Literatura

A vueltas con la memoria indiscreta de Horacio Castellanos Moya

Castellanos Moya

Enrique Benítez

Hondureño de nacimiento, salvadoreño de nacionalidad, Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957) es una suerte de escritor errante, obligado a exiliarse de su patria por motivos obvios para residir en países como México, Canadá, Costa Rica, España, Alemania, Japón o los Estados Unidos, en cuya Universidad de Iowa trabaja en estos momentos.

Aunque ya se habían publicado algunas de sus novelas en España, fue la edición de Insensatez (Tusquets) en 2005 la que franqueó la puerta del mercado español a un autor con méritos de sobra como para merecer la edición de su bibliografía completa. En su primera novela conocida en España, el protagonista, con evidentes rasgos autobiográficos, acepta el encargo envenenado de un amigo: nada menos que revisar y corregir una suerte de Informe de la Verdad elaborado por una organización independiente sobre el genocidio de los pueblos indígenas de un país centroamericano. Ingenuo, responsable, a menudo infantil, un poco quijote, el personaje central comienza una investigación que supera el encargo inicial y que le traerá penosas consecuencias.

Ocho años después, y con varios libros de por medio (entre ellos, la sobresaliente La sirvienta y el luchador), llega a España El sueño del regreso, una obra cuyas características la acercan más a Insensatez y quizás a El asco –la más celebrada de sus novelas, y también la más brutal y descarnada que posiblemente se publique nunca sobre El Salvador– que a otras obras del autor. Pocos personajes, una extraordinaria economía en la trama y en el desarrollo de los acontecimientos, algunas pinceladas autobiográficas reconocibles en el protagonista –sus estudios en el Liceo Marista, el proyecto de crear una revista política en El Salvador en 1991, aprovechando la más que previsible firma de la paz tras dos décadas de guerra civil– y una rara mezcla de dramatismo y humor, quizás para poder digerir una historia demasiado pesimista como para tragarla sin esa necesaria dosis de cinismo que se necesita para convivir con la realidad.

En El sueño del regreso, como se ha dicho, Erasmo Aragón, salvadoreño residente en México, comienza a visitar a un médico para tratar de curar un agudo dolor hepático, que él mismo asocia con el estrés y el miedo causados por su casi inminente regreso a El Salvador –estamos hablando de 1991– para poner en marcha un magazine de contenido político. Simpatizante de la izquierda, exiliado, quejoso por naturaleza, hipocondríaco, inmaduro, el protagonista, a quien suponemos un trasunto del propio autor, conoce al misterioso doctor Don Chente por recomendación de su tío, con quien inicia un proceso curativo que pasará de la homeopatía a la hipnosis y de ahí a la periferia del psicoanálisis.

Pero indagar en los recuerdos ocultos –o más bien sepultados– de un salvadoreño no siempre puede ser una buena idea. Don Chente insiste en que Erasmo está somatizando el sufrimiento escondido en los pozos de su memoria, y la excavación se convertirá en una exhumación con resultados no del todo agradables para su paciente. Hurgar en la memoria perdida de los ciudadanos de algunos países puede acabar convirtiéndose en un paseo aleatorio por un campo minado. Y eso es lo que ocurre con Erasmo Aragón, que acabará viviendo y reviviendo episodios de su propia vida que precisamente se trataba de mantener ocultos y a buen recaudo.

Como en todas las novelas de Castellanos Moya, el reparto de secundarios vuelve a ser sobresaliente. El infame periodista conocido como el Negro Félix, compañero inoportuno de farras del desgraciado Erasmo Aragón. Míster Rábit, misterioso salvadoreño al servicio de la guerrilla y procedente casi de una película de Tarantino. Su tío al que sólo conocemos como el Muñecón, y su ortodoxo amigo revolucionario Mario Varela. Todos ellos encajan como la seda en una trama que no necesita de juegos florales para divertir y hacer reír, y para dejar seco al lector cuando piensa en serio en el drama que tiene entre sus manos.

Ha ocurrido en otras novelas, y es un recurso que se repite en ésta: la ridiculización para poder contar la historia, el humor y las situaciones patéticas para poder ir llegando a esa conclusión final que hiela el más mínimo atisbo de sonrisa. La infinita estupidez de un protagonista cuyas desventuras quijotescas esconden por el camino un desenlace que se presume ajeno a los episodios de humor que adornan la novela. Una nota importante: el autor precisa que todo es ficción, que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Es necesario que lo haga. “El sueño del retorno” es una obra ágil y muy entretenida, divertida en muchas de sus páginas, a menudo hilarante, bien contada y certera en sus planteamientos. No existe otra posibilidad de escribir sobre El Salvador que a través de la exageración y un negro sentido del humor. Tan negro que no se ve. “Yo no estoy completo de la mente”, así comenzaba Insensatez. Como para estarlo, siendo periodista en El Salvador. Y honesto, y un poco quijote. ¡Insensato!

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