ARRANCA EL SONAR

Matthew Herbert: "Ahora la mayor parte de la música no va sobre nada”

Matthew Herbert, en una imagen de 2012.

Hay gente interesante. Gente con inquietudes y con propuestas bajo el brazo. Gente que hace cosas nuevas. Y luego va Matthew Herbert, conceptual hasta bordear la fina línea entre lo sublime y lo abyecto, que lo mismo compone música con los sonidos del ciclo de la vida de un cerdo que con el de la explosión de una bomba en Libia. El productor británico (Londres, 1972), se pone este viernes el casco de DJ en el Sonar, una cita que le trae especialmente emocionado “por ver a Kraftwerk, que nunca los he visto”. Para la ocasión, cuenta que hará un repaso de sus visitas al festival barcelonés, en el que se estrenó allá por 1996. “Quiero hacer algo que reconozca esa historia y que a la vez sea innovador, con nuevos planteamientos, aunque aún estoy trabajando en ello”, explicaba a este periódico la semana pasada.

Renovador, efectivamente, podría ser un vocablo apto para definir al músico y su aportación a la electrónica. Él dice no estar seguro de los términos que utilizaría, aunque “de lo que más orgulloso” reconoce sentirse es de haber dado muestra de que “no necesitas sintetizadores ni cajas de ritmos: puedes hacer música de cualquier cosa”. Sus álbumes Plat du Jour, de 2005, One pig, de 2011, y Tesco, de 2012, aportan testimonio fehaciente de que una de sus obsesiones en ese respecto ha sido y es la comida. Desde el ruido de más de 3.000 personas dándole un mordisco a una manzana, al de un gorrino siendo engordado en una granja o el de los diez productos más vendidos en una gran cadena de supermercados, Herbert ha probado casi de todo para construir sus melodías hipnóticas y a tramos hechizantes.

“Para mí la comida está en la primera línea de la cultura”, explica vía Skype. “Es algo que tienes que hacer tres veces al día. Hay un montón de historias tanto positivas como negativas sobre nuestro mundo que se pueden contar a través de la comida”. Como una suerte de activista sonoro, Herbert critica a través de sus discos dramas globales como el cambio climático, “que viene de las decisiones que tomamos sobre nuestra comida” o la cultura consumista: “No se puede tratar la comida como algo de usar y tirar”. “Hay algo shakespeariano en los alimentos”, subraya, “por un lado parecen algo saludable, y por el otro nos matan lentamente, tanto a nosotros como al medio ambiente”.

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Su proclamado logro, el haber dejado de lado sintetizadores y demás productores de ruidos enlatados, no lo comparten sus venerados Kraftwerk, que llegan a Barcelona tras dos épicas rondas de conciertos en el MoMA neoyorquino y la Tate londinense. Tampoco Skrillex, otra de las estrellas de esta edición del Sonar, envilecedor del dubstep para los más puristas y descubridor de todo un mundo nuevo para una enorme masa de audiencia, especialmente estadounidense, que parece haber caído irremisiblemente en las garras del Electronic Dance Movement del que se ha erigido en predicador al californiano. “Lo que yo creo es que haría falta una palabra que no sea música para describir lo que hace Skrillex, que a la vez es diferente a lo que hacía Wagner o los Queens of the Stone Age: el contexto es muy importante”, dice Herbert. “Si eres un chaval de 17 años que empieza a escuchar electrónica está bien, pero es distinto si tienes 41 y ya has estado en 5.000 clubes”.

Como él ha debido estar todavía en alguno más, fue nombrado el año pasado director del Taller radiofónico de la BBC, creado hace más de medio siglo para producir efectos sonoros de vanguardia para la radio. “Es interesante reflexionar sobre lo que significa tanto tiempo después”, apunta. “Ahora muchas de las máquinas y de las herramientas con las que cuenta te las puedes bajar de Internet. Estamos ante una crisis de contexto y de significado de la música: ahora la mayor parte no va sobre nada”. Esa idea, que apuntala en datos como que el 80% de las canciones que hay en iTunes no han sido escuchadas nunca –lo que implica que "no pueden ser reconocidas como experiencia"-, le lleva a esa sugestiva conclusión de que la palabra “música” ya no funciona como tal.

Activista y filósofo del lenguaje demostrado, Herbert también se revela a lo largo de la conversación como un pensador político. Como cuando habla de su último disco, The end of silence, que saldrá a la venta a finales de este mes, y que ha compuesto únicamente a base del sample de una explosión ocurrida durante la guerra en Libiasample . “Ahora nos adentramos en un territorio diferente: la música trata con los materiales de la vida y la muerte”. Y no solo metafóricamente. La grabación de la bomba no es solo real, sino que realmente mató a varias personas. “Aunque yo me enteré de eso después de hacer la música”, explica. “Es un cambio en cómo nos tenemos que plantear escribir música: se está convirtiendo en algo mucho más serio”.

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