante varios años, Yue Minjun y su grupo vivieron como personas marginales. Solían recibir con más frecuencia la visita de policías que de coleccionistas. Aunque, estos últimos no tardarían en llegar, procedentes del mundo entero, atraídos por esa China que pasaba de ser una sociedad agraria a abrirse al mercado bursátil. Es la época del esplendor de sus empresas privadas, de los viajes de Valentino, del interés de LVMH, de Saatchi, de los ecos de la exposición Magiciens de la Terre y Alors la Chine, en el Centro Pompidou, del barrio del arte 798, la participación de China en la Bienal de Venecia (Yue Minjun participó en la 48º edición, en 1998), el auge de la UCCA y la eclosión de los nuevos ricos. Son recuerdos de una época nueva ya lejana: «Los extranjeros venían a vernos, algunos compraban, por dos duros, telas que actualmente revenden a precios de oro. El mundo del business iba abriéndose paso poco a poco en nuestras vidasbusiness».

Especulación

«Actualmente hay menos censura y más autocensura», afirma el crítico de arte Fei Dawei. El artista Cang Xing hace la misma constatación: «Lo que el Gobierno no ha logrado mediante la censura, lo está consiguiente mediante el comercio”. Desde el 2000, la especulación del mercado del arte se ha adueñado de la creación artística. Según Art Price, la cotización de los artistas chinos ha aumentado un 780% entre 2001 y 2007. En la lista de ventas de 2007 de los 100 primeros artistas contemporáneos, 36 eran chinos, entre ellos Yue Minjun, sitúado tan solo un puesto por detrás de Jeff Koons, y con una cifra de negocio de 44 millones de dólares. Un montante que caído, debido a la crisis de 2008, cuando la cotización del artista se desplomó un 84%, como la de los principales pesos pesados del mercado del arte.

Ejecución, su obra más célebre, fue subastada, en 2005, por 5,9 millones de dólares en Sotheby's. Se trata de una obra que Yue Minjun había vendido por 5.000 dólares en 1995 de forma confidencial para evitar problemas con el poder, una alegoría de la masacre de Tiananmen que Yue Minjun define como su cuadro «más apasionado». Y añade: «Considero mis cuadros expresiones trágicas y dolorosas. Todos ellos son escenas de combate. Me inspiro en Delacroix, que pintaba con frecuencia escenas de matanzas, violencia. Antes de ser asesinada, esa gente sentía angustia, trataba de resistirse». Yue Minjun borra de su discurso cualquier ataque directo al poder, está en juego su vida, pero no duda ni un instante a la hora de reinterpretar estratégicamente importantes obras de la historia del arte como La libertad guiando al pueblo (Delacroix), La ejecución de Maximiliano (Manet) o La muerte de Marat (David). De modo que hace suyos las análisis que han emanado de estas pinturas, emblemas de la injusticia, del combate por la libertad, la resistencia del pueblo frente al poder opresor.

Un poder que el artista no duda en borrar, al volver a echar mano de los métodos más antiguos utilizados por la propaganda maoísta, que volvía a inspeccionar las imágenes oficiales: adiós a los representantes del poder en The Founding Ceremony of the Nation (Dong Xiwen) y en La Conférence de Rutian (He Kongde). Yue Minjun suprime el poder y reescribe la historia de China al dar un golpe de Estado en la pintura, que coloca al espectador en el centro de una insurrección invisible.

No es sencillo ser artista en China. Pese a todo, para el escritor disidente Liao Yiwu, en el exilio, y que ha publicado un libro sobre los años pasados en las entrañas del gulag chino postTiananmen, el veredicto es inapelable: «En un primer momento, los artistas tuvieron miedo; más tarde, se vieron atraídos por el caramelo que suponía obtener beneficios, tan pronto como comenzaron a ganar dinero. El gobierno ha sido muy sutil al llevar a estos artistas en otra dirección, por cuanto quería que Occidente mirase a China de manera nueva. En cierta manera, las obras de Yue Minjun o de Fang Lijun pueden ser incluso interesantes, pero después, se han dedicado a la producción en cadena. La primera creación sí es arte. A continuación, cuando el objetivo es darle salida en el mercado, ya no se puede hablar de que sean artistas. Afortunadamente hay artistas que siguen siendo creadores, como Ai Weiwei, que se preocupa de las víctimas de Tiananmen. Cuando Ai Weiwei llegó, se puede decir que acaparó el espacio y que los demás artistas se sintieron marginados, dada la enorme presencia de Weiwei». Una presencia que el propio Ai Weiwei no deja de recordar mediante vídeos que cuelga en la Red, uno de los más recientes Caonima, remix del Gangnam Style, un «Fuck off» inmenso al poder que le vigila y le persigue después de haberlo metido en prisión de forma arbitraria.

Ai Weiwei, que representará a Alemania en la próxima Bienal de Venecia, recuerda a esta nueva generación de artivistas (acrónimo de artista y activista) rusas, encabezadas por Voina y las Pussy Riot, que utilizan su cuerpo como manifiestos políticos y la performance como herramienta para alterar el espacio público y que se apodera de internet como soporte para darlo a conocer. A pesar de la censura, la cárcel y de la llamada del dinero.

Traducción: Mariola Moreno

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