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Letras

Revisitando a Thoreau

Thoreau

Antonio G. Maldonado

Uno de los aspectos más sorprendentes de la edición española, junto con la desproporcionada oferta en un mercado anémico en general y en el de los libros en particular, es la variedad de la misma. Y dentro de esa variedad, el auge en la edición de obras de producción y lectura complejas, supuestamente destinada a minorías que, en España, son aún más minoritarias que en nuestros países vecinos. Así, en España no nos hemos contentado con leer compilaciones de las Memorias de ultratumba de Chateaubriand, sino que hemos hecho de los tres tomos completos un long-seller. O hemos conocido dos ediciones simultáneas de la Vida de Samuel Johnson, de James Boswell. Por no hablar de las reediciones de los libros de Edward Gibbon o de la tetralogía del filósofo español Javier Gomá.

Uno de estos libros que desafió los augurios y las estadísticas el año pasado fue Cartas a un buscador de sí mismo (Errata Naturae), del escritor y filósofo norteamericano Henry David Thoreau (1817-1862), donde se reunía la correspondencia que el autor de La desobediencia civilLa desobediencia civil mantuvo durante trece años con su amigo Harrison G. O. Blake. El libro obtuvo reconocimiento de crítica y público, y va por la segunda edición.

La lectura de las cartas resume la cosmovisión de uno de los autores más fascinantes y perdurables de las letras norteamericanas, inspirador de diversas corrientes filosóficas libertarias y movimientos ecologistas, amigo de Ralph Waldo Emerson y otros filósofos trascendentalistas esenciales de la literatura norteamericana.

Se añade a su correspondencia una extensa compilación del diario que comenzó en 1837, con apenas veinte años, y que fue escribiendo hasta 1861, dando lugar a catorce cuadernos que el autor tituló “Fragmentos, o lo que el tiempo no ha cosechado de mis diarios”. La editorial Capitán Swing traduce por primera vez al castellano la selección que de tan ingente material hizo el editor y traductor Damion Searls, y la publica bajo el nombre El Diario (1837-1861)El Diario (1837-1861) y con traducción de Ernesto Estrella.

El retiro de Thoreau durante dos años a la cabaña de Nueva Inglaterra que daría nombre a su obra más conocida, WaldenWalden (que además construyó con sus propias manos), definió la vida y la obra de un pensador que llegó a calificarse a sí mismo como “inspector de ventiscas y diluvios”, y que alternaba la vida social con la vuelta a una naturaleza desde la que aprehendía, asimilaba y explicaba el mundo. “Esta vida, nuestra respetable vida diaria, detrás de la cual se asienta el hombre de buen sentido y sobre la que descansan nuestras instituciones, es en realidad una ilusión, que se desvanecerá como una visión pasajera. Sin embargo, el más minúsculo resplandor de realidad que a veces ilumina la oscuridad de los días de todos los hombres, nos revela algo más consistente y perdurable que el acero, algo que constituye el pilar fundamental del mundo”, escribe en carta a Blake desde su casa de Concord, Massachusetts, en 1847.

“No basta con que seamos sinceros. Debemos proponernos serlo y llevar adelante nuestro propósito”, había dejado escrito Thoreau, algo que cumplió a carta cabal cuando se negó a pagar impuestos para la guerra contra México y por su oposición a la esclavitud. De esa experiencia saldría La desobediencia civil, y quedó plantada la semilla de la resistencia pacífica ante el poder arbitrario del Estado, del que se han nutrido movimientos libertarios no violentos, que reconocen en Thoreau a una figura inspiradora. “Todo hombre que tenga más razón que sus vecinos ya constituye una mayoría de uno”, escribió en el opúsculo.

Thoreau era, además de un observador sagaz de la vida a través de ríos y bayas, de amaneceres y crepúsculos, un consejero permanente de sus amigos corresponsales, a quienes trasladaba las ideas que consignaba en su diario, y que en sus cartas adquirían la poderosa luminosidad de una verdad revelada: “Seguid con vuestra vida, persistid en ella, y así como un perro gira alrededor del coche de su amo, dad vueltas alrededor de vuestra propia vida. Haced lo que amáis. Conoced bien de qué estáis hechos, roed vuestros huesos, enterradlos y desenterrarlos para roerlos todavía más”, recomienda en otra carta. Thoreau es, sobre todo, una necesaria conciencia contemporánea.

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